Mis tres hermanos y yo estábamos estancados. Ellos en contra mía. Durante las vacaciones de verano, querían ver solo sus películas. Y siempre que yo quería ver alguna película a ellos les parecía tonta.
Decían: “La mayoría gana”.
Yo respondía: “¡No es justo!”
Por más que les rogara o suplicara, mis padres siempre decían: “La mayoría gana”. Así eran las cosas en nuestra casa. Llorar no era la forma correcta de resolver esto. La oración sí lo era.
Un día, cuando volví a molestarme porque mis hermanos no me dejaban ver una determinada película, fui a mi habitación. Le pedí ayuda a Dios. Quería terminar con las lágrimas y las peleas.
Abrí al azar mi ejemplar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Entre lágrimas, esto es lo que leí: “Cuando esperamos pacientemente en Dios y buscamos con rectitud la Verdad, Él endereza nuestra vereda (pág. 254).
Me sentí más tranquila, así que continué escuchando a Dios. Obedecí lo que acababa de leer. Esperé a que Dios me diera instrucciones.
Y Él lo hizo. Me vinieron tres pensamientos. Primero, seguir la regla de oro: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Esto está en el Sermón del Monte de Jesús (véase Mateo 7:12).
Según la regla de oro, todos podemos tener armonía y paz, y sentirnos amados. ¿Cómo? Por medio del amor desinteresado que nos envuelve a todos. Obedecer la regla de oro nos hace más equitativos, más abiertos, más justos. Y lo mejor de todo es que nos ayuda a ser más amorosos y atentos con los demás.
Luego, me vino la segunda idea correcta. La regla de “la mayoría gana” no siempre es justa. En mi caso, siempre había tres niños contra una niña. Y nos gustaban cosas diferentes. Así que pensé que la minoría (yo) podía elegir una película para ver cada semana. Mis hermanos podían verla conmigo o hacer otra cosa.
¡Esta era una idea totalmente nueva! ¿Pero estaría de acuerdo mi mamá? Había intentado convencerla muchas veces antes, sin ningún resultado.
Entonces llegó la tercera idea. ¡Una idea correcta proviene de Dios, y ya tiene Su apoyo! Podía confiar en que Dios guiaría a mis padres de una manera amorosa y justa.
Me sentí en paz. Esto indicaba que iba en la dirección correcta.
Fui a ver a mi mamá y con toda tranquilidad le expliqué la idea. Me hizo algunas preguntas. Y luego, ¡dijo que sí! Les dijo a mis hermanos que yo podía elegir una película o programa de televisión por semana. Ellos podían verla conmigo o ir a leer un libro.
¡Mi voz fue escuchada! La oración —escuchar a Dios de todo corazón— me ayudó a escuchar las indicaciones de Dios y terminó con las peleas.
Después, mamá compartió esto conmigo: “El camino correcto gana el derecho de paso, o sea, el camino de la Verdad y el Amor por medio del cual se pagan todas nuestras deudas, la humanidad es bendecida y Dios es glorificado” (Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 232).
El camino correcto nos mantiene cerca de Dios. Nos hace estar en paz y felices. ¿Por qué? Porque el camino correcto no es el nuestro, sino el camino de Dios, “el camino de la Verdad y el Amor” que nos bendice a todos.
Comprender esto, aunque sea un poco, me ayudó en la escuela también. En el aula y en el patio de recreo, otros niños a veces eran injustos. Pero a mis compañeros les gustaba escuchar que el camino correcto —equitativo, honesto y justo para todos— nos gobierna y bendice sin excepción. El respeto y la cortesía son naturales en cada uno de nosotros por ser los hijos afectuosos y amados de Dios.
Ese verano aprendí que incluso cuando nos sentimos estancados, la oración siempre nos puede guiar en la dirección correcta. Puede requerirse valor para obedecer y avanzar, pero Dios nos guiará a cada paso. Y el efecto de escuchar a Dios es una bendición que no deja afuera a nadie.
