En esta época del año, gran parte del mundo resplandece de colores, luces y decoraciones anticipando la Navidad. En medio de todo el resplandor, a veces resulta difícil encontrar las sencillas señales que indican que se trata de un día sagrado.
Si miras con cuidado ese pino alto en la vidriera del negocio, posiblemente veas una estrella brillante en la punta, imágenes de ángeles o pastores entre su follaje, o tal vez un modesto pesebre debajo de las ramas siempre verdes; símbolos todos ellos de uno de los sucesos más trascendentales de todos los tiempos.
La historia misma del nacimiento no trata acerca de un suceso ostentoso, sino de la callada bienvenida a un niño precioso, el tan largamente esperado Mesías, Cristo Jesús; el hombre que ejemplificó al Cristo, la verdadera idea de la naturaleza divina. Fue un suceso histórico que trajo el cristianismo, con su promesa de curación, a un mundo ávido de consuelo y esperanza.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, nos alienta a conocer la historia de la primera Navidad, cuando afirma: “Es de lo más justo que los Científicos Cristianos conmemoren la natividad de Jesús” (Escritos Misceláneos 1883 –1896, pág. 374). Sin embargo, así como miramos el pino más detenidamente por la vidriera para descubrir qué más hay entre sus ramas, la Sra. Eddy nos alienta a mirar aún más profundamente para discernir la verdadera sustancia de la Navidad. Ella escribe: “En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Éste es el niño que hemos de atesorar” (ibíd, pág. 370).
Así como el niño se manifestó a los pastores vigilantes en el establo de Belén, el verdadero significado de la Navidad se manifiesta a nosotros. Con sagrada simplicidad podemos reconocer que el Cristo revela que nuestra verdadera naturaleza es únicamente espiritual. Con dichosa expectativa podemos percibir que el Cristo revela nuestra identidad como hijos de Dios; con firme optimismo podemos abrir nuestros corazones para dar la bienvenida a este Cristo sanador.
Con sagrada simplicidad
¿Podría haber habido un entorno más sencillo que un establo para dar la bienvenida al niño Jesús? Su lecho era el pesebre de los animales bajo la quietud de una noche estrellada en Belén.
Esto indica una de las formas en las que podemos recibir al Cristo, la Verdad: en momentos de tranquila contemplación. Cuando entramos en nuestro aposento mental y cerramos la puerta, encontramos la misma simple quietud de la Navidad que los pastores y los reyes magos recibieron con agrado, y vislumbramos la gloria y la magnitud de la presencia del Cristo.
Con sencilla confianza, María, la Virgen-madre, debe de haber percibido las promesas y profecías del nacimiento de Jesús, meditándolas “en su corazón” (Lucas 2:19). Meses antes de dar a luz, ella se había apartado por un tiempo del ajetreo y el bullicio de la vida en la ciudad, y se había ido a las montañas de la tierra de Judea, o Judá, a la que la Sra. Eddy define en parte como “el aparecimiento de la comprensión espiritual de Dios y el hombre” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 589).
La Navidad, comprendida espiritualmente, revela la verdad de la identidad que Dios nos dio en el Espíritu, no en la materia. La concepción de Jesús probó que solo Dios, el Espíritu, era su Padre, y este acontecimiento único elevó el pensamiento, en aquel entonces y ahora, a la comprensión de la verdad universal de la fuente espiritual del hombre. Hoy en día, el Cristo continúa iluminando la consciencia humana al revelar nuestra unidad con nuestro Padre-Madre Dios. Jesús enseñó acerca de esta unidad. Vivió esta unidad. Y ayudó a otros a demostrar su unidad con Dios.
La demanda de Cristo es sagrada y simple: amar a Dios sin medida, glorificarlo en todo aspecto de nuestras vidas. La promesa del Cristo de que somos los hijos de Dios está vigente ahora mismo y siempre. Nuestra amable bienvenida a su mensaje hace que este se cumpla en nuestras vidas.
Con dichosa expectativa
Podemos dar la bienvenida a este mensaje sanador del Cristo y afirmar nuestra herencia espiritual con alegría y expectativa. El bien es nuestro porque somos los hijos de Dios, y podemos orar para permitir que nuestra naturaleza espiritual se manifieste.
Esta expectativa se ve en la forma en que el profeta Isaías proclamó la gloria de Dios y tuvo una clara visión del Hijo de Dios cientos de años antes de la llegada del Salvador: “Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, …y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
En un momento en que me sentía muy desalentada, el practicista llamó.
La alegría es evidente en los pastores vigilantes que levantaron su mirada para ver el cielo lleno de un coro de ángeles dando la bienvenida al nuevo nacimiento. Y su respuesta fue inmediata: “Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado” (Lucas 2:15).
