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Original Web

¿Incluye esto tu relación con Dios?

Del número de marzo de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 29 de enero de 2018 como original para la Web.


¿Granadas? Fue un detalle que se destacó para mí como nunca antes la última vez que releí la Biblia. ¿Por qué esta fruta era tan importante que debía bordarse en la vestidura que el sumo sacerdote usaba para estar ante la presencia de Dios? ¿Y qué tenía para decirme a mí hoy en día?

Durante mi juventud nunca vi una granada. Pero recuerdo que comprábamos manzanas, bayas, tomates y choclos frescos en los puestos que las granjas ponían a la vera del camino a fines del verano, y nos las llevábamos a casa. Sin duda, eran mucho mejores que los frutos y verduras en lata o congelados que comíamos el resto del año.

Con cada nueva cosecha que hacemos sentimos una gratitud natural, percibimos tangiblemente que la abundancia de la gracia de Dios abraza a la humanidad.

De manera que es comprensible que las granadas estuvieran entre los exuberantes frutos que los exploradores al regresar le trajeron a Moisés, como evidencia de la maravillosa riqueza de la Tierra Prometida (véase Números 13:17-23). Y tenía mucho sentido honrar aquella abundancia de gracia en el atavío que Aaron lucía cuando estaba en comunión con Dios, una hermosa vestimenta de consagración y gratitud (véase Éxodo 28:29-33). Siglos después, cuando Jerusalén cayó en manos de los Babilonios y el pueblo judío fue enviado al exilio, las decoraciones de granadas en los pilares del Templo fueron parte de lo que fue destruido, como relata la Biblia (véase Jeremías 52:22, 23).

Al analizar esta historia del Antiguo Testamento, vi una relación simbólica entre las granadas y el hecho de sentirse seguro y amado por Dios. Y quería asegurarme de no dejar de sentir la presencia de Dios en mi vida tampoco. Nota para mí misma: Mantener esas granadas bordadas en mi propia vestimenta mental de gratitud, y lucirlas con frecuencia.

La Ciencia Cristiana me ha revelado mi habilidad de conocer mejor a Dios y de sentir esa omnipresencia divina, sin importar lo que esté ocurriendo a mi alrededor. Ciertamente, cuando las cosas funcionan armoniosamente, es fácil sentir gratitud. Pero especialmente cuando esto no ocurre, es esencial sentir un aprecio profundo y bien arraigado por la revelación del Cristo de que Dios y el hombre son inseparables, a fin de poder encontrar el camino humano por el que debemos avanzar. Sentir gratitud por saber que Dios es el Amor inalterable —el Principio divino y universal que incluye y abraza a toda la humanidad— con frecuencia ha eliminado la sensación de temor o duda que parecía impenetrable. Allí mismo, contrario a lo que los sentidos físicos estén argumentando, el amor de Dios está bendiciendo, protegiendo y sosteniendo a cada uno de nosotros. Como afirma el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “…a la humanidad entera y a toda hora, el Amor divino suministra todo el bien” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 494).

En y a través de la adversidad, es mucho más importante ver y percibir la realidad tangible del bien. Y esto me ha hecho sentir un renovado aprecio por el último capítulo de Ciencia y Salud, propiamente llamado “Los frutos”. El mismo dice: “Para infundir confianza y ánimo al lector…” (pág. 600). Y muy pronto nos damos cuenta de que el fruto de esta cosecha es la notable curación que nos cambia la vida y que hemos recibido al leer y estudiar este libro de texto. Nos ha abierto la Biblia y nos ha brindado una nueva comprensión de Dios como Vida infinita, Mente inalterable, Espíritu eterno, Amor omnipresente, Alma que confiere gracia, Verdad inamovible y Principio que todo lo envuelve y que todos podemos conocer, amar y adorar, —este último tan esencial para la era científica en la que vivimos. A través de estos relatos personales, los escritores —si bien agradecidos por haber sido liberados de enfermedades crónicas o agudas— nos dan la impresión de que están aún más profundamente agradecidos por lo que han aprendido de su relación con Dios y cómo esta abraza su vida diaria.

Podríamos decir que están luciendo sus granadas.

Uno de los relatos, después de contar brevemente su propia curación de sordera hereditaria, resume lo que esta revelación espiritual ha significado para su familia: “Hemos visto el crup, el sarampión, la fiebre y diversas así llamadas enfermedades de niños, desaparecer como el rocío ante el sol de la mañana, por medio de la aplicación de la Ciencia Cristiana: la comprensión de que Dios siempre está presente y es omnipotente” (pág. 636).

Comprensión de Dios: este es el elemento crucial en la continua cosecha de curación en la Ciencia Cristiana. Es con lo que avanza la tan atesorada cualidad de la fe hacia algo confiable, accesible, que se puede probar en cualquier momento y situación. En un mundo moderno que parece estar tan lleno de incertidumbre y temor al futuro como en el mundo antiguo, existe la exigencia de saber qué es y cómo opera el verdadero poder del universo. La Ciencia Cristiana nos muestra la certeza de la infalible bondad y gracia de Dios, y nos da la habilidad de orar para comprender esto mejor, no solo para nosotros mismos, sino también para nuestras comunidades. La cosecha espiritual de la bendición divina incluye a todos nuestros vecinos.

Nuestra “vestimenta” de gratitud no está reservada para una sola ocasión al año durante el servicio religioso de Acción de Gracias. Es algo que vestimos todas las semanas cuando asistimos a nuestras reuniones de testimonios de los miércoles, y compartimos con los presentes la dádiva de lecciones espirituales que hemos recibido. Es una cosecha que continúa produciendo. Una sola experiencia o vislumbre espiritual puede conmover a quienes la escuchan, inspirarlos al enfrentar las necesidades que tienen, y producir más experiencias de curación, restauración y redención. Y más gratitud.

De hecho, no es simplemente una vestimenta semanal. Es nuestra adoración a Dios momento a momento, lo que saca a relucir la genuina riqueza de vida en y del Espíritu, y produce la perdurable cosecha de un corazón agradecido.

Robin Hoagland
Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana.

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