En épocas de divisiones sociales, cinismo ampliamente difundido y creciente desconfianza de las instituciones, ¿hay acaso algo con lo que podamos contribuir para ayudar a traer más unidad y paz? ¿Hay algo que podamos hacer para fortalecer nuestra propia esperanza y confianza, para sentirnos más optimistas respecto al futuro de la Sociedad, así como el nuestro?
Consideremos que los primeros días del cristianismo también fueron una época en que la política era turbulenta y había inseguridad respecto a la dirección hacia donde se encaminaba la sociedad. Mientras los discípulos de Cristo Jesús estaban diseminando el evangelio del reino de Dios, la joven comunidad cristiana en el Medio Oriente todavía trabajaba duramente bajo las reglas de un gobierno extranjero invasor, cuyo centro cultural y político era la gran ciudad de Roma. Lo que en nuestra época se consideraría una “guerra de culturas”, ciertamente debe de haber sido preocupante para muchas personas que vivían por todo el vasto Imperio Romano de hace dos mil años.
El apóstol Pablo, que viajó ampliamente por la región dando a conocer el evangelio de Cristo Jesús, se interesó particularmente en la comunidad cristiana que se esforzaba por establecerse en el corazón mismo de la ciudad capital romana. En sus cartas a los seguidores de Jesús, es obvio que Pablo no estaba tratando de convencerlos de derrochar sus esfuerzos conforme a las políticas de poder convencionales. Más bien, una y otra vez, alentó a estos hombres y mujeres devotos a comprender cuán vital eran la oración y el pensamiento espiritualizado para realmente cambiar su mundo para mejor. Por ejemplo, en la Biblia, la carta de Pablo a los cristianos romanos ofrece un conmovedor testamento del poder espiritual transformador que el evangelio de Cristo podía tener en la vida de una persona.
Un versículo de la epístola de Pablo puede ser muy pertinente hoy. Ofrece una guía espiritual y práctica sobre cómo abrirnos paso a través de la jungla de puntos de vista políticos divergentes, y los argumentos con demasiada frecuencia vociferantes respecto a lo que es mejor para la sociedad. De acuerdo con la versión Reina Valera 1960 de la Biblia, Pablo escribió en Romanos 12, versículo 2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Otras traducciones ofrecen más discernimiento sobre este versículo. La Nueva Traducción Viviente, por ejemplo, ofrece lo siguiente: “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta”. Y la traducción de J. B. Phillips declara directamente: “No permitas que el mundo que te rodea te comprima y te meta dentro de su propio molde…” (The New Testament in Modern English, Revised Edition).
El estar dispuestos a pensar por nosotros mismos desde una base más espiritual, no ser influenciados por intereses externos egoístas, y no ser comprimidos en un molde constrictivo de opiniones humanas que no han sido probadas, sin duda, proporciona un fundamento a partir del cual orar intensamente y descubrir qué es verdad y beneficioso para nuestras propias vidas, así como para el progreso de la sociedad. Comenzamos a ver más claramente que el hecho de discernir y seguir la voluntad de Dios puede hacer una diferencia positiva.
Cuando nuestras acciones y forma de pensar son motivadas por haber escuchado primero y calmadamente la dirección de Dios, nuestro compromiso de trabajar para mejorar la sociedad y el gobierno será imparcial, pues, no estará influido por los puntos de vista meramente materiales o propósitos egoístas. Y esos esfuerzos estarán honestamente impulsados para alcanzar metas que prueban ser para el bien más grande de nuestros semejantes, nuestras comunidades y nuestro mundo.
Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, estuvo sumamente interesada en lo que ocurría en la sociedad toda su vida. Por ejemplo, en diciembre de 1900, a principios del siglo, ella colaboró con un escrito corto para el diario New York World. Dijo lo siguiente: “A mi juicio, los peligros más inminentes que enfrenta el siglo venidero son: el quitar la vida y la libertad a la gente utilizando las Escrituras como justificación; las pretensiones de la política y del poder humano, la esclavitud industrial e insuficiente libertad de competencia leal; y los ritos, el credo y los fideicomisos en lugar de la Regla de Oro: ‘Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos’” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 266).
La Sra. Eddy claramente previó los peligros que surgirían si la política divisiva y la mera búsqueda del poder humano eclipsaban el propósito más elevado de considerar los intereses legítimos de otros. De manera directa, ella ofrece la Regla de Oro como un modelo para el progreso. Y de acuerdo con la Ciencia Cristiana, dicha consideración generosa hacia nuestros congéneres hombres y mujeres se fortalece mediante nuestra comprensión de la naturaleza de Dios y Su creación.
Dios, por ser Espíritu puro y Amor divino por completo, nos ha creado a cada uno de nosotros a Su semejanza, como reflejo de ese mismo Amor. Amarnos los unos a los otros como nos gustaría que nos amaran —amar a los demás como nosotros queremos que ellos nos amen— tiene un efecto transformador en la vida humana, especialmente cuando se basa en el reconocimiento espiritual de que todos nosotros somos los hijos de Dios, que cada uno de nosotros es la expresión de la Vida, la Verdad y el Amor divinos de Dios, que nadie queda fuera de Su reino ni es indigno de Su cuidado. Esto puede parecer simple en su enfoque, pero es también radical. Se aparta de la conformidad de los intereses propios que piensan materialmente y que con demasiada frecuencia tratan de dirigir la política, determinar las políticas sociales e incluso definir cómo debemos conducir nuestras vidas día a día.
Como la Sra. Eddy también escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La hora de los pensadores ha llegado. La Verdad, independiente de doctrinas y sistemas honrados por el tiempo, llama al portal de la humanidad. La conformidad con el pasado y el frío convencionalismo del materialismo se están desmoronando” (pág. vii).
Nadie tiene que ser comprimido en el molde de los puntos de vista meramente materialistas. Cada uno de nosotros puede ser inspirado mediante la oración y ser “transformado por la renovación de [su] entendimiento” para pensar y actuar más espiritual, generosa y productivamente; para hacer una diferencia sanadora en nuestras comunidades, en la política y el gobierno mismo, y en construir una sociedad verdaderamente ética y solícita. Esta declaración es realmente un recordatorio poderoso para hoy en día: “La hora de los pensadores ha llegado”.
William E. Moody
Escritor invitado del editorial