¿Estaremos a merced de la suerte, o es que Dios tiene un lugar para cada uno de nosotros? Basándome en lo que se ve en los medios de comunicación, a veces tenía la impresión de que yo era apenas un elemento minúsculo entre miles de personas en el mundo. En relación con la humanidad, mi país, mi ciudad e incluso mi barrio, me parecía que yo no pesaba mucho en la balanza y que nadie se interesaba por mi destino, puesto que no era realmente útil. Esa era la impresión que tenía de mí misma. Sin embargo, analizar mi verdadera identidad como hija de Dios, me demostró lo contrario.
Antes de empezar mi primer año en la universidad, era para mí un verdadero dilema decidir a qué escuela debía asistir para capacitarme en mi futura carrera. ¿Qué camino debía seguir? ¿Debía matricularme en un instituto académico aquí o probar suerte en el exterior? Mis padres no lograban llegar a un acuerdo sobre este tema, ni entre ellos ni conmigo. Pasé dos meses tratando de conseguir desesperadamente una respuesta, sin tomarme el tiempo para orar por el asunto. Hasta suspendí los ensayos semanales de canto simplemente para ocuparme de este dilema. Pero al ver que la respuesta esperada no aparecía, finalmente decidí orar, confiando en que esto traería mejores resultados.
Fue entonces que me pregunté quién estaba eligiendo mi carrera: ¿yo o el Amor divino? Oré especialmente con una idea de Mary Baker Eddy que un practicista me había mostrado hacía algunos meses, cuando presenté el examen para el bachillerato. Mary Baker Eddy escribió en la página 506 de Ciencia y Salud: “El Espíritu, Dios, reúne los pensamientos informes en sus conductos adecuados, y desarrolla estos pensamientos, tal como abre los pétalos de un propósito sagrado con el fin de que el propósito pueda aparecer”. Oré para entender que lo más importante no era la escuela, sino lo que yo haría con esa escuela para manifestar, de forma tangible, la gloria de Dios en mi vida.
A partir de ese momento me vino la idea de regresar a mi clase de canto y ver a mis amigos. Eso fue lo que hice. El mismo día, obtuve la respuesta a todas mis preguntas. Una amiga me contó de su escuela, una filial de un lnstituto lnternacional de Tecnicas Económicas y Contables en Lomé. El examen de ingreso y el concurso para las becas de estudio serían en ocho días. Yo tenía apenas cuatro días para inscribirme. Al regresar a casa, tenía la certeza de que había encontrado mi camino. Lo que ocurrió luego fue una confirmación inmediata: por primera vez, mis padres estuvieron de acuerdo con mi sugerencia. Entonces, cumplí las formalidades necesarias y me aceptaron.
Me sorprendí mucho al ver que todo se resolvió de manera muy simple, en una semana.
Hoy, sigo feliz en ese camino del campo de la contabilidad, una profesión que, sin la oración, nunca se me habría ocurrido. Así fue como encontré mi propio lugar, aquel que Dios reservó para mí. En él me siento tan a gusto como un pez en el agua. Cualquiera sea el desafío que tenga que enfrentar, tengo una confianza ilimitada en el Amor divino que “siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana”. Ciencia y Salud pág. 494.
Donde sea que estemos, siempre podemos encontrar el lugar que es nuestro por derecho, y sentir nuestra verdadera valía. También podemos aprovechar nuestro tiempo al máximo, dando lo mejor de nosotros mismos en todo lo que hacemos. Finalmente, es bueno tener bien claro que no somos un ser cualquiera. Somos la imagen y semejanza de Dios. Así como presidentes y actores tienen un lugar, cada uno de nosotros tiene también el suyo. Todos somos útiles para la gloria de Dios, aquí y ahora.
