¿Granadas? Fue un detalle que se destacó para mí como nunca antes la última vez que releí la Biblia. ¿Por qué esta fruta era tan importante que debía bordarse en la vestidura que el sumo sacerdote usaba para estar ante la presencia de Dios? ¿Y qué tenía para decirme a mí hoy en día?
Durante mi juventud nunca vi una granada. Pero recuerdo que comprábamos manzanas, bayas, tomates y choclos frescos en los puestos que las granjas ponían a la vera del camino a fines del verano, y nos las llevábamos a casa. Sin duda, eran mucho mejores que los frutos y verduras en lata o congelados que comíamos el resto del año.
Con cada nueva cosecha que hacemos sentimos una gratitud natural, percibimos tangiblemente que la abundancia de la gracia de Dios abraza a la humanidad.
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