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Original Web

Quédate con lo que es verdad acerca de ti

Del número de marzo de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 12 de enero de 2018 como original para la Web.


Hace un tiempo, una amiga compartió una foto en las redes sociales. Era la silueta de algo. ¿Era una flor o un insecto? ¿O tal vez un dragón? Yo no podía determinar qué era, pero esa era la idea; era difícil darse cuenta hasta que conocías el “truco”.

Finalmente, me di por vencida y leí los comentarios que otros habían puesto debajo de la foto, esperando tener una pista. Lo que encontré fue esto: “Mira la parte más clara, y la verás de inmediato”. Esta vez ignoré la silueta, y miré en cambio la parte aparentemente más blanca que la rodeaba, y de inmediato apareció la cara de una persona. Como decía otro comentario: “Una vez que la vez, no puedes dejar de verla”. Me di cuenta de que eso es una gran verdad.

Esta pequeña experiencia ilustraba una gran lección. Cuando uno está orando para tener una curación en la Ciencia Cristiana, puede ser tentador pensar: “Si no logro sanar es porque hay un error en mi forma de pensar, pero no puedo encontrarlo”.

Si bien la curación entraña un cambio en el pensamiento, esta forma de pensar puede llevar a preguntarse qué ocurre si nunca encontramos lo que está “mal”. Dedicar nuestra energía mental a buscar un pensamiento equivocado es centrar nuestra atención más en el error de la creencia mortal que en el Espíritu, Dios, la fuente de toda realidad. Esto también lleva a la creencia de que es la mente humana la que tiene el poder supremo y es responsable de poner al descubierto y destruir el pensamiento erróneo.

En lugar de estar a la pesca de un pensamiento errado y engañoso, es más productivo contemplar lo que es correcto, y permitir que este sea nuestro punto de partida, tal como el mirar la parte clara de la foto reveló la imagen que yo estaba buscando.

Por supuesto, no hay ningún “truco” para ver lo que es correcto. Es el resultado de reconocer que Dios es nuestro único creador, y nuestra verdadera naturaleza como el reflejo espiritual y perfecto de Dios. Lo que se necesita corregir en el pensamiento es todo aquello que limite nuestra comprensión de nuestra perfección espiritual.

Una historia de la Biblia en el evangelio de Juan ilustra el poder sanador de este enfoque (véase 9:1–7). Cuando Cristo Jesús pasó junto a un hombre ciego de nacimiento, sus discípulos le preguntaron si fue el hombre o sus padres los que cometieron el pecado que le había producido este impedimento. Jesús respondió: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. La ceguera no se debía a que alguien hubiera hecho algo malo, sino que era una oportunidad para ver lo que era correcto, para ver las obras de Dios manifestadas en la vida de este hombre. Entonces, Jesús sanó al hombre de su ceguera.

En la foto que mi amiga había compartido, la verdadera imagen siempre estuvo allí. Yo simplemente había estado buscando en el lugar equivocado. Con la curación del hombre ciego, podríamos decir que Jesús cambió de dirección la búsqueda de sus discípulos. Les indicó que dejaran de buscar la causa del error y, en cambio, sacaran a luz la perfección permanentemente establecida del hombre.

Mary Baker Eddy escribe: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 476–477).

Me encanta la idea de que Jesús no tuvo que hacer nada para lograr que el hombre fuera perfecto. Esta perfección espiritual que existe por siempre ya era aparente para él, y esa clara comprensión del hombre hecho a semejanza de Dios puso de manifiesto la curación para que todos la vieran.

En nuestras oraciones, podemos comenzar reconociendo lo que es correcto; lo que es bueno y verdadero acerca de nosotros mismos como reflejos de Dios. A medida que nuestro pensamiento se vaya acercando más a la Mente divina, si hay algo que corregir en nuestra forma de pensar, saldrá naturalmente a la superficie y será sanado.

Cuando estaba en el bachillerato, empecé a sentirme extremadamente nerviosa antes de ciertas reuniones sociales. Por lo general, yo era muy sociable, sentía mucha confianza en mí misma y tenía un lindo grupo de amigos. Pero con frecuencia, antes de salir, me enfermaba del estómago, y tenía miedo de descomponerme delante de la gente.

Asistía a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana con regularidad, y realmente quería manejar esta dificultad con la oración. Pero pensaba que era una “buena chica”, y no sentía que hubiera algo nocivo y malo en mi forma de pensar que necesitara ajuste para poder sanar. No sabía qué hacer.

