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El sereno poder de las palabras de Jesús

Del número de junio de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Febrero de 2017.


A fines de la década de 1970, yo estaba pasando por un momento muy difícil. Debido a la situación que enfrentaba mi familia, tuve que volver a trabajar después de casi veinte años de ser ama de casa y madre. Como resultado de orar y escuchar la guía de Dios, con el tiempo logré encontrar un trabajo muy adecuado para mí, como secretaria en una universidad por la zona donde vivía. No obstante, esto no era lo que yo había esperado que fuera mi vida.

Un día, encontré esta declaración en los escritos de Mary Baker Eddy: “Según mi manera de pensar, el Sermón del Monte, leído todos los domingos sin comentarios y obedecido durante toda la semana, sería suficiente para la práctica cristiana” (Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1901, pág. 11). Esto me hizo comprender que la Sra. Eddy consideraba que estas enseñanzas eran sumamente importantes para todos los seguidores de Cristo Jesús.

Jesús enseñó la verdad científica del ser. Él enseñó a quienes lo escuchaban que Dios, el Espíritu, es el Padre de todos, e ilustró mediante sus curaciones que cada uno de nosotros —como Dios nos ha creado en realidad— es espiritual, perfecto, y que vivimos en el Espíritu, no en la materia. Sus enseñanzas y obras sanadoras aparecen en los cuatro Evangelios de la Biblia. Sin embargo, en Mateo, capítulos 5, 6 y 7, algunas de sus más conocidas enseñanzas, entre ellas las Bienaventuranzas y el Padre Nuestro, están reunidas en lo que se ha llegado a conocer como el Sermón del Monte.

Las formas en que el Cristo puede tocar nuestros corazones, educarnos espiritualmente, regenerarnos y sanarnos, no tienen límite.

Al pensar en esto, se me ocurrió que podía tratar de leer el Sermón del Monte una vez a la semana. Eso además de mi estudio diario de la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana, la que considero que ha sido esencial para mi bienestar y progreso espiritual a lo largo de los años. Yo no tenía ninguna expectativa en particular sobre esta práctica semanal, pero después de varios meses de estudiar concienzudamente el sermón una vez a la semana, me di cuenta de que se estaban produciendo cambios en mi vida. La verdad espiritual expresada en las enseñanzas de Jesús había empezado a penetrar en mi forma de pensar. Empecé a ver más claramente que mi verdadera identidad no era la de un mortal solitario y tímido que estaba pasando por una situación desdichada, sino la de la amada y amorosa hija de Dios. Sabía que estaba en mi lugar correcto, y que estaba realizando una actividad que era apropiada para mí en aquel momento, y que bendecía también a otros. Me di cuenta de que mi trabajo me brindaba muchas oportunidades de aplicar la “práctica cristiana” de la bondad, la paciencia y la alegría genuinas de ayudar a otros, tanto a los profesores como a los estudiantes.

Mi estudio semanal del sermón continuó por más de un año, y luego lo dejé de lado por un tiempo. Durante los restantes cinco años que trabajé en la universidad, recibí dos ascensos que trajeron nuevas e interesantes responsabilidades. Con el tiempo, pude dejar con toda naturalidad ese trabajo para entrar en la práctica pública de la Ciencia Cristiana.

A lo largo de los muchos años que han transcurrido desde entonces, en ocasiones he estudiado semanalmente el Sermón del Monte por períodos más cortos. Con frecuencia me he preguntado: “¿Cómo es posible que estas enseñanzas puedan elevar serenamente y por completo la vida de una persona?”. Encontré una respuesta a esa pregunta en una de las parábolas de Jesús.

Siempre me han gustado sus parábolas, sus breves historias que nos enseñan algo profundo. Hace poco, estaba viendo las que se encuentran en el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, y una de ellas de pronto tuvo para mí un nuevo significado. Era la parábola de la levadura, donde Jesús dice: “El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado” (versículo 33).

La acción de la levadura al hacer el pan es totalmente invisible; lentamente hace que la masa crezca hasta que está lista para hornear. Y eso parecía describir lo que había ocurrido en mi vida. La verdad espiritual de las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte, activa en mi pensamiento semana tras semana, había actuado como la levadura, elevándome y apartándome suavemente de la desilusión y la infelicidad hacia el progreso espiritual, y preparándome para lo que vendría después.

Las palabras de Cristo Jesús nos hablan a cada uno de nosotros individualmente cuando las buscamos con ahínco, ya sea que recurramos a ellas por una necesidad o con el simple deseo de aprender y crecer. El libro de texto de la Ciencia Cristiana dice que el Cristo, el cual Jesús demostró tan plenamente, “es la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 332). Las formas en que el Cristo puede tocar nuestros corazones, educarnos espiritualmente, regenerarnos y sanarnos, no tienen límite. Y ciertamente podemos experimentar esta poderosa influencia divina mediante las enseñanzas de Jesús registradas en la Biblia. La verdad contenida en sus palabras puede bendecirnos silenciosamente, aun antes de que comprendamos los significados más profundos de dichas palabras. A medida que estudiemos devotamente sus enseñanzas, y reflexionemos sobre ellas, aprenderemos de ellas y seremos sanados por ellas.

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Febrero de 2017.

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