Es con gran alegría que expreso mi gratitud a Dios por la curación que tuvo mi hijo mayor, que en aquel momento tenía cuatro años de edad. Una mañana, hace unos cinco años, se despertó y vino corriendo a verme. Se acercó a mí y dijo: “Papi, el fuego se ha ido. Papi, ¿quién puso el fuego en mis oídos?” Se había dado cuenta de que un par de días antes, él había tenido una curación rápida de un dolor de oído.
Dos días antes, entre las tres y las cuatro de la mañana, le dolían tanto los oídos que vino a vernos, a su madre y a mí, para decirnos qué pasaba. Lo consolamos. Entonces, como estaba asistiendo a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, le recordé que Dios, la Mente divina, el Amor, estaba cuidando de él en cada detalle, por lo que era imposible que algo malo le sucediera. También le dije que Dios estaba en todas partes y que no debía tener miedo.
Seguí orando, y reconocí que Dios, la Mente divina, gobernaba la salud del pequeño. Oré para saber que en ningún momento mi hijo, que es el hijo amado de Dios, creado a Su imagen y semejanza, estaba separado de su creador. Agradecí que Dios, la Mente divina, comunica a toda la humanidad, incluido mi hijo, pensamientos de pureza, salud y armonía, de manera permanente, infalible e incorruptible. Reconocí que estos pensamientos espirituales eran capaces de anular cualquier pretensión de la mente mortal que se manifestara como enfermedad o dolor.
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