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Original Web

Para jóvenes

Dejé el banco y entré corriendo a la cancha

Del número de marzo de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 23 de enero de 2018 como original para la Web.


Yo era como esos chicos que quieren estar siempre afuera de la casa. Ya sabes, siempre le decía a mi mamá: “Por fa, ¡cinco minutos más!” Y de alguna forma, una hora más tarde, no me podían encontrar por ninguna parte. Ya fuera que estuviera jugando deportes, corriendo alrededor o haciendo castillos de nieve, quería estar afuera tanto como fuera posible. Aunque nos mudábamos con frecuencia, siempre había sido muy activo.

En 2010, nos mudamos a Atlanta. Fue un cambio drástico de los suburbios de Dakota del Sur, pero ellos tenían algo que me gustaba mucho: la liga de fútbol. A medida que fui mejorando mi juego durante quinto y sexto grados, me di cuenta de que tenía mucho talento para ser arquero, y trabajaba intensamente todos los días para ser un mejor jugador.

Durante un juego difícil en particular, en el que hubo muchos tiros al arco, me lesioné al lanzarme para bloquear una pelota y golpearme la rodilla contra el costado del arco. Me ayudaron a salir de la cancha, pero apenas podía caminar. Así que mi entrenador me sugirió que fuera al hospital para estar seguros de que todo estaba bien. En el hospital me diagnosticaron una enfermedad que produce la constante inflamación de las rodillas, y me dijeron que no debía practicar deportes o estar activo, hasta que supuestamente “lo superara” después del bachillerato. Los doctores me dijeron que si trataba de ser activo, mis rodillas se inflamarían y tendría muchos dolores. 

Al pensar en ello, lo que me sorprende es que en lugar de enfrentar ese diagnóstico con lo que había aprendido en la Ciencia Cristiana, di por sentado que era un hecho. Y ciertamente, a partir de ese momento, siempre que trataba de correr o hacer algo activo, mis rodillas se inflamaban y comenzaban a dolerme y casi no podía caminar.

Tres años más tarde, cuando empecé a estudiar en un colegio para Científicos Cristianos, seguía luchando con eso. Fui a un campamento de deportes, pero me pasaba la mayoría de los días sentado en el banco porque sufría mucho cuando participaba. Sin embargo, durante una práctica, cuando le dije a mi entrenador que necesitaba un descanso, realmente él cuestionó la sugestión de que tuviera que seguir sufriendo.

Sacó un ejemplar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy de su bolso, y compartió conmigo la idea de que ese diagnóstico nunca podría ser verdad acerca de mí porque yo era espiritual, y ninguna creencia material podría jamás tocar o cambiar a una idea espiritual. Me dejó su ejemplar de Ciencia y Salud y regresó a realizar la práctica.

En ese momento, yo todavía tenía muchas dudas. Había estado viviendo con esta sugestión los últimos tres años, y sabía que ser activo era todo un desafío. Pero pensé que no perdía nada con al menos hojear Ciencia y Salud. Abrí el libro al azar y vi este pasaje: “La gran verdad en la Ciencia del ser de que el hombre verdadero era, es, y siempre será perfecto, es incontrovertible; pues si el hombre es la imagen, el reflejo, de Dios, no esta invertido ni subvertido, sino que es recto y semejante a Dios” (pág. 200).

Me quedé perplejo cuando leí eso. Es decir, yo era Científico Cristiano ¿no es cierto? Y esto es verdad, ¿no es así? Y de pronto como que lo entendí: ¡Un momentito! Esto quería decir que esta sugestión de ninguna manera podía ser cierta acerca de mí porque “el hombre es la imagen, el reflejo, de Dios”. ¿Cómo iba a poder ser imperfecto y perfecto a la vez? No había forma que pudiera ser los dos. Yo era perfecto, y solo perfecto, porque como soy reflejo de Dios, soy ciento por ciento espiritual.

Volví a abrir Ciencia y Salud y leí uno de mis pasajes favoritos: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494). Fue entonces que me di cuenta de que no importaba lo que había creído los últimos tres años, yo nunca había estado enfermo, y este llamado problema sólo existía en la mente mortal; eran sugestiones falsas que se habían estado disfrazando como mis pensamientos, pero que nunca habían sido mis pensamientos, porque la Mente divina (la única Mente verdadera) es mi Mente. Comprendí que el Amor divino siempre había estado presente, respondiendo a mis necesidades en toda forma posible, incluso dándome la habilidad de ser activo.

Totalmente convencido de que el dolor y la limitación ya no podían definirme, me levanté del banco y fui corriendo a la cancha. ¡Estaba sano! Hoy, he vuelto a ser el atleta que había sido siempre. Gracias, Dios.

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