A comienzos de este año sufrí de una condición muy dolorosa en la boca y los labios. El malestar y la inflamación hacían que me resultara difícil comer o beber. Decidí manejar esto resueltamente por medio de la Ciencia Cristiana.
Declaré que Dios es omnipresente, y que yo nunca podía estar fuera de Su cuidado amoroso y tierno. Sabía que no podía haber dolor en Dios, el bien, y por lo tanto, yo no podía tener dolor, por ser Su reflejo espiritual. Me sentí alentada por esta declaración de Mary Baker Eddy: “No temas que la materia pueda doler, hincharse e inflamarse como resultado de una ley de cualquier índole, cuando es evidente de por sí que la materia no puede tener dolor ni inflamarse” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 393).
Cristo Jesús dijo que no es lo que entra en nuestra boca lo que contamina, sino lo que sale de ella (véase Mateo 15:11). Esto me inspiró a prestar más atención a lo que pensaba o decía acerca de otras personas o circunstancias. Si se presentaban pensamientos críticos destructivos, los refutaba al saber que no tenían lugar en mi consciencia porque no venían de Dios. Pensé en estas líneas del Himnario de la Ciencia Cristiana: “Ten mis labios, que serán mensajeros de Tu amor” (Frances R. Havergal, N° 324).
Seguí reconociendo mi perfección presente como la imagen y semejanza de Dios, afirmando que estaba orando partiendo del hecho de que mi perfección ya estaba presente y no que tenía que alcanzarla, como si fuera un ser imperfecto que se esforzaba por volver a ser completo.
En una semana, la inflamación y el dolor habían desaparecido, y pude comer y beber normalmente. Me había liberado por completo de la molestia y me he mantenido así. Poco después, cuando fui al dentista para limpiar mis dientes, no hubo evidencia de problema alguno, y fue una de las citas más rápidas que he tenido.
Estoy muy agradecida por haber tenido la Ciencia Cristiana a lo largo de mi vida, y a Mary Baker Eddy por traer esta revelación al mundo.
Sandra Henry
Eatonton, Georgia, EE.UU.
