Faltaban unas semanas para la primera Navidad después del divorcio de mis padres. Estaba atemorizada por las fiestas. Mi papá vivía con otra mujer y sus seis hijos, y el plan era que lo visitáramos en Navidad. Mi madre estaría sola.
A medida que se acercaban las fiestas, me sentía deprimida y triste. Aunque cuando mi padre estaba con nosotros solíamos vivir con temor por su ira, él, no obstante, hacía que nuestra familia se sintiera segura y completa. La mañana de Navidad siempre había sido especial, con papá sentado con nosotros junto al árbol, repartiendo regalos. Pero ahora, el sentimiento de que como familia teníamos una relación muy estrecha había desaparecido.
Esto no significaba que nunca hubiera pensado sobre el verdadero significado de la Navidad. Pero esta Navidad, con la perspectiva de que me esperaban unas fiestas dolorosas y decepcionantes, me encontré recurriendo a Dios más que nunca antes para comprender de qué se trata la Navidad.
Pensé en la primera Navidad. La belleza, la paz y la alegría llenaron el lugar donde nació Jesús. Esas cualidades no dependían del entorno ni de las personas presentes. No tenían nada que ver con las expectativas personales de nadie. Eran la evidencia de la presencia del Amor divino abrazando a la humanidad: la unidad del divino Padre y Sus hijos, que Jesús vino a mostrarnos.
A medida que empecé a captar el significado más profundo de la Navidad, comencé a darme cuenta de que todo lo que Cristo Jesús enseñó y demostró acerca del amor de Dios en realidad se aplicaba a mí. Nada podía separarme de Dios, y nada de lo que había ocurrido podía jamás alejarme de Su amor. La Navidad era un nuevo comienzo, una revelación de la bondad suprema de Dios, espiritual e indestructible. Comprendí que esta bondad era el hecho permanente de mi vida y la de mi familia, e incluso era verdad para esta mujer y sus seis hijos. Nada podía quitarnos esta bondad a ninguno de nosotros.
Eso fue como un faro para mí. En lugar de quedarme absorta en los problemas que estaba teniendo con mi familia, o sentirme deprimida por cómo habían cambiado las cosas, comencé a pensar cómo esta bondad eterna de Dios nos incluye a todos. Esta idea brilló como una luz en mi pensamiento y me ayudó a disipar los oscuros sentimientos de tristeza acerca de la situación.
También me ayudó a perdonar a mi padre y aceptar a esta mujer, que finalmente se convirtió en su esposa. Mi corazón se ablandó, y comprendí que ella y sus hijos no eran mis enemigos por sacarnos a mis hermanos y a mí la atención de mi padre. Sentí el abrazo del Amor divino —el Amor que nos amaba a todos— y sabía que, como hijos de Dios, cada uno de nosotros estaba incluido en un amor aún más grande que nunca podía agotarse y que nunca podía desaparecer.
Pensar en esto me liberó del sentimiento de desilusión y mis ideas acerca de cómo debería ser la Navidad. Sentí el amor de Dios y supe que podía expresar este amor sin importar dónde estaba, con quién estaba, o qué estaba sucediendo a mi alrededor.
Aunque ese año la Navidad, no obstante, fue un desafío, al mirar atrás, también puedo ver cuán importante fue esa fiesta. Me hizo ahondar profundamente en mi corazón para encontrar el verdadero significado de ese día y apoyarme en Dios, en lugar de en mis padres, para hallar la alegría de la temporada. Lo mejor de esa Navidad fue que, por primera vez, no estuve recurriendo a nadie para que me hiciera feliz en las fiestas. En cambio, se me ofreció el don de descubrir lo que tenía que dar: amor.