Al principio, mi oración era más para alentarme mentalmente, repitiendo algunas ideas que había aprendido en la Escuela Dominical, y como instándome a aferrarme a estos pensamientos. Y eso me ayudaba a relajarme y a disfrutar de las actividades sociales. Pero la siguiente vez que me preparaba para salir, ese nerviosismo volvía a manifestarse, a menudo con mucha agresividad.

Cuando era chica, mis padres a veces llamaban a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera un tratamiento mediante la oración, si yo no me sentía bien o me había lastimado. Como resultado me sanaba, pero como ahora estaba en el bachillerato, yo quería hacerlo por mí misma. Así que, aunque llamar a una practicista me ponía nerviosa y me daba vergüenza explicar el problema, mi profundo deseo de sanar me impulsó a hacerlo.

 La practicista que llamé fue muy comprensiva, amable y no me criticó. Aunque no recuerdo exactamente lo que me dijo, siempre me aferro a un poema que ella compartió conmigo:

Permite que el círculo de mi amor
sea tan puro, profundo y amplio,
que nada fuera pueda quedar
de su alegre y radiante alcance.
Desde los más pequeños y queridos tesoros,
hasta los mundos que en sus órbitas reposan,
ahora sé que ya no son persona, lugar, cosa,
sino de la Mente expresiones todas.
No queda temor, escasez, aflicción,
que desanime mi elevada esperanza;
al hombre compuesto la Verdad ha revelado,
todo en la expansión del Amor está integrado.
   (Elizabeth Glass Barlow, “Boundless”
   [Ilimitado] October 4, 1952, Sentinel)

Esta idea de un amor ilimitado que todo lo envuelve llenó mi pensamiento. Durante varios días, oré para ampliar “el círculo de mi amor” en mi pensamiento y verme a mí misma y a los demás no como “persona, lugar, cosa”, sino como ideas ilimitadas, “de la Mente expresiones todas”. Empecé a liberarme de la sensación de que debía buscar lo que necesitaba corregir, a medida que fui reconociendo más de mi actividad y lugar “en la expansión del Amor”.

Poco después de empezar a trabajar con la practicista, tuve que asistir a un banquete de entrega de premios en la escuela. Aunque sabía que había estado progresando, la idea de tener que cenar con doscientas personas y luego subir al escenario frente a ellas me pareció intimidante. Sin embargo, aquella noche, cuando me estaba preparando, oré con todo el corazón. No me quedé envuelta con palabras que sabía de memoria; no traté de alentarme mentalmente. En cambio, cedí al Amor divino.

Recuerdo claramente que me miré al espejo antes de salir de mi cuarto, y de pronto una idea muy clara inundó mi pensamiento: “Soy el reflejo de Dios”. Es difícil expresarlo en palabras, pero en ese momento yo no estaba consciente del reflejo físico. En cambio, “percibí” que el amor era mi verdadero reflejo. Empecé a comprender que, por ser el reflejo del Amor divino, tenía un solo propósito y actividad: amar; expresar el Amor divino y ver cómo era expresado el Amor.

Salí para ir al banquete con más confianza de la que había sentido en mucho tiempo. Este fue un momento decisivo. Mis padres incluso me dijeron que vieron un cambio en mí aquella noche. En el banquete, realmente me esforcé por apreciar a todos los que veía y valorar cada oportunidad que tenía para expresar amor. Toda la noche fue muy tranquila y alegre. Después de aquella noche, los ataques de extremo nerviosismo disminuyeron considerablemente y muy pronto desaparecieron por completo.

¿Tuve acaso que buscar si había algo malo en mi pensamiento para poder tener la curación? No. ¿Es que el cambio en mi forma de pensar llevó a la curación? Sí. En lugar de pensar que era impotente y estaba sometida a un problema fuera de mi control, el hecho de recurrir a mi origen, el Amor divino, me reveló que soy el reflejo mismo del Amor, al igual que todos los demás.

La Sra. Eddy escribe: “La sustancia, la Vida, la inteligencia, la Verdad y el Amor, que constituyen la Deidad, son reflejados por Su creación; y cuando subordinemos el falso testimonio de los sentidos corporales a las realidades de la Ciencia, veremos esta semejanza y reflejo verdaderos en todas partes” (Ciencia y Salud, pág. 516).

Así como la imagen en la foto que me mostró mi amiga, emergió tan claramente cuando miré en el lugar correcto, nuestra verdadera existencia como reflejo del Amor resplandece a medida que recurrimos a Dios como la única fuente de nuestra existencia. Una vez que lo vemos, no podemos dejar de verlo.

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