En mi estudio de la Ciencia Cristiana, la oración siempre me ha dado una dirección y discernimiento espiritual que me ha conmovido y fortalecido más allá de lo que las costumbres y la sabiduría humanas podrían lograr. No obstante, a veces la oración y la adoración pueden transformarse en una rutina, y cuando esto ocurre, me siento como adormecida para percibir la gloria de Dios. Quiero orar con todo mi corazón y sentir el poder de la oración, como dice el versículo de Salmos: “El Señor está cerca de todos los que le invocan, de todos los que le invocan en verdad” (145:18, La Biblia de las Américas). De manera que hace un tiempo, empecé a estudiar para saber qué significa orar con sinceridad.
Jesús ilustra la oración sincera, por ejemplo, en esta parábola: “El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.” (Mateo 13:45, 46, LBLA). En esto consiste orar con sinceridad; es orar sabiendo lo valioso que es Dios y poniendo la oración por encima del ritual frívolo, el materialismo u otras distracciones.
Además de manifestar nuestra gratitud o inquietudes, debemos escuchar sinceramente a Dios. La oración no consiste tanto en lo que yo tenga que decir sobre un problema, sino más bien en sentirme alerta y receptiva, consciente de Dios y sus indicaciones. Hay oraciones específicas, como el Padre Nuestro, que es probable que los cristianos conozcan muy bien, pero orar estas oraciones sagradas es más que simplemente recordar palabras preconcebidas y esperar que traigan una bendición. La oración inspirada nos permite alcanzar un discernimiento espiritual nuevo y fresco.
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