Estábamos navegando desde Bora Bora a Maui en una tormenta, y el mar estaba muy turbulento, tanto que, si tratabas de dormir, tu cabeza golpeaba contra la cabecera o eras arrojado fuera de la cama. Al mirar por el ojo de buey para ver la noche sin luna, no podía ver otra cosa más que oscuridad. Me sentía muy sola y temerosa.
No había otra cosa que hacer más que orar. Empecé preguntándole a Dios: “¿Qué necesito saber? Por favor, dime, y pronto, ¡si no te molesta!”.
Lo que me vino a continuación fue una pregunta: ¿Dónde estás?
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