“¿Estás bromeando? ¿Quieres que haga qué? ¡Qué estupidez!”
Sí, esa era yo de adolescente, alterándome cada vez que mi mamá me decía qué hacer. Pensamientos como éstos luego darían lugar a conversaciones hostiles con mi mamá donde le decía cosas que más tarde me daba cuenta que no había querido decir. Pero yo era una adolescente. Se suponía que debía sentirme frustrada, enojada y molesta con mis padres, ¿no?
Mientras que ese era el mensaje que estaba recibiendo de diversas películas y programas de televisión, estos encontronazos con mi madre no se sentían tan naturales. Después, me sentía perturbada e infeliz, y arrepentida por decirle cosas dolorosas a alguien a quien amaba. Este arrepentimiento me hizo darme cuenta de que algo necesitaba cambiar en mi relación con mi mamá.
Debido a que la Ciencia Cristiana siempre me ha ayudado cuando he necesitado curación o una perspectiva diferente sobre una situación, pensé en una de las primeras lecciones que aprendí en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: los Diez Mandamientos. Uno de esos mandamientos, el quinto, aborda específicamente nuestra relación con nuestros padres. Dice: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12).
Me di cuenta de que cuestionar constantemente las instrucciones de mi mamá, sobre todo con un tono de desdén, ciertamente no era estar honrando a mi mamá. Entonces, ¿cómo podría hacer las cosas de manera diferente?
Moisés, el hombre de la Biblia que nos dio los Diez Mandamientos, me ofreció un ejemplo de alguien que honró a sus padres y vio buenos resultados. Después de salir de Egipto con su pueblo, los israelitas, Moisés se sentaba todo el día para “[juzgar] entre el uno y el otro, y [declarar] las ordenanzas de Dios y sus leyes”. Sin embargo, Jetro, el suegro de Moisés, sugirió que para asuntos pequeños, Moisés debía delegar el papel de ser juez a otras personas idóneas en el grupo, en lugar de asumir toda la responsabilidad. Moisés honró a Jetro escuchándolo y luego estableció un sistema que hizo que los israelitas dependieran menos de una sola persona para resolver los problemas cotidianos. Esto liberó a Moisés para tratar con cosas más importantes (véase Éxodo 18:13-27). Que Moisés honrara a Jetro no sólo significó que los israelitas dieran un paso de progreso, sino que Moisés también lo hiciera.
La historia de Moisés me mostró que seguir las instrucciones de mis padres respetuosamente no tenía que venir con una desventaja. De hecho, podría ser una bendición. Decidí practicar más fielmente el Quinto Mandamiento, especialmente en mi relación con mi mamá. Cada vez que estaba tentada a quejarme de algo que mi mamá estaba haciendo, pensaba en cambio en las cualidades que valoraba en ella, como su bondad, paciencia e inteligencia. Esas cualidades son espirituales; vienen del Espíritu, Dios, siempre presente y eterno, y por lo tanto, siempre formaban parte de la identidad de mi mamá como el reflejo de Dios. Así que sabía que las cualidades no podían ir y venir dependiendo de su comportamiento o el mío.
A medida que veía más consecuentemente a mi madre como Dios la hizo, también comencé a identificarme a mí misma de manera diferente. En lugar de verme como una adolescente irritable, me di cuenta de que también yo estaba hecha a imagen y semejanza de Dios, tal como se dice en el primer capítulo del Génesis. En consecuencia, yo estaba equipada sólo con cualidades de Dios, como paciencia, gracia y comprensión.
En poco tiempo, se volvió más fácil escuchar y comunicarme respetuosamente con mi mamá, y me olvidé del menosprecio que había sentido hacia ella. La curación se hizo evidente cuando, un poco más tarde, mi mamá me pidió que hiciera algo que me parecía innecesario. Pude escuchar inmediatamente, ver el deseo de mi mamá de cuidarme, y obedecer con un corazón lleno de amor, en lugar de reaccionar con frustración. No era sólo amor por un padre humano; era un reconocimiento del amor ilimitado de Dios por las dos. Sentí un maravilloso sentido de hermandad con ella. No éramos dos mortales en desacuerdo, sino las hijas igualmente amadas de Dios.
Esta curación con mi mamá ha sido un hito en las relaciones para mí. He aprendido que reina una gran paz al reconocer la identidad espiritual de cada persona y la fuente divina de toda la bondad que expresan, ya sea un miembro de la familia, un amigo de Facebook o un extraño que pasa por la calle. La identificación espiritual de quiénes somos todos como hijos de Dios tiene un efecto curativo.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Febrero de 2017.
