A mediados de la década del 2000, decidí cumplir con el deseo tan anhelado de trabajar por mi cuenta. Desarrollé un plan que me permitiría trabajar medio tiempo en mi proyecto, formé una compañía, alineé mis finanzas, y compré un terreno costoso para mi nueva aventura, que era construir una casa ecológicamente sostenible para vender. Cuando me preparaba para dar el siguiente paso, se produjo la “Gran recesión”. El terreno perdió su valor considerablemente, los precios de las viviendas se vinieron abajo, y mi idea de construir ya no era financieramente viable. Parecía que mi idea inexperta de tener un negocio había sido planeada en el momento menos oportuno, y se había enredado con el ciclo de abundancia y escasez, víctima de la depresión económica. El empleador de mi trabajo de tiempo completo también fue afectado, y mi puesto requería que yo estuviera íntimamente envuelto en hacer los ajustes que permitieran que la corporación se mantuviera financieramente saludable, mientras evitaba los despidos y continuaba brindando los servicios, aun a aquellos que estaban luchando económicamente.
Como Científico Cristiano, había aprendido que nuestra sustancia proviene del Espíritu, Dios. Esta idea se encuentra en la Biblia, y nos dice que Dios creó todo con Su Palabra (por ejemplo, en Génesis 1:26 leemos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”). La Palabra de Dios debe ser espiritual, porque Dios es Espíritu (véase Juan 4:24), lo que significa que nuestra sustancia es verdaderamente espiritual. Por lo tanto, nuestra provisión del bien no se basa en condiciones económicas o materiales, sino que es, en cambio, una gracia espiritual que se brinda a cada uno de los hijos de Dios.
Cristo Jesús conocía tan bien la sustancia espiritual que en dos ocasiones alimentó a muchos miles de personas con muy pocos panes y peces (véanse Marcos 6:34–44 y Marcos 8:1–9). Otros personajes de la Biblia de pensamiento espiritualizado también probaron que su abundancia provenía de Dios. Por ejemplo, Job enfrentó pruebas muy severas cuando lo perdió todo. Pero él se negó a perder su fe en la bondad de Dios, aun cuando cuestionaba enfáticamente porqué razón había perdido a su familia y sus posesiones. Soportó su tribulación con paciencia y aprendió una valiosa lección y como resultado su abundancia original fue duplicada.
Estas historias me ayudaron a orar con paciencia en busca de dirección respecto a mi nueva aventura comercial. La antigua palabra inglesa para Dios es bien, así que mis oraciones incluían saber que el plan de Dios siempre es bueno. También continué con mi estudio diario de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, los cuales enseñan que nuestra fe en el Espíritu ofrece una base firme para tener éxito. En Hebreos leemos: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (11:1). Aunque no podemos ver al Espíritu o la sustancia espiritual —del mismo modo que no podemos ver el amor— no obstante, podemos saber que existe.
También oraba para saber que nadie, incluido mi empleador, sus empleados y aquellos a los que sirven, tiene que ser afectado adversamente por las condiciones económicas. Me aferraba diariamente a la comprensión de que las ideas de Dios no pueden estar desempleadas o tener un empleo deficiente. Somos simplemente reflejos de Su voluntad divina e infalible que están cumpliendo con Su plan.
Respecto al plan de negocios que tenía inicialmente, mis constantes oraciones me guiaron a adoptar otro enfoque. Decidí comprar casas que necesitaban reparación, renovarlas de una forma ecológicamente sostenible, y alquilarlas. Renové varios edificios durante los años que siguieron a la recesión. Siete años después de haber comenzado el negocio, finalmente pude construir una casa con eficiencia energética usando prácticas sostenibles, como había deseado hacer al comienzo. Sin embargo, descubrí que disfruto de hacer renovaciones y alquilar, más que de construir casas. Dios tenía un mejor plan para mí.
Con el tiempo, pude dejar a mi empleador y apoyarme en mi negocio para sostenerme económicamente, sabiendo que Dios es la verdadera fuente de mi provisión. Mi empleador también logró soportar la tormenta financiera. Ni se produjeron despidos ni se redujeron los sueldos. Casi todos aquellos a los que la compañía les brindaba sus servicios, continuaron con los mismos. La reputación de la corporación en realidad se acrecentó debido a la forma como había lidiado con la situación y retuvo su estabilidad financiera.
Este resultado para mí probó aún más una declaración que la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, enunció claramente en Ciencia y Salud: “No está bien imaginarse que Jesús demostró el poder divino de sanar sólo para un número selecto o por un limitado período de tiempo, puesto que a la humanidad entera y a toda hora, el Amor divino suministra todo el bien” (pág. 494).
La recesión no afectó a mi antiguo empleador ni a mi negocio. Y descubrí que el hecho de escuchar con humildad a Dios en busca de dirección proporciona el camino más seguro para el crecimiento y el bienestar financiero de los negocios. Ahora para mí es mucho más claro que antes que Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20).
Steven Wennerstrom
Heathrow, Florida, EE.UU.