Me aparté de la Ciencia Cristiana hace algunos años, después de perder a dos personas muy queridas que habían sido Científicas Cristianas toda la vida. Esto me devastó de tal manera, que no quería saber nada con la Ciencia Cristiana. Dejé de lado la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy), y me cerré mentalmente. Me volví muy agresiva al tratar con mis familiares y otros, pues me sentía encajonada por un sentimiento de desesperanza, dolor, injusticia y resentimiento.
Cuando empecé a tener fuertes dolores en los dos pies, luego en los tobillos, las piernas y las manos, recurrí a la profesión médica en busca de ayuda. El diagnóstico fue que sufría de una osteoartritis degenerativa seria. Me dijeron que solo los calmantes y los medicamentos antiinflamatorios me ayudarían, aunque temporalmente, ya que era muy probable que en los próximos dos años estuviera restringida a una silla de ruedas. Para entonces, mis pies estaban tan deformados que no podía usar zapatos normales, así que siguiendo el consejo que me habían dado, consulté con un especialista para que me tomara las medidas para los zapatos ortopédicos. Después de hacer un molde de yeso de mis pies, me dijo que los rayos X mostraban que los mismos estaban en muy malas condiciones, y se mostró muy negativo respecto a los resultados que tendría.
Aquel día, tras haber tocado fondo, no tenía a dónde ir, sino hacia arriba. Me pregunté si le importaba al Dios que yo aún creía que existía, pero sentí que no tenía a dónde recurrir, sino nuevamente a Dios. En algún lugar de mis más profundos pensamientos, recordé lo que se sentía cuando Dios nos ama, e hice un esfuerzo monumental para acallar el miedo, y callé para escuchar, realmente escuchar, por primera vez en muchos años. Me comuniqué con un practicista de la Ciencia Cristiana y le hablé de mis luchas, y jamás olvidaré lo que me dijo: “Mi querida, tú eres la amada hija de Dios, ¡y nunca has sido otra cosa!”
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