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Original Web

Ora de veras

Del número de agosto de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 21 de junio de 2018 como original para la Web.


En mi estudio de la Ciencia Cristiana, la oración siempre me ha dado una dirección y discernimiento espiritual que me ha conmovido y fortalecido más allá de lo que las costumbres y la sabiduría humanas podrían lograr. No obstante, a veces la oración y la adoración pueden transformarse en una rutina, y cuando esto ocurre, me siento como adormecida para percibir la gloria de Dios. Quiero orar con todo mi corazón y sentir el poder de la oración, como dice el versículo de Salmos: “El Señor está cerca de todos los que le invocan, de todos los que le invocan en verdad” (145:18, La Biblia de las Américas). De manera que hace un tiempo, empecé a estudiar para saber qué significa orar con sinceridad.

Jesús ilustra la oración sincera, por ejemplo, en esta parábola: “El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.” (Mateo 13:45, 46, LBLA). En esto consiste orar con sinceridad; es orar sabiendo lo valioso que es Dios y poniendo la oración por encima del ritual frívolo, el materialismo u otras distracciones.

Además de manifestar nuestra gratitud o inquietudes, debemos escuchar sinceramente a Dios. La oración no consiste tanto en lo que yo tenga que decir sobre un problema, sino más bien en sentirme alerta y receptiva, consciente de Dios y sus indicaciones. Hay oraciones específicas, como el Padre Nuestro, que es probable que los cristianos conozcan muy bien, pero orar estas oraciones sagradas es más que simplemente recordar palabras preconcebidas y esperar que traigan una bendición. La oración inspirada nos permite alcanzar un discernimiento espiritual nuevo y fresco.

Te preguntas ¿qué puede lograr la oración sincera? Esto es lo que recuerdo de un momento de oración en quietud un día antes del almuerzo, cuando me detuve y realmente oré sinceramente por mi búsqueda de hogar.

Nos acabábamos de casar y mi esposo y yo estábamos buscando nuestra próxima casa. Hasta ese momento, no había nada que se ajustara a lo que buscábamos y a nuestro presupuesto; hasta habíamos encontrado una oferta fraudulenta. Demostramos sabiduría al reconocer la dudosa propuesta, pero fue triste que nuestra sincera búsqueda de un hogar fuese profanada.

En esos momentos de incertidumbre, recordé las sabias e inspiradas palabras de una amiga. Le conté que me sentía frustrada de no saber dónde viviríamos después de casarnos. Ella respondió: “Bueno, ¡no lo sabes ahora mismo porque no necesitas saberlo!”. 

Pienso que ella se estaba refiriendo a que Dios sabía lo que era correcto; Dios sabía dónde éramos necesarios y dónde necesitábamos estar. Sin embargo, al principio sentí un rechazo por su comentario: “¿Qué quieres decir con que no necesito saber? ¡Por supuesto que necesito saber dónde viviremos!”.

Guau. En retrospectiva, esa fue una forma muy trivial de abordar nuestra nueva vida juntos y nuestra búsqueda de hogar. Yo estaba avanzando a los empujones con mi voluntad humana, en lugar de confiar y apoyarme en Dios. La oración que se hace con confianza anula el cuadro humano falso y lleno de dificultades, y realmente trae paz porque pone a Dios en primer lugar. Dios, el bien divino, no tiene contienda.

Además de expresar nuestra gratitud o inquietudes, debemos escuchar sinceramente a Dios.

Recuerdo que mis pensamientos respecto a la búsqueda de una casa se tranquilizaron. Razoné de la siguiente forma: “Por supuesto que Dios lo sabe todo, incluso nuestro lugar correcto. Voy a saber, cuando necesite saberlo. Por el momento, puedo confiar en Dios en lugar de tratar de controlar hasta el último detalle de esta bendición de hogar”. Sabía que podía confiar en que Dios es mi hogar, como promete el Salmo 91, el Señor es mi “refugio” y “habitación” (versículo 9, LBLA).

De modo que esta oración iluminada sobre el hogar estableció las bases mientras mi esposo y yo nos tomábamos de la mano aquel día durante el almuerzo, y dábamos gracias con esta frase de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Para aquellos que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii).

Sabía que no nos estábamos apoyando en nuestra cuenta bancaria, sino en el “infinito sostenedor”, que es Dios. Cada día está lleno de las oportunas, sustanciales y benevolentes bendiciones de Dios, y es natural que nuestros ojos y corazones estén abiertos para recibir y reconocer cada bendición.

Mi esposo y yo terminamos de dar gracias y tuvimos un buen almuerzo. Más tarde ese día, fuimos a la boda de una amiga. Durante la recepción, conversamos con el tío de la novia, quien nos contó acerca de una casa en el vecindario donde nosotros realmente queríamos vivir.

Cuando fuimos a visitarla, la casa era muy linda, ¡como también el vecindario! Durante todo el proceso para comprar la casa, continuamos confiando en Dios apoyándonos “en el infinito sostenedor” para asegurarnos de que cada parte del proceso se cumpliera. Al final, pudimos completar la compra de la casa. Nos encantaba nuestro nuevo hogar, y reconocemos que fue una bendición de Dios. Nunca dejamos de efectuar un pago, e incluso logramos hacer pagos adelantados para reducir nuestra deuda.

Pienso en esta historia como un recordatorio de lo que ocurre cuando encontramos significado en nuestra oración diaria. A veces la oración resulta en algo diferente de lo que uno espera, o hace que recibamos nuevas bendiciones. Para mi esposo y para mí, esta lección de confiar constantemente en la abundancia de Dios significó dejar de lado nuestra querida casa tan solo dos años después, mudarnos a un nuevo estado, e incluso más cambios: Mi esposo regresó a la universidad y aceptó un nuevo trabajo.

A pesar de las expectativas que había tenido originalmente, he descubierto que tengo continuamente la sensación de que Dios nos mantiene y apoya con todo Su amor a todos. Como escribió la Sra. Eddy: “La Mente divina, que hizo al hombre, mantiene Su propia imagen y semejanza” (Ciencia y Salud, pág. 151).

Así que no se trata de que hemos ganado el amor de Dios mediante oraciones preconcebidas. Más bien, la oración sincera mueve nuestro enfoque de una perspectiva centrada en uno mismo, a conocer que Dios es la “perla de gran valor”. El amor de Dios perpetuamente nos da seguridad y nos recuerda que merecemos ser muy felices. La oración nos capacita para reprimir nuestros temores y abrir ampliamente nuestros corazones para poder recibir lo que Dios de manera indefectible está derramando sobre nosotros.

Podemos pedirle a Dios: “Sé para mí una roca de refugio, a la cual pueda ir continuamente” (Salmos 71:3, LBLA), y esperar cada vez una respuesta positiva. Recurrimos y nos apoyamos en Dios continuamente, no en nosotros mismos, y las bendiciones solo se multiplican a medida que continuamos orando con todo nuestro corazón.

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