Siempre tuve mucha dificultad para relacionarme con otras personas porque era muy tímido. Sin embargo, no fue hasta que tenía 16 años que me di cuenta de la gravedad de esta situación, cuando tuve que buscar empleo. Me era muy difícil presentarme en las entrevistas de trabajo y eso era un punto negativo para que me contrataran. Comencé a preocuparme por dicho comportamiento.
Un día, el año pasado, en la Escuela Dominical de la Iglesia de la Ciencia Cristiana a la que asisto, me informaron que la iglesia necesitaba a alguien para trabajar en la Sala de Lectura.
Me sentí muy interesado, pues era una oportunidad única que me traería muchas bendiciones, pero cuando me imaginé atendiendo a las personas y conversando con ellas, sentí miedo y no me presenté al puesto.
La decisión de no ofrecerme para aquel trabajo debido a mi timidez me preocupó. Después de eso, percibí que necesitaba vencer ese obstáculo que me paralizaba cuando tenía que hacer decisiones importantes. Resolvi poner en práctica lo que venía aprendiendo en la Escuela Dominical y comencé a orar en busca de una solución.
Me volví a Dios confiando en que vencería la timidez.
Recordé una cita bíblica que dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Romanos 8:28. Reflexioné mucho sobre ese pasaje, confiando en que si Dios tenía un propósito para mí, ciertamente yo podría llevarlo a cabo sin miedo, timidez ni inseguridad. La capacidad que Dios me dio para comunicarme siempre fue y será perfecta, en cualquier situación, por más difícil que parezca. Pensé. “Si Dios me dio talentos para reflejar Sus cualidades, ¿por qué estoy dudando de mi capacidad?” Ese pensamiento me fortaleció.
Después de orar por un mes, percibí que estaba más fuerte y preparado para realizar aquel servicio con seriedad y confianza. Entonces, acepté la propuesta de trabajar en la Sala de Lectura.
Con el paso del tiempo noté que trabajaba con total desenvoltura, sin ninguna dificultad o timidez; y con total alegría.
Me di cuenta de que mi oración también sanó otros aspectos de mi vida, y comencé a relacionarme mejor con todas las personas a mi alrededor.
Estoy muy agradecido por las enseñanzas de la Ciencia Cristiana porque, cuando las puse en práctica, solucionaron un problema que me afligía desde niño.
 
    
