“¿Estás bromeando? ¿Quieres que haga qué? ¡Qué estupidez!”
Sí, esa era yo de adolescente, alterándome cada vez que mi mamá me decía qué hacer. Pensamientos como éstos luego darían lugar a conversaciones hostiles con mi mamá donde le decía cosas que más tarde me daba cuenta que no había querido decir. Pero yo era una adolescente. Se suponía que debía sentirme frustrada, enojada y molesta con mis padres, ¿no?
Mientras que ese era el mensaje que estaba recibiendo de diversas películas y programas de televisión, estos encontronazos con mi madre no se sentían tan naturales. Después, me sentía perturbada e infeliz, y arrepentida por decirle cosas dolorosas a alguien a quien amaba. Este arrepentimiento me hizo darme cuenta de que algo necesitaba cambiar en mi relación con mi mamá.
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