La llegada de Jesús a la escena humana fue un llamado de atención. Un himno en el Christian Science Hymnal: Hymns 430–603 (Himnario de la Ciencia Cristiana: Himnos 430–603), nos lleva al humilde pueblito del nacimiento, y pregunta cómo podemos hoy darle la bienvenida al niño: “¿Qué le daremos hoy?” (N° 434).
¿Expresaremos hoy la misma alegría y disposición para el Cristo? Hacerlo abre la puerta a la comprensión espiritual de que lo único que existe es Dios y Su creación, incluida Su idea perfecta, el hombre. La Verdad lo revela. El Amor nos capacita para verlo. Esta vívida percepción y expectativa trae curación.
Con firme optimismo
La estrella de Belén brilló muy por encima del establo, dispersando la oscuridad de la noche y elevando el pensamiento a la percepción de un suceso maravilloso. Los reyes magos conocían los cielos estrellados, de modo que deben de haber vislumbrado que esta estrella nueva era única, y viajaron una gran distancia para descubrir qué significaba. Ni siquiera las artimañas del rey Herodes pudieron interferir en el optimismo, la gran alegría y veneración de los reyes magos por la promesa que este niño pequeño representaba. Lo apoyaron con firmeza, le dieron sus obsequios, y salieron del pueblo en otra dirección para mantener a este niño bendito oculto del alcance del maligno.
Hoy, como un gran rayo de luz, la verdad del ser divino amanece con una gloria cada vez más grande. Damos la bienvenida a la expresión omnipotente y omnipresente de la Verdad divina como el Cristo. Las tinieblas de la resistencia a la Verdad, simbolizada en la época del nacimiento de Jesús por los esfuerzos asesinos del rey Herodes para eliminar al niño de Belén, querrían aplastar la idea-Cristo si pudieran. Pero a medida que mantengamos con firmeza el mensaje más profundo de la Navidad en el pensamiento, la efímera bruma del pensamiento de Herodes es revelada y dispersada.
Encontramos nuestra satisfacción, nuestra verdadera identidad e individualidad, en Cristo. Cada uno de nosotros es precioso ante los ojos de Dios. El Amor divino nos ha creado para que cumplamos con alegría nuestro propósito divino. De modo que, cada uno de nosotros tiene una misión divina: ser testigos de la presencia y del poder de la Verdad y del Amor, que nos consuela y nos sana a nosotros y a nuestro mundo, como Jesús probó.
¿Dónde está este Cristo hoy en día? Aquí mismo, manifestándose por siempre, brillando tan espléndidamente como la estrella en el cielo de Belén, y elevando la consciencia humana más allá de las creencias materiales. La activa influencia del Cristo en la consciencia humana se puede discernir y adorar. El Cristo está anunciando activamente la verdad de Dios, y de nosotros como el reflejo precioso de Dios, para nosotros, nuestro prójimo y todos, en todas partes, siempre.
La Sra. Eddy escribió acerca de una época en su experiencia cuando “las antorchas del Espíritu iluminaron el carácter del Cristo” (Retrospección e Introspección, pág. 23). Ella oraba a diario para comprender más plenamente esta luz de la Verdad y probar todo el poder y gracia del Cristo sanador, el niño de la curación cristiana. La obra de su vida fue compartir con el mundo su descubrimiento de la Ciencia del Cristo.
Mi esposo y yo tuvimos una bella prueba de esta presencia sanadora del Cristo cuando estábamos esperando un bebé una Navidad. El nacimiento había comenzado una semana antes, pero el bebé no había llegado todavía, y las parteras dijeron que había una obstrucción.
Habíamos estado orando con un practicista de la Ciencia Cristiana, y en un momento en que me sentía muy desalentada, el practicista llamó. Las ideas que compartió con nosotros fueron simples, llenas de alegre expectativa y optimismo, alentándonos a dar la bienvenida al glorioso desarrollo de la bondad de Dios.
Fuimos obedientes al someter nuestro sentido humano de las cosas a la ley divina de la actividad correcta que estaba en operación en ese mismo momento. Sentimos el tierno cuidado de nuestro Padre-Madre Dios. De pronto, la situación cambió y una hora después nació nuestra hija.
Esto es una evidencia de cómo la gloria del Cristo, que el nacimiento de Jesús representó, está disponible hoy así como lo estuvo cuando nació el Salvador, y tan presente como cuando la Sra. Eddy nos alentó a iluminar nuestro sentido material de la Navidad dándole la bienvenida al Cristo. Ella nos asegura: “Hoy el Cristo es, como nunca antes, ‘el camino, y la verdad, y la vida’, ‘aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo’, sanando toda tristeza, enfermedad y pecado” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 257).
De manera que, esta Navidad, podemos considerar más detenidamente las lecciones aprendidas por medio de aquellos que escucharon a los ángeles cantar. Descubramos nuevamente la promesa de la Navidad y démosle la bienvenida a este niño de la curación cristiana que debemos atesorar. Unámonos al coro de ángeles: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2:14).
