Hace mucho tiempo que quería pagar esta deuda de gratitud y dar testimonio de las maravillosas cosas que han sucedido desde que conocí la Ciencia Cristiana.
Cuando encontré la Ciencia hace diez años, hacía ya un año que estaba sufriendo de un agudo dolor abdominal que fue empeorando a medida que pasaba el tiempo. No quería ir a ver a un médico para que me diera un diagnóstico, por temor a lo que me pudiera decir, así que probé técnicas de pensamiento positivo y otras terapias alternativas. Pero con ninguna de ellas se produjo la curación, y empecé a buscar ayuda en el Internet. La verdad es que estaba cansada de orar como lo había estado haciendo, cansada de los métodos de curación alternativos, cansada de leer libros de autoayuda, y cansada más que nada de la desesperanza de pensar que este era mi destino.
Sin embargo, sentía que había algo más, que había algo allá afuera a lo que otras personas tenían acceso y les permitía tener lo que parecían ser curaciones milagrosas. Me preguntaba qué tenían ellas que yo no tenía.
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