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Original Web

Ponte de acuerdo en mantenerte firme en Dios

Del número de agosto de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 14 de junio de 2018 como original para la Web.


Durante muchos años, me sentí confundida respecto a algo que dijo Cristo Jesús en la Biblia que parecía enseñar a sus seguidores que debían estar de acuerdo con sus enemigos. En el Sermón del Monte, Jesús instruye a quienes lo escuchan: “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino” (Mateo 5:25). Sin embargo, desde entonces he llegado a comprender que en este contexto “estar de acuerdo” puede significar llegar a un entendimiento, o dejar de discutir. Esto es diferente a ceder a lo que quiere un adversario o permitir que la oposición se salga con la suya.

En tiempos bíblicos, si dos partes estaban en desacuerdo sobre algo, viajaban largas distancias para visitar a un juez que decidía el caso. Durante la travesía, estas partes con frecuencia comían y se alojaban juntas por varios días, puesto que viajaban por el mismo camino al mismo tiempo. Después de pasar tanto tiempo juntos, a menudo llegaba un punto en que se desarrollaba una mutua cordialidad, abandonaban la travesía, y regresaban a su casa porque realmente ya no necesitaban ir a visitar al juez. Este acto de “conformidad” no implicaba necesariamente que las partes hubieran hecho un compromiso, o que una cedió a la otra. Más bien, simplemente quería decir que se dieron cuenta de que no necesitaban discutir.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, se dio cuenta de que esta instrucción de Jesús podía aplicarse a la curación de la enfermedad. Ella escribió: “‘Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino’. No permitas que ninguna pretensión de pecado o de enfermedad crezca en el pensamiento. Deséchala con una permanente convicción de que es ilegítima, porque sabes que Dios no es el autor de la enfermedad, así como no lo es del pecado” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 390).

La enfermedad es una creencia de la mente mortal, la cual en la Ciencia Cristiana es el nombre de la creencia errónea en algo opuesto a la Mente divina inmortal (o Dios). Puede parecer que la mente mortal entra en conflicto o está en desacuerdo con el hecho espiritual de que Dios brinda armonía a Sus hijos. Pero dado que su sugestión de que hay una discordancia es una mentira, realmente ni siquiera vale la pena discutir con la mente mortal acerca de sus pretensiones erróneas. En cambio, podemos desecharlas. Podemos ponernos de acuerdo en estar en desacuerdo con la mente mortal. Hacer esto elimina todo supuesto poder de la mente mortal, y ayuda a reforzar espiritualmente el pensamiento y fortalece la oración poderosa e inspirada.

Cuando enfrentamos alguna dificultad física o mental, es imperioso mantenernos firmes del lado de Dios, el bien. Los sentidos mortales o materiales pintan la vida humana como si estuviera llena de luchas; alejada de la protección y el cuidado de Dios, sujeta al conflicto y desconectada de la paz. En medio del clamor de estos sentidos materiales, puede parecer difícil acallar nuestro pensamiento y reconocer la verdad espiritual. Pero la verdad es que somos inherentemente inseparables de Dios, la fuente divina que nos da la vida. En la Biblia leemos: “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28, La Biblia de las Américas).

Ahora bien, ¿es que “ponernos de acuerdo en estar en desacuerdo” significa simplemente ignorar los problemas de nuestra vida y que de esa manera los mismos desaparecerán? Todo lo contrario. Es importante distinguir entre rechazar el error porque es nada, e ignorar ciegamente el error. Es necesario enfrentar todo pensamiento que sugiere que Dios es menos que omnipotente, y ponerlo al descubierto porque es una mentira. Debemos reconocer lo que sea que esté mal en nuestra forma de pensar, y luego rechazar el pensamiento falso por ser ilegítimo.

Me di cuenta de que mi pensamiento había sido elevado para comprender que la creación de Dios es perfecta.

Para hacer esto con eficacia, debemos comprender y confiar en Dios. Cuando nos esforzamos por comprender a Dios, estamos permitiendo con toda humildad que el Cristo, la Verdad, guíe y eleve nuestro pensamiento. Como resultado, el conflicto entre la verdad espiritual y la pretensión material falsa se transforma en algo totalmente irrelevante, porque nos hemos elevado por encima de la mentira y nos hemos visto a nosotros mismos en nuestra verdadera naturaleza espiritual como el reflejo perfecto de Dios. Al habitar en el reino del Amor divino, ni siquiera estamos en el mismo campo de juego que la materia o la mente mortal. Entonces resulta imposible realmente que haya una discusión entre la materia y el Espíritu. Así como la luz y la oscuridad no pueden mezclarse, en la realidad el Espíritu y la materia no se mezclan ni interactúan, mucho menos discuten uno con el otro.

