Hace muchos años, comencé a tener dolores en el estómago y diarrea después de tomar leche. Tiempo después, vi un programa de noticias que explicaba la intolerancia a la lactosa y descubrí que los síntomas que describían incluían los que me estaban afectando.
Me había sentido confundida y ansiosa por este problema físico porque era algo nuevo para mí. En el programa mencionaron que la “cura” consistía en dejar de ingerir productos lácteos. Pero yo quería una curación genuina, una que liberara mi dieta, en lugar de restringirla. Como había tenido muchas curaciones por medio del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, me sentí animada a tratar este problema con la oración, con el poder de la Verdad, Dios. Muchos elementos de mi oración se basaban en ideas de la Biblia.
Al recurrir a la oración, toda sensación de temor debido al problema desapareció. A lo largo de la Biblia se nos insta a no temer y a confiar por completo en Dios. Al escuchar ese programa, me vino la idea de que Dios, el bien infinito, es supremo, y solo Su ley divina de la armonía gobierna la salud y el bienestar del hombre. Esta verdad espiritual formó el sólido fundamento de mi oración e hizo desaparecer todo temor.
A continuación, me vino al pensamiento el poder y la autoridad del Segundo Mandamiento: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Éxodo 20:4, 5). En esta instancia, la tentación era inclinarme no ante un ídolo, sino ante la creencia o ley material de que los productos lácteos (o cualquier alimento) podía tener poder sobre el hombre. Eliminar los productos lácteos de mi dieta sería, en cierto sentido, “honrar” esta pretensión asignándole poder.
Este mandamiento está dirigido al hombre espiritual de Dios, Su idea o reflejo, que es santo, puro y está por siempre libre de limitaciones y restricciones. Esta es la verdadera y única identidad de todos. La Ciencia divina nos ayuda a experimentar y a comprender mejor que la salud y la armonía son una realidad presente, allí mismo donde la mente mortal (la falsa pretensión de mente o vida separada de Dios) parece alardear sus imposiciones de discordia. El sentido espiritual de este mandamiento incluye el reconocimiento del dominio que Dios le ha dado al hombre. Podemos rechazar con confianza cualquier creencia que restrinja de alguna forma la bondad e integridad del hombre.
Este era mi fundamento para corregir mi opinión acerca de mí misma. Insistí en que mi identidad es espiritual; soy el linaje perfecto del Espíritu perfecto, no un mortal enfermizo. El hijo de Dios está exento de la intolerancia a la lactosa, punto. Rechacé la noción de que estaba sujeta a cualquier poder o ley, excepto al de Dios, el bien.
Se volvió muy obvio para mí que la ley de armonía de Dios gobierna al hombre en todo momento, y mantiene la salud perfecta, la energía dinámica y la actividad ilimitada. Esta ley no encuentra oposición y anula toda pretensión de otras leyes y sus supuestos síntomas. Sentí una confianza absoluta en el poder sanador de la ley de Dios. El bien y la perfección de toda la creación espiritual de Dios, incluso el hombre, está firmemente establecida como un hecho eterno. La salud y la armonía del hombre no pueden cambiar y no cambian.
Al continuar pensando de esta forma, comprendí que los síntomas físicos de la intolerancia a la lactosa se relacionaban con la creencia de que los productos lácteos podían ser dañinos para el cuerpo. Los mismos no tenían nada que ver con los productos lácteos, sino con la creencia falsa. Una vez que rechacé y corregí la creencia en el pensamiento, los síntomas desaparecieron de forma permanente.
Mi tratamiento para eliminar esta pretensión estuvo arraigado en el hecho divino de que Dios, el bien infinito, es la Vida y el sustento del hombre. El libro de texto de la Ciencia Cristiana Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, habla acerca de las creencias mortales y las llamadas leyes respecto a la dieta y la digestión, en un pasaje del capítulo “La práctica de la Ciencia Cristiana”. Esta parte del capítulo elimina la noción de que el alimento pueda ser tanto saludable como dañino, y termina con el relato de una curación de indigestión y las complicaciones que la acompañan. El pasaje incluye lo siguiente: “Si los mortales piensan que el alimento perturba las funciones armoniosas de la mente y el cuerpo, debe abandonarse el alimento o este pensamiento, pues el castigo está unido a la creencia. ¿Cuál será?” (págs. 388–389). ¡Yo opté por eliminar la creencia falsa!
El problema desapareció de inmediato y permanentemente. Continúo disfrutando de tomar leche y comer otros productos lácteos, y estoy perfectamente libre de todos los síntomas previos.
Estoy por siempre agradecida por la ayuda diaria y el consuelo que la Biblia y Ciencia y Salud me han dado a lo largo de mi vida, y también por los amorosos y altruistas ejemplos de nuestro Mostrador del camino, Cristo Jesús, y Mary Baker Eddy. El Consolador está aquí; es la Ciencia Cristiana y puede demostrarse.
Charlene Anne Miller
Jenera, Ohio, EE.UU.
