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tu conflanza

Protección durante un asalto

Del número de enero de 2012 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante mi viaje a Brasil, que realicé como parte del Programa de Visitas al Exterior de la Universidad de Principia, de enero a marzo de 2011, me di cuenta de que Dios nos hace crecer de maneras que ni remotamente podemos predecir. Yo me he esforzado por estar más consciente de cómo percibo a las demás personas, tratando constantemente de verlas perfectas y completas, de la manera en que Dios las ve. Esto incluye a todos, desde mis compañeros de viaje y mis nuevos amigos brasileños, a la gente extraña que en encuentro en las calles de las ciudades que visito.

En Salvador, una ciudad del noreste de Brasil donde tomé clases de portugués, me encontré con gente de muy bajos recursos; una experiencia totalmente desconocida para mi. Me apoyé en Dios para que me diera las ideas correctas sobre estas personas y las dificultades que enfrentan. Por más pequeña que sea la ayuda que yo puedo brindar, he aprendido a recurrir inmediatamente a Dios y a saber con creciente confianza que Él siempre responde a las necesidades de todos, como afirma este pasaje de Ciencia y Salud: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana”.  Ciencia y Salud, pág. 494.

Una noche, había ido con unos amigos a un concierto gratuito en Pelourinho, el centro histórico antiguo del Salvador, cuando se me acercaron tres hombres. Yo tenía dos cadenas, una de las cuales tenía la cruz y la corona, el emblema de la Ciencia Cristiana que representa la victoria sobre la enfermedad, el pecado y la muerte. De pronto, uno de los hombres me arrancó agresivamente las dos cadenas, y tuve una sensación quemante en el cuello y me sentí un poco mareado, pero logré mantener la calma y tener un pensamiento afectuoso hacia ese hombre. Pensé en la respuesta de Jesús en la crucifixión: “...Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Lucas 23:34. Pude separar la acción de la persona, reconociendo la identidad espiritual del hombre, como la imagen y semejanza de Dios, quien es infinitamente bueno.

Una de las cadenas cayó directamente en mis manos. Mientras buscaba a mi alrededor la otra, tres personas que pasaban vinieron a ayudarme, lo que me demostró lo beneficioso que es pensar correctamente. Aunque estaba muy oscuro, una de ellas encontró la otra cadena muy pronto y me la devolvió, pero no logramos encontrar el pendiente de la Cruz y la Corona. En ese momento, pensé que la había perdido, así que les agradecí y empecé a caminar por la colina, cuesta arriba.

Cuando regresaba a casa en el autobús, un amigo, quien es también Científico Cristiano, me dijo: “Sabes, nunca puedes estar en una situación que no estés listo para enfrentar. Dios ya te ha preparado para ella”. Pensé en cuál era realmente el desafío que debía resolver, y llegué a la conclusión de que necesitaba mantener mi inocencia por lo que no podía sufrir daño o pérdida, y reconocer que tanto ese hombre como yo estábamos siempre bajo el cuidado de Dios. Percibí y aprecié el hecho de que yo había sido protegido de sufrir un daño físico.

Me fui a dormir, tranquilo con los sucesos de la noche. Por la mañana cuando me desperté, salí de la cama y ni bien me paré sentí algo duro debajo del pie. Todavía no estaba muy despierto y no sabía qué podía ser. Cuando me agaché allí estaba el pendiente de la Cruz y la Corona. Sentí que la Mente divina me estaba demostrando que en el reino de Dios nada se pierde. Sólo puedo adivinar cómo reaparecieron la cruz y la corona, pero realmente no importa porque aunque los caminos de Dios puede que sean ocultos, siempre bendicen a la humanidad y nos acercan a Él.

Estoy muy contento por los otros viajes que voy a realizar en este maravilloso país, y por las estupendas experiencias que voy a poder compartir con todos en casa.

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