Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Oración: invitación y exigencia

Del número de junio de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en JSH-Online.com, el 22 de septiembre de 2016.


Mi crianza en una familia de Científicos Cristianos me enseñó que la oración es una poderosa manera de pensar, una manera de volver constantemente la atención a las cosas espirituales. De niña aprendí que Dios está aun más cerca que mi consciencia, y que reflexionar sobre Su bondad y poder trae confianza y paz. Me di cuenta de que cuanto más segura me sentía acerca del amor de Dios por mí, más natural era adoptar una actitud mental contra todo lo desemejante a Él; contra los sentimientos mortales tales como miedo, envidia, tristeza o ira, y contra la enfermedad, el agravio y la pérdida.

A medida que crecía, la oración a veces parecía una respuesta a la tierna invitación de conocer a Dios o de desarrollar mi entendimiento espiritual. Una situación así ocurrió cuando tenía unos nueve años. Caí enferma con síntomas fuertes de gripe. Mis padres se aseguraron de que estuviera cómoda en la cama y se pusieron a orar por mí.

Sabía que la enfermedad era una visión equivocada acerca de Dios y Su creación. A pesar de mi corta edad, ya había leído estas declaraciones profundas de Mary Baker Eddy: “Todo lo bueno o digno, lo hizo Dios. Lo que carece de valor o es nocivo, Él no lo hizo, de ahí su irrealidad. [...] El pecado, la enfermedad y la muerte deben ser considerados tan desprovistos de realidad como lo están del bien, Dios” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 525). Pero yo no estaba segura de cómo corregir la percepción abrumadora de que estaba enferma.

Al esperar en calma pero atenta a la inspiración que necesitaba, sentí el impulso de leer un poema de la Sra. Eddy titulado “Himno de Comunión”. La tercera estrofa contiene estas palabras sobre el Cristo, el mensaje amoroso de Dios para nosotros:

Al infiel llama: “Ven a esta fuente,
limpia tus yerros aquí;
el Espíritu te hará
puro, y libre sanarás
de tus penas y de todo mal”

(Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 399).

Sentí que había recibido una invitación ahí mismo, en mi cuarto; un llamado a pensar acerca de estar inmersa en el Espíritu, Dios. De inmediato percibí mi verdadero yo espiritual —puro, fuerte y saludable— como una idea divina más que como un cuerpo material. Percibí que la visión equivocada, o pecadora, de la realidad desaparecía de mi pensamiento. En ese instante, sané por completo de la enfermedad.

Con el pasar de los años, a medida que mi entendimiento de Dios aumentaba, la oración a menudo se convertía en la aceptación de una exigencia divina; un llamado a la clara visión espiritual que no solo atesora la buena creación de Dios, sino que rechaza de manera activa su opuesto.

Una mañana de otoño, años más tarde, camino a una entrevista de trabajo, bajaba por las escaleras del metro cuando el tacón del zapato se trabó en el dobladillo de mi abrigo largo. Caí varios escalones y me lastimé gravemente uno de los tobillos. Llegar a la reunión parecía imposible, así que con gran dificultad, regresé a casa.

Una hinchazón preocupante había aparecido en el tobillo. Sentí la imperiosa exigencia de orar, para tener la certeza de que este problema era irreal y rechazarlo. Las palabras profundas de “la declaración científica del ser” vinieron a mi pensamiento (véase Ciencia y Salud, pág. 468). Esta declaración niega inequívocamente cualquier realidad de la materia y afirma la totalidad de Dios como Espíritu, y al hombre como enteramente espiritual, hecho a Su semejanza.

Declaré con firmeza y en voz alta el breve contenido de esos siete renglones, sintiendo una confianza basada en la autoridad de Dios. El tobillo rápidamente volvió a su tamaño normal, y en instantes estaba completamente libre de la lesión. Me dirigí hacia el metro, e incluso llegué a tiempo a mi cita.

Muchas de las curaciones que he tenido en mi vida han requerido de un razonamiento espiritual más sostenido y de mayor comunión con Dios. Pero se ha vuelto evidente para mí que cada vez que mi pensamiento acepta de todo corazón la invitación y la exigencia de orar, más se convierten el pensar y el orar en uno. Mis oraciones más profundas han resultado ser mis mejores pensamientos, y viceversa. Y el resultado ha sido la curación definitiva.

El razonamiento espiritual y recurrir a Dios con sinceridad son pasos naturales para nosotros como pensadores espirituales. Los límites del pensamiento humano se expanden y nos aproximamos al mandato bíblico de “orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17) al acoger la disciplina de la oración.

La Sra. Eddy expone la oración constante de esta manera: “Vigilad diligentemente; jamás abandonéis el puesto de vigilancia espiritual y autocrítica. Esforzaos por la abnegación, justicia, humildad, misericordia, pureza y amor. Dejad que vuestra luz refleje Luz. No tengáis otra ambición, otro afecto, ni propósito, que no sea la santidad. No olvidéis ni por un momento, que Dios es Todo-en-todo —por tanto, no existe, en realidad, sino una sola causa y un solo efecto” (Escritos Misceláneos 1883-1896, págs. 154-155).

Todos podemos aceptar la invitación y la exigencia sagradas de orar de esta manera, para ser pensadores espirituales en todo momento, todos los días.

Publicado originalmente en JSH-Online.com, el 22 de septiembre de 2016.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / junio de 2017

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.