En épocas de divisiones sociales, cinismo ampliamente difundido y creciente desconfianza de las instituciones, ¿hay acaso algo con lo que podamos contribuir para ayudar a traer más unidad y paz? ¿Hay algo que podamos hacer para fortalecer nuestra propia esperanza y confianza, para sentirnos más optimistas respecto al futuro de la Sociedad, así como el nuestro?
Consideremos que los primeros días del cristianismo también fueron una época en que la política era turbulenta y había inseguridad respecto a la dirección hacia donde se encaminaba la sociedad. Mientras los discípulos de Cristo Jesús estaban diseminando el evangelio del reino de Dios, la joven comunidad cristiana en el Medio Oriente todavía trabajaba duramente bajo las reglas de un gobierno extranjero invasor, cuyo centro cultural y político era la gran ciudad de Roma. Lo que en nuestra época se consideraría una “guerra de culturas”, ciertamente debe de haber sido preocupante para muchas personas que vivían por todo el vasto Imperio Romano de hace dos mil años.
El apóstol Pablo, que viajó ampliamente por la región dando a conocer el evangelio de Cristo Jesús, se interesó particularmente en la comunidad cristiana que se esforzaba por establecerse en el corazón mismo de la ciudad capital romana. En sus cartas a los seguidores de Jesús, es obvio que Pablo no estaba tratando de convencerlos de derrochar sus esfuerzos conforme a las políticas de poder convencionales. Más bien, una y otra vez, alentó a estos hombres y mujeres devotos a comprender cuán vital eran la oración y el pensamiento espiritualizado para realmente cambiar su mundo para mejor. Por ejemplo, en la Biblia, la carta de Pablo a los cristianos romanos ofrece un conmovedor testamento del poder espiritual transformador que el evangelio de Cristo podía tener en la vida de una persona.
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