“Ocupado”. Había estado escuchando mucho esta palabra aparentemente inocua en conversaciones informales, y me hizo pensar por qué la escuchaba con tanta frecuencia y si, realmente, era tan inocente.
El hecho de ser diligente, trabajador y dedicado puede, por supuesto, considerarse una virtud. Pero este “estar ocupado” que escuchaba iba acompañado de sentirse estresado por tener “demasiado que hacer y muy poco tiempo para hacerlo”. Y la frecuencia con que escuchaba la palabra me hizo preguntarme si no era más una imposición de lo que yo había originalmente pensado. Cuando comencé a tener los síntomas de sentirme ocupado todo el tiempo en mi propia vida, me sentí impulsado a orar para obtener más claridad y alegría.
Me sentía abrumado por varias tareas que necesitaba realizar en mi trabajo, y por el sentido de responsabilidad de cumplir con todas ellas. Había aceptado estar ocupado con todo el bagaje de estrés, impaciencia y frustración que lo acompañaban. Parecía como un asalto a mi propio pensamiento.
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