Un día, empecé a sentir un dolor muy fuerte. No lograba encontrar alivio alguno. No fui criado en la Ciencia Cristiana, y antes de conocerla, acostumbraba a hacer mucha oración de petición, en el sentido de que casi le suplicaba a Dios que me ayudara. En esta ocasión, al tratar de liberarme del dolor, noté que volvía a esa forma de orar. Decía: “Dios, por favor, líbrame de este dolor; ¿qué debo hacer? ¿qué hice mal? ¡Por favor, ayúdame!”.
Mi esposa, que es practicista de la Ciencia Cristiana y no sabía de la dificultad que yo estaba enfrentando, me llamó al trabajo y me preguntó si quería salir con ella a caminar. Como no lograba concentrarme en el trabajo en mi oficina y en las reuniones, pensé: “Puedo intentarlo. No va a ser divertido o fácil, pero puede ayudarme a sacar de mi pensamiento esta molestia”.
Después de caminar durante unos diez minutos, mi esposa se dio cuenta de que me sentía incómodo; es posible que me haya escuchado gemir. Se volvió a mí y me dijo: “Recuerda que no oras para arreglar algo. Eso sería como admitir que estás hecho de materia y estás tratando de arreglar la materia. Tú eres realmente espiritual, y estás orando para ver lo que ya está allí presente: tu perfección como imagen de Dios, que jamás ha sido tocada y jamás ha cambiado”.
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