“Ocupado”. Había estado escuchando mucho esta palabra aparentemente inocua en conversaciones informales, y me hizo pensar por qué la escuchaba con tanta frecuencia y si, realmente, era tan inocente.
El hecho de ser diligente, trabajador y dedicado puede, por supuesto, considerarse una virtud. Pero este “estar ocupado” que escuchaba iba acompañado de sentirse estresado por tener “demasiado que hacer y muy poco tiempo para hacerlo”. Y la frecuencia con que escuchaba la palabra me hizo preguntarme si no era más una imposición de lo que yo había originalmente pensado. Cuando comencé a tener los síntomas de sentirme ocupado todo el tiempo en mi propia vida, me sentí impulsado a orar para obtener más claridad y alegría.
Me sentía abrumado por varias tareas que necesitaba realizar en mi trabajo, y por el sentido de responsabilidad de cumplir con todas ellas. Había aceptado estar ocupado con todo el bagaje de estrés, impaciencia y frustración que lo acompañaban. Parecía como un asalto a mi propio pensamiento.
Así que, una mañana mientras sentía el peso mental de mi lista de cosas por hacer, simplemente me senté en silencio y oré: “Padre-Madre Dios, muéstrame lo que necesito saber, sentir y hacer hoy”. Vino una respuesta en forma de pregunta: “¿Qué serías sin este pensamiento —esta sensación de estrés— de terminar las cosas?” La respuesta vino de inmediato: “Sería libre, activo y feliz”.
En ese momento me di cuenta de que tenía que tomar una decisión consciente: aceptar la imposición de que estaba muy ocupado y estresado, o afirmar mi estado activo y feliz como hijo de Dios. Me hizo recordar algo que un practicista me había dicho: “Cuando las cosas se ponen difíciles, uno tiene que ser más persistente (en conocer la Verdad)”. Mary Baker Eddy dijo en su libro Escritos Misceláneos 1883–1896: “Andar con aire de importancia de acá para allá no es prueba de que se esté haciendo mucho” (pág. 230). Y Jesús nunca dijo: “Anda a las corridas con sabiduría y entrarás en el reino de los cielos”. Él más bien dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Decidí dejar de andar a las corridas y conocer mejor la Verdad.
Decidí dejar de andar a las corridas y conocer mejor la Verdad.
Me di un tratamiento de la Ciencia Cristiana que fue algo así: “Mi Padre-Madre Dios, gracias por haberme creado a Tu imagen y semejanza: puro, perfecto, inteligente, trabajador y completo. Tú eres la única Mente en el universo, y por ser Tu imagen y semejanza espiritual, yo reflejo esta Mente en todo lo que pienso, hago y digo. Puesto que Tú eres Todo, no hay lugar para Tu desemejanza; no hay lugar para el estrés, la impaciencia, la frustración, el estar siempre ocupado. Tú lo creaste todo, y yo reflejo Tu inteligencia y gracia infinitas. Eres la fuente de todas las ideas correctas, y por ser Tu reflejo, yo incluyo y tengo el acceso completo a estas ideas. Ninguna medida mortal, ningún límite de tiempo, ninguna cosa puede separarme de Tu amor, presencia y poder, aquí mismo, ahora mismo. Reflejo naturalmente y sin esfuerzo la bondad, la paz, la alegría y la inteligencia de Tu presencia infinita. Yo lo sé, yo sé que lo sé, y te agradezco, Padre-Madre Dios, porque esto es la verdad”.
También me vino al pensamiento la definición que hace la Sra. Eddy de tiempo en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la cual dice en parte: “Medidas mortales; límites, en los cuales están comprendidos todos los actos, pensamientos, creencias, opiniones y conocimientos humanos; materia; error; …” (pág. 595). Me di cuenta de que lo que necesitaba no era más tiempo, sino un sentido más claro de mi naturaleza espiritual como hijo amado de Dios que refleja libremente la infinitud de Dios.
Al sentir la presencia de Dios y el poder de la oración, comprendí que mi trabajo no era hacer de un hombre mortal un trabajador más eficaz, ni desempeñar las tareas materiales con más eficiencia. Mi trabajo era entender que yo no era, en primer lugar, un mortal limitado, estresado por el volumen de tareas materiales que debía realizar en segundo lugar. Mi trabajo era reconocer que Dios es mi Padre-Madre, la fuente infinita de ideas, alegría y actividad espirituales.
Ciencia y Saludafirma: “El fundamento de la discordia mortal es un sentido falso del origen del hombre. Empezar correctamente es terminar correctamente. Todo concepto que parece empezar con el cerebro, empieza falsamente. La Mente divina es la única causa o Principio de la existencia. La causa no existe en la materia, en la mente mortal, o en las formas físicas” (pág. 262). Mi trabajo era simplemente empezar correctamente.
Luego, me fui al trabajo. Y qué día glorioso tuve al ser testigo de las ideas de Dios en acción. Sí, realicé todas las tareas humanas que debía hacer con muchísimo menos esfuerzo de lo que yo había pensado posible. Pero lo más importante es que me sentía agradecido por que me habían recordado que la fuente de todas las ideas y actividad correctas es Dios, el bien. Y un resultado de conocer y demostrar esto es vivir una vida feliz y activa. Y esta forma de enfrentar mi vida y trabajo diarios ha permanecido conmigo.