A veces me he dejado llevar, albergando pensamientos negativos y excluyentes hacia algunas personas, incluso en la iglesia. Y esas opiniones han venido cuando realmente no las conocía bien. Sin embargo, he estado orando para abandonar la manera de pensar limitada y llena de prejuicios, y en cambio aceptar e incluir a todos más plenamente.
Toma como ejemplo la edad. No es nada nuevo. Siempre ha existido y aún existe la tendencia a mantenerse estrechamente dentro del grupo de gente de tu misma edad, incluso en la iglesia. Esto puede hacernos tener una actitud fría hacia otras generaciones que no son la nuestra, y hasta la propensión a evitarlas o a adoptar un tipo de pensamiento distante.
En los últimos dos años he prestado especial atención a las páginas 244-249 del libro de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. El último párrafo de la página 244, bajo el título marginal, “El hombre no es producto de la evolución” dice: “El hombre en la Ciencia no es ni joven ni viejo”. Esto es una verdad espiritual; ¡y es tan maravillosa y clara! Ciencia y Salud me ha ayudado a comprender con más claridad y más profundamente, que al creer que el hombre es un montón de mortales jóvenes y viejos que andan por ahí, estoy aceptando como cierto el falso concepto del hombre —el aspecto corpóreo— que es tan solo una falsificación del hombre real, completo y sin edad; el hombre a semejanza del Cristo que es tu individualidad y la mía, ahora y siempre.
De vez en cuando sentía que los miembros de mi iglesia necesitaban absorber más del espíritu del Cristo. Pero me di cuenta de que podía hacer mi parte y poner en práctica mi estudio abrazándolos mentalmente a todos, sin importar su edad. Bueno, naturalmente yo mismo empecé a ser más amigable. Por ejemplo, después de las reuniones de testimonios de los miércoles, empecé a agradecer sinceramente a las personas por sus testimonios. Y comencé a hablar con algunos miembros que no pertenecían al grupo de mi edad, incluso a veces quedándome conversando con ellos hasta que las puertas se cerraban. Eso casi nunca sucedía antes. Fue un paso natural de progreso: más amor y olvido de sí mismo.
Creo que la clave del progreso es incluir a “todo el género humano” en nuestras oraciones.
La visión inspirada de la individualidad espiritual del hombre y el mantenerse firme a favor de ella, sanan actitudes intolerantes y egocéntricas, y nos brindan una maravillosa libertad que otros no pueden evitar sentir. Abrazar la concepción espiritual del hombre resulta en nuestro cumplimiento del mandato de Cristo Jesús de “así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).
He ido desechando naturalmente todas esas actitudes y acciones excluyentes y limitantes basadas en la edad. No estoy ignorando a mi generación, pero mi pensamiento está más centrado en las cualidades que en la personalidad, ya se trate de jóvenes o adultos. En general, también estoy juzgando a las personas menos por su apariencia, antecedentes, carácter, creencias religiosas, etc. Estoy excluyendo menos a la gente.
En No y Sí, la Sra. Eddy dice: “La oración verdadera no es pedir a Dios que nos dé amor; es aprender a amar y a incluir a todo el género humano en un solo afecto” (pág. 39). Creo que la clave del progreso, el camino para sanar el prejuicio y la discriminación, es incluir conscientemente a “todo el género humano” en nuestras oraciones, y podemos hacerlo con alegría durante todo el día. Esa oración genuina nos impulsa a amar a todos aquellos con quienes entramos en contacto durante el día.
¿Sientes que a veces es difícil amar a los demás? Cuando somos sinceros y persistentes en nuestra oración para “incluir a todo el género humano en un solo afecto”, nos damos cuenta de que amar a los demás no es una tarea ardua, sino una alegría. ¡Y la inspiración espiritual nos guía en el camino!