Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle. —Mateo 2:1, 2
No se sabe mucho de los Reyes Magos, que posiblemente formaban parte de un sacerdocio persa de hombres sabios ordenados por reyes. Los Reyes Magos que buscaban al Mesías lo hicieron con sagrada anticipación. Como habían pronosticado los profetas, este Mesías iba “a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel”, y daría el “manto de alegría en lugar del espíritu angustiado” (Isaías 61:1, 3).
Estos buscadores viajaron una gran distancia desde “el oriente”, atravesando finalmente un beligerante imperio romano hacia su destino desconocido. ¿Cómo podían estar tan seguros de que encontrarían lo que estaban buscando? Durante siglos habían estado a la espera de una señal de que el Mesías vendría en cierta época y en cierto lugar. Y cuando apareció la estrella —“la estrella de todas las épocas” y “la luz del Amor” (véase Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 320)— tuvieron la entusiasta expectativa de que se cumpliría la profecía: que la salvación se extendería a todos, como una luz para toda la humanidad.
La Navidad celebra esta luz que amaneció con el nacimiento de Cristo Jesús y conmemora la gran verdad de que el niño Cristo creció para enseñar y predicar que el reino de Dios ha venido. El reino de Dios, que por mucho tiempo se creyó estaba lejos, Jesús dijo que está al alcance de la mano: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque el reino de Dios dentro de vosotros está” (Lucas 17:20, 21, según versión King James).
¡Qué alegría y qué alivio brinda esto! No tenemos que esperar cientos de años o incluso cientos de segundos para que venga el reino de Dios. El reino de los cielos —el cual la Ciencia Cristiana revela como la autoridad del Amor divino y la armonía de la Verdad divina— no depende del tiempo o del espacio. Está aquí y ahora, señalando el camino de salvación.
Jesús sabía que la Verdad y el Amor eran eternos, la única realidad, y que la influencia divina del Dios omnipotente extirpa las aparentes raíces de la discordia en la experiencia humana. Esto lo capacitó para destruir el pecado, sanar la enfermedad y vencer la muerte. La Ciencia Cristiana enseña lo que Jesús probó: que como todos somos los hijos de Dios, tenemos la capacidad innata de comprender a Dios y podemos seguir al Cristo, hasta cierto grado, al vencer el pecado, la enfermedad y la muerte. Es natural para nosotros sentirnos guiados hacia la luz de este Cristo-Verdad, así como “los Magos fueron guiados a contemplar y a seguir este lucero matutino de la Ciencia divina, que ilumina el camino hacia la armonía eterna” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. vii).
La búsqueda de la Verdad está arraigada en nuestra espiritualidad, no obstante, es posible que nos encontremos luchando, enfrentando desafíos debido al sufrimiento o a las dudas acerca de nuestra valía para experimentar el bien. Hasta Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, encontró que, en ocasiones, la senda era todo un desafío. Ella escribió: “La Descubridora de esta Ciencia podría hablaros de su timidez y desconfianza de sí misma, su soledad, sus afanes, agonías y victorias, al dar los primeros pasos en esta Ciencia, y cómo necesitó, para sobrellevarlo todo, de una inspiración milagrosa” (Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 17). Esta visión de la salvación para todos fortaleció su esperanza y creciente convicción de que Dios, la Verdad, es el único poder gobernante. Fue lo que la inspiró a escribir Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, el cual explica claramente su descubrimiento de la Ciencia y la práctica de la curación cristiana, y fue lo que la inspiró a dedicar el libro a “los honestos buscadores de la Verdad” (pág. xii).
Al leer este libro junto con la Biblia, me he sentido muy agradecida al ver cómo la esperanza madura hasta transformarse en comprensión espiritual, lo que ha traído como resultado curación a mi vida y también a la vida de los demás. Una situación que me conmovió profundamente fue cuando me presentaron a un hombre que deseaba con mucho interés aprender más acerca de la Ciencia Cristiana. Él estaba en custodia del estado debido a serios cargos, estaba lleno de remordimiento, angustiado y se encontraba bajo vigilancia al suicida. Hablamos juntos durante varios años, y a medida que él fue comprendiendo y aceptando la gracia y el amor de Dios, progresó cada vez más.
Lo que comenzó como un destello de esperanza había crecido hasta confirmar todo lo que él había anhelado: que Dios lo conociera y amara. Uno podía realmente decir que había encontrado la verdad —que Dios y el hombre son por siempre uno— y eso lo cambió. Dijo: “Cuando solo has conocido la oscuridad y la enfermedad mental, el paso de confiar en Dios abre un mundo totalmente nuevo”. Su historia ayudó a probar que el corazón receptivo y expectante puede encontrar consuelo y certeza en el cumplimiento de la promesa que expresa el Cristo en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).
La estrella de Belén que guió a los pastores y a los Reyes Magos hacia la idea infantil del Cristo, sigue brillando hoy. Como ellos, podemos sentirnos atraídos hacia esta luz que guía hacia la armonía y finalmente nos permite ver que “todo ese mundo nuevo” hacia el que somos guiados, es el reino de Dios dentro de nosotros mismos. No necesitamos esperar. El buscador de la Verdad puede encontrar que ese hogar, armonía y salvación están cerca.
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).
Kim Crooks Korinek
Redactora Adjunta
* Mary Baker Eddy; A10433, The Mary Baker Eddy Library; The Mary Baker Eddy Collection
