Un día, salí a caminar tratando de calmar mi pensamiento. Lo hago con frecuencia cuando las cosas no parecen tener sentido o son contrarias a la armonía que Dios nos ha dado el derecho de experimentar.
Me detuve por un momento junto a un río. Habíamos tenido varios días de lluvia muy intensa, y podía escuchar el estruendoso ruido del agua al pasar velozmente a través del valle. Fluía con tanta rapidez que ahogaba todos los otros sonidos. Ilustraba perfectamente cómo me sentía yo: ahogada por la agitación.
Me impresionó mucho la fuerza del agua; no obstante, allí sobre una roca, parada en una sola pata, había una garza. Ella no era azotada por las fuertes corrientes; no se sentía alarmada por la fuerza del río; estaba en paz, esperando y vigilando mientras las aguas pasaban como un torbellino. Entonces, de pronto volvió su cabeza, bajó calmadamente la otra pata, y metió la que le había servido de apoyo dentro de las plumas de su cuerpo. No se tambaleó ni vaciló; la acción fue muy suave.
Este verso de un poema de Mary Baker Eddy me vino claramente al pensamiento:
Me asienta firme la Verdad
en roca fiel,
se estrella el bronco vendaval
en su poder.
(Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 397)
Me di cuenta de que ninguna perturbación podía azotarme apartándome de la certeza de la naturaleza armoniosa de Dios, de la Verdad divina, o tener algún impacto en la consciencia divina. Puesto que el poder de Dios es supremo, esta consciencia divina —en la que todos vivimos y la cual reflejamos como linaje espiritual de Dios— no puede ser atacada, insultada o lastimada.
Comprender esto puede tener un impacto positivo en nosotros. Unifica y armoniza. Revela la Verdad, hace avanzar nuestro pensamiento hacia una perspectiva espiritual, hacia la comprensión de la absoluta realidad del Amor divino, el cual impulsa el perdón y la alegría.
Es reconfortante considerar que todos los pensamientos verdaderos provienen de Dios.
Esta posición privilegiada nos capacita para superar los pensamientos de ira o temor cuando confiamos en el poder de Dios. Es reconfortante considerar que todos los pensamientos verdaderos provienen de Dios, la Mente divina, y dado que estas ideas provienen de la fuente divina y amorosa, solo pueden ser buenos. Es liberador comprender que solo los pensamientos buenos que vienen de Dios son realmente nuestros. Todo pensamiento que tiene una cualidad negativa es un impostor que pretende ser capaz de afianzarse.
Cuando somos receptivos a Dios, podemos dejar que el Amor divino nutra y estabilice nuestra forma de pensar y resuelva las cosas que nos preocupan. Dios comunica Su amor a todos; un amor que no se origina en los mortales, sino que es divinamente reflejado por el hombre inmortal (todos nosotros), y tiene el poder de eliminar el temor y la animosidad. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy escribe, refiriéndose a la Ciencia Cristiana: “Imperturbada en medio del testimonio discordante de los sentidos materiales, la Ciencia, aún entronizada, está revelando a los mortales el Principio inmutable, armonioso y divino, está revelando la Vida y el universo, siempre presentes y eternos” (pág. 306).
Al reconocer que Dios es puramente bueno, llegamos a tener una mayor certeza de que no existe temor que no pueda ser superado ni odio que no pueda ser mitigado. Incluso cuando la ansiedad o la ira tratan de azotarnos, tenemos la inherente capacidad de aferrarnos con firmeza a estas verdades prácticas y permitir que el amor de Dios traiga armonía y curación.
Estas ideas me elevaron a una actitud mental diferente. Para cuando llegué a casa después de la caminata, la agitación había desaparecido, reemplazada por la gratitud y la paz. Además, la situación que me había estado preocupando muy pronto