Si nos encontramos atrapados vacilando entre el Espíritu y la materia, esperando ver qué lado presenta el caso de forma más convincente, nos hemos embarcado en una travesía para ir a ver al juez. Sin embargo, si obedecemos la instrucción de Jesús, y comprendemos que nosotros mismos somos ideas espirituales de Dios, entonces nos elevamos por encima de la disputa. Esencialmente, nos ponemos de acuerdo en estar en desacuerdo cuando simplemente dejamos de discutir con lo que es falso. Al saber que Dios es Todo, empezamos a obtener una vislumbre de que nosotros mismos somos absolutamente inseparables de la totalidad de Dios y, por lo tanto, reflejamos a Dios naturalmente. Al hacer esto permitimos que la actividad del Cristo eleve nuestro pensamiento por encima del lóbrego caos del cuadro material.

Recientemente, me despertó el ruido que hacía mi hija al toser en su cuarto del otro lado del pasillo. Cuando se fue a la cama ella tenía síntomas de una enfermedad estacional. Mi primera respuesta había sido similar a lo que cualquier padre podría inicialmente haber dicho: le aseguré que dormir bien durante la noche siempre ayuda y que podía esperar sentirse mejor por la mañana.

Al principio, deseaba secretamente que el problema sencillamente desapareciera. Pero cuando me despertó aquel ruido por la noche, me di cuenta de que yo no me había elevado por encima del argumento de la mente mortal de que había una enfermedad. En ese momento entendí lo que tenía que hacer. Necesitaba ponerme de acuerdo en estar en desacuerdo con la falsa pretensión de enfermedad, rechazar el argumento de la mente mortal (que la materia es real y está sujeta a enfermarse), y recurrir de todo corazón a Dios en busca de ayuda.

Aunque todavía podía escuchar a mi hija toser, me di cuenta de que estaba durmiendo, y no necesitaba de mi cuidado inmediato. Desde mi cuarto, empecé a orar. Declaré con firmeza que Dios es Todo. ¡Qué lugar más poderoso donde empezar a orar! A medida que permití que la magnitud de lo que significa la totalidad de Dios irradiara hacia afuera de mi pensamiento, tuve la convicción de que podía mantenerme firme con la Verdad y complacerme en el fervor del amor de Dios por mi hija, por mí y por toda la humanidad, por ser el precioso reflejo de Dios. Rechacé la sugestión de que las creencias acerca del clima o el contagio pudieran hacerle daño a la hija de Dios. Rechacé la creencia de que una mentira (la enfermedad) pudiera pegarse al linaje de Dios. Puesto que Dios es Todo, todo aquello que está afuera de Dios es nada, y es ciertamente “ninguna cosa” que podamos temer.

Estas ideas eran simples, directas, claras y poderosas. Las mismas rápidamente borraron toda duda de que mi hija estaba bien. No me pregunté si mi oración funcionaría o si mi hija se sentiría bien por la mañana. En el pasado, mis oraciones a veces habían sido oscurecidas por esas preocupaciones llenas de dudas, pero esta vez no había ninguna duda en mi pensamiento de que Dios tenía el control. El Cristo, la Verdad, había resplandecido en mi pensamiento. La tos cesó y me embargó una sensación de paz mientras me quedaba dormida. A la mañana siguiente, mi hija se despertó completamente sana. Había sido sanada cuando comprendí la totalidad, unicidad y bondad de Dios.

Ahora, al reflexionar sobre esta experiencia, me doy cuenta de que, durante mi oración, pasé mucho más tiempo escuchando las ideas sanadoras que me venían de la Mente divina, así como afirmando la omnipotencia de Dios, de lo que pasé tratando de argumentar de que la mente mortal no tiene poder. Me di cuenta de que mi pensamiento había sido elevado para comprender que la creación de Dios es perfecta. Nunca me vi envuelta en el tipo de discusión que hubiera insistido en lo que los sentidos materiales estaban presentando. Logré rechazar los argumentos de la mente mortal cuando reconocí y supe que Dios está realmente a cargo y tiene el control. Esta comprensión más elevada de Dios me capacitó para mantenerme firme como testigo de la bondad de Dios, y como resultado se produjo la curación y hubo armonía.

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