Cuando tenía 13 años, los médicos me diagnosticaron una enfermedad “grave e incurable”. Me dijeron que dejara de comer muchos alimentos, entre ellos,pasteles, pan y otros alimentos horneados, y que no ingiriera granos ni productos que pudieran contener granos. La dieta tan estricta y la constante vigilancia de los doctores que insistían en decir lo peligrosa que era mi condición, impulsaron a mi madre a buscar la curación espiritualmente, puesto que físicamente era imposible.
Fue entonces que una amiga le contó acerca de la Ciencia Cristiana. Comenzamos a asistir a la iglesia, y yo empecé a ir a la Escuela Dominical. Poco a poco, pero con seguridad, empecé a comprender que la enfermedad, el pecado y la muerte son algo imposible, una ilusión. Traté de liberarme de los pensamientos negativos y sanar. Sin embargo, sólo cuando comprendí totalmente que Dios es Vida, que soy Su reflejo, y que yo no puedo estar enferma, cedió la enfermedad. Ya hace más de un año que dejé de sentir descomposturas o dolor. Tampoco he vuelto a ver al médico.
Fue una alegría para mí y una gran felicidad para mi mamá cuando durante el examen médico obligatorio de la escuela, los médicos me dijeron que estaba totalmente sana.