Crecí cerca del mar en una región donde suele haber huracanes, de manera que me he preparado para soportar estas tormentas torrenciales muchísimas veces. Sin embargo, hay un huracán que recuerdo en especial porque un amigo y yo nos sentimos divinamente protegidos y guiados durante la tormenta, gracias a que nos apoyamos en la oración para confiar en Dios como la única presencia y poder. Tal como relata la Biblia, esta experiencia nos demostró que “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos 46:1).
Estudiar la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, me ha ayudado a comprender el uso práctico de la oración. Estos dos libros son guías indispensables para maniobrar con éxito entre los desafíos de cada día. Nos señalan que cada uno de nosotros tiene una relación esencial y eterna con Dios. También hacen hincapié en el poder sanador, la protección y el cuidado de Dios para con Su creación.
Durante el huracán, los vientos tempestuosos hicieron que mi amigo y yo nos cuestionáramos si la casa podría resistir una tormenta tan fuerte sin sufrir ningún daño. Como medida de precaución, habíamos cubierto las ventanas y puertas con tablas, pero decidimos quedarnos afuera unos minutos para asegurarnos de que la casa no sería afectada por el huracán.
De repente, una ráfaga de viento hizo que una puerta muy grande se cerrara de golpe, dejándonos afuera. Adentro, un pedazo de madera grande que habíamos usado para mantener la puerta cerrada contra el viento, se había caído y se quedó atascado contra ella. Las otras entradas posibles estaban bien cerradas, y todas las herramientas estaban dentro de la casa. A pesar de nuestros esfuerzos para abrirla, la puerta permaneció cerrada. Además, el vecino más cercano vivía a más de un kilómetro y medio, y el viento estaba tan tempestuoso que pensamos que sería difícil y peligroso viajar por ese largo camino de tierra.
Parecíamos estar en una situación desesperada, ya que no teníamos manera de entrar en la casa ni tampoco había un refugio adecuado donde protegerse de la tormenta. Así que acudí de todo corazón a Dios, para quien “todo es posible” (Mateo 19:26). Tranquila y calladamente afirmé nuestra inseparabilidad de Dios, la Mente divina. La Biblia señala claramente que nosotros, tanto individual como colectivamente, somos uno con la Mente infinita. Mary Baker Eddy ilumina nuestro entendimiento de la totalidad infinita de la creación de Dios, cuando escribe: “Así como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser” (Ciencia y Salud, pág. 361). Y las Escrituras nos dicen: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).
La oración centrada en nuestra relación inseparable con Dios nos revela que moramos por siempre en la seguridad de la Mente divina e infinita, que incluye solo las ideas inteligentes que reflejamos. En la armonía de esta Mente no hay miedo, perturbación o confusión que pueda estorbar nuestro pensamiento y nuestra capacidad para recibir esas ideas divinas. Las ideas de la Mente fluyen continuamente hacia nosotros como la pura expresión de Dios.
A pesar del caótico viento que nos rodeaba, recordé esta promesa del libro de Isaías: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (41:10). Esta verdad espiritual me confortó, y me inundó una sensación de paz que no surgió de la voluntad humana ni de la casualidad, sino de la confianza en Dios, la Mente omnipresente y omnipotente.
Las acciones que realizamos luego ocurrieron muy rápidamente. Mi amigo empujó la enorme puerta con todas sus fuerzas hasta que el pedazo de madera que estaba atascado se movió, y la puerta se abrió un poco arriba. A pesar del fuerte viento, los dos mantuvimos el equilibrio cuando trepé por la espalda de mi amigo y entré por el pequeño hueco para quitar la madera. Como consecuencia, pudimos entrar y ponernos a salvo.
Mientras duró el huracán me sentí agradecida, feliz y tranquila, porque esta experiencia me demostró que el Dios omnipresente nos protege y nos guía en cualquier situación. Cuando terminó el huracán, comprobamos que la casa no había sufrido daño alguno, lo que fue otra prueba más de la protección de Dios.
Apoyarse en el Dios omnipotente y omnipresente siempre tiene su recompensa, tal como aprendemos en la Biblia. Los salmos nos aseguran que [Dios] “cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas” (Salmos 107:29). Tener esta confianza aquieta el temor y nos capacita para pensar y actuar con claridad y decisión cuando enfrentamos desafíos. Y sabemos que moramos con seguridad en el cuidado de Dios.
Cherie L. Holloway
Tulsa, Oklahoma, EUA
Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 13 de febrero de 2017.
