Es con gran alegría que expreso mi gratitud a Dios por la curación que tuvo mi hijo mayor, que en aquel momento tenía cuatro años de edad. Una mañana, hace unos cinco años, se despertó y vino corriendo a verme. Se acercó a mí y dijo: “Papi, el fuego se ha ido. Papi, ¿quién puso el fuego en mis oídos?” Se había dado cuenta de que un par de días antes, él había tenido una curación rápida de un dolor de oído.
Dos días antes, entre las tres y las cuatro de la mañana, le dolían tanto los oídos que vino a vernos, a su madre y a mí, para decirnos qué pasaba. Lo consolamos. Entonces, como estaba asistiendo a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, le recordé que Dios, la Mente divina, el Amor, estaba cuidando de él en cada detalle, por lo que era imposible que algo malo le sucediera. También le dije que Dios estaba en todas partes y que no debía tener miedo.
Seguí orando, y reconocí que Dios, la Mente divina, gobernaba la salud del pequeño. Oré para saber que en ningún momento mi hijo, que es el hijo amado de Dios, creado a Su imagen y semejanza, estaba separado de su creador. Agradecí que Dios, la Mente divina, comunica a toda la humanidad, incluido mi hijo, pensamientos de pureza, salud y armonía, de manera permanente, infalible e incorruptible. Reconocí que estos pensamientos espirituales eran capaces de anular cualquier pretensión de la mente mortal que se manifestara como enfermedad o dolor.
Negué toda posibilidad de una influencia negativa de odio o magnetismo animal dirigida contra la vida, la salud y la paz de mi hijo. También declaré que la vida, la salud y la perfección del pequeño estaban exclusiva y absolutamente en manos de la Mente única, Dios. Agradecí saber que estas verdades que afirmaba eran leyes eficaces, inviolables, inmutables e incorruptibles que se aplicaban a este caso de manera directa, infalible y absoluta; y que nada podía causar interferencia, confusión o retraso. Yo sabía que estas verdades eran seguras y sumamente eficaces. Puesto que venían del Cristo contra el error de cualquier clase, podían derrotar las pretensiones de la mente mortal en este caso concreto.
Pensé profundamente en un pasaje que me resulta familiar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy, que dice: “Una idea espiritual no tiene un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que es nocivo” (pág. 463).
Entonces le pedí a mi hijo que repitiera conmigo “El regalo de Año Nuevo de la Madre a los niños pequeños”, de Mary Baker Eddy:
Padre-Madre Dios,
en Tu amor,
guárdame al dormir,
guía mis pies al ir
de Ti en pos.
(Escritos Misceláneos, pág. 400)
Recientemente había aprendido esa oración en la Escuela Dominical, y a menudo la decía antes de irse a dormir. También dijimos juntos el Padre Nuestro. Entonces, el niño se fue a dormir.
Después de eso, lo deje al cuidado de su madre porque yo tenía que ir a trabajar. Durante todo el día, mi esposa y yo mantuvimos presentes todas estas verdades que mencioné, y esperábamos que nuestro hijo tuviera una recuperación rápida y completa. Cuando el niño se despertó más tarde ese mismo día, ya no se quejaba de que le dolieran los oídos.
Recién dos días después se dio cuenta de que había sanado y me preguntó quién había puesto el fuego en sus oídos. Le respondí que no había fuego y que nadie podía haberle prendido fuego en los oídos, pues, como imagen de Dios, a cada momento estaba protegido, bendecido, guiado y apoyado por Dios, que lo ama mucho.
Con gran gratitud a Dios y a la Ciencia Cristiana, revelada por Mary Baker Eddy, así como a los maestros de la Escuela Dominical, comparto con ustedes la alegría que sentimos como familia cuando nuestro hijo fue sanado.
Daniel Mfumu Mawonzi,
Kinshasa, República Democrática del Congo
Publicado originalmente en Le Héraut de la Science Chrétienne de Junio de 2017.
