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Original Web

Panorama espiritual

Paz en el gimnasio

Del número de marzo de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 1º de enero de 2018 como original para la Web.


El gimnasio al que voy tiene mensajes positivos publicados en todas las paredes, pinturas alegres e iluminación brillante; pero recientemente aprendí lo más importante, ¡que está lleno de paz! Pared a pared, del techo al piso.

Así es como lo vi.

Después de vivir 25 años en la misma casa, mi esposo y yo nos mudamos a una parte diferente de nuestra ciudad. Desde el primer día me encantó nuestro hogar, los vecinos, el jardín... todo. Dios me ha ayudado a ver la bondad —las expresiones de Su creación perfecta— a mi alrededor, y a reconocer esta bondad como la única verdad real y duradera.

Había estado asistiendo muy feliz a un gimnasio en mi nuevo vecindario durante unos meses, cuando sucedió algo que simplemente no estuvo bien. Oí a un hombre hablando mal de mi origen étnico y preguntando por qué la gente de mi “clase” estaba en “su” gimnasio. Repetía estos comentarios cada vez que yo estaba cerca. Parecía malo y amenazador.

Para manejar esta situación elegí definitivamente la oración. Una de las muchas verdades que he aprendido de la Biblia y de mi estudio de la Ciencia Cristiana es que Dios está en todas partes, y que la paz que Él brinda no consiste meramente en la ausencia de conflicto. Más bien, la paz tiene una presencia, en todas partes en todo momento. ¡Es algo real que llena todo el espacio! Eso significa que era natural que este gimnasio fuera un lugar de paz, no de conflicto. Y todos nosotros tenemos la capacidad de vivir eso, porque somos verdaderamente hijos espirituales de Dios.

Durante unos minutos reflexioné con calma sobre estas ideas y todo el bien que había experimentado desde la mudanza. Entonces tuve la oportunidad de hablar con esta persona. Él escuchó atentamente cuando le expliqué por qué estaba en este gimnasio y cuánto me encantaba estar allí. También le expliqué cuánto me gustaba esta parte de la ciudad y toda la gente que vivía en ella. Sin ningún temor, me presenté y nos estrechamos la mano. El hombre incluso me presentó a su madre, que se había acercado a escuchar.

Desde ese momento, no ha habido más comentarios; hemos intercambiado palabras y tenido saludos normales y corteses. Estoy muy agradecida porque esta curación ha sido permanente.

Toni Turpen

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