Era un día de diciembre frío y crudo. Mientras abría el buzón que estaba al frente de mi casa, me sorprendió ver una flor amarilla perfecta en el rosal que está junto a él. Me tomé un momento para absorber su belleza, y recordé otra rosa junto a otro buzón que había dado paso a un momento crucial en mi vida hace muchos años.
Oraba para comprender más plenamente la base de la Ciencia Cristiana.
Cuando estudiaba en la universidad, tuve el privilegio de recibir la Instrucción de Clase Primaria en la Ciencia Cristiana, clase que se enseña en base al capítulo “Recapitulación”, de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Esta clase había sido fundamental en mi desarrollo espiritual. Si bien amaba a la Ciencia Cristiana desde mi niñez, en la clase había comenzado a entender más sobre la aplicación de la Ciencia Cristiana, sobre cómo funciona realmente y por qué funciona. Había aprendido cómo dar tratamiento por medio de la Ciencia Cristiana, el cual consiste en una oración sanadora específica para la persona que ha solicitado ayuda. Esta oración se basa en las verdades espirituales que se encuentran en la Biblia, tales como la totalidad de Dios, el bien infinito y la verdadera naturaleza del hombre como la perfecta imagen y semejanza de Dios (véase Jeremías 23:23, 24; Salmos 136:1; Génesis 1:26, 27). ¡Y a mí me encantaba orar! Me fui de la clase con las mangas arremangadas, lista y dispuesta a seguir adelante con la práctica de la Ciencia Cristiana.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!