Al final del año pasado un tío al que no había visto en mucho tiempo pasó por mi casa. Sentí curiosidad de saber por qué me estaba visitando. Él mencionó que ahora era Científico Cristiano. Compartió conmigo cuán real es el amor de Dios y me contó sobre algunos maravillosos testimonios de curación. No dudé en pedirle que orara por mi hijo.
Hacía ya más de un año que mi hijo de ocho años no podía caminar debido a que sus pies estaban partidos y ensangrentados. Si bien, traté de ayudarlo llevándolo al hospital y también probando métodos de curación alternativos, nada cambió. Estaba tan preocupada que planeaba recurrir a la ayuda de curanderos.
Mi tío me aseguró que mi hijo sanaría por medio del cristianismo científico, o sea, la Ciencia Cristiana, que nos enseña que el hombre ya es perfecto porque es la imagen y semejanza de Dios. Me dijo que no había necesidad de visitar a un curandero, porque Dios es la Vida del hombre. Mi tío también compartió conmigo algunos versículos de la Biblia que afirmaban que Dios es el único poder y es del todo bueno, esto quiere decir que Su creación es “buena en gran manera”, como dice Génesis 1.
Me dijo que Dios le había otorgado a mi hijo el derecho de ser perfecto, y que la enfermedad no era una realidad porque no provenía de Dios. Me dijo que debía comenzar a ver que mi hijo es perfecto porque esa era la verdad de su existir. Me sorprendió la forma en que explicó las Escrituras. Y su explicación de que la oración más poderosa es silenciosa y sucede solo en el pensamiento, sin involucrar nada físico, fue una revelación para mí.
Al igual que muchos zimbabuenses, creía que la oración funcionaba junto con algo físico como lo enseñan los “profetas” modernos aquí en Zimbabue. Cada vez que uno visita a alguno de estos profetas, es costumbre que el profeta le dé ya sea piedras ungidas, agua u otra cosa física; se cree que estas cosas tienen poder de curación. Me encantó el sentido más elevado de lo que significa orar según la Ciencia Cristiana, y me llené de mucha fe en Dios.
Después de que mi tío se fue, ya no sentía miedo por la enfermedad de mi hijo, y unos días después mi hijo comenzó a caminar. Apenas podía creer lo que estaba sucediendo. Un día, al lavarle los pies, me di cuenta de que estaba completamente sano; no había señales de ninguna herida. Todos en mi comunidad sabían con qué se había enfrentado mi hijo, y nadie imaginó que volvería a caminar. La curación los sorprendió a todos. Después de haberlo intentado todo y fallar, nunca pensé que la curación de mi hijo sería posible. E incluso, de ser posible, nunca pensé que podría suceder tan rápido.
Estoy muy agradecida a la Ciencia Cristiana por darme una nueva percepción de la vida. Ahora sé que la brujería, la enfermedad y todo mal no son reales; simplemente son creencias equivocadas.
Ahora vivo una vida libre de temor, sabiendo que Dios, el bien, es la única realidad.
Stella Soko
Harare, Zimbabue
