Si bien muchos asocian naturalmente el hogar con una estructura o lugar físico, es mucho más que eso. Idealmente, es donde nos sentimos seguros, donde sabemos que nos importa el bienestar de las personas con las que estamos y que a ellas les importa el nuestro, donde somos alimentados, encontramos descanso, donde nos sentimos… amados. Esas cualidades, esa sensación de sentirnos en casa, depende menos de las circunstancias humanas de lo que generalmente pensamos. Se trata más bien de saber que habitamos “en la casa del Señor… para siempre”, como lo describe el Salmo 23 (La Biblia, Nueva Versión Internacional).
Este sentido de hogar adquiere una mayor dimensión cuando consideramos que Dios es Amor, como la Biblia explica que es. Mary Baker Eddy, la fundadora de la Ciencia Cristiana y del diario The Christian Science Monitor, interpreta este salmo de la siguiente manera: “en la casa [la consciencia] del [AMOR] moraré por largos días”. (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 578).
Este sentido espiritual de hogar es seguro y eterno, y, como señala otro salmo, está presente para consolarnos y sostenernos aun frente a un aparente peligro. “Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia retiemblen los montes… Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios” (Salmos 46:1-3, 10, NVI).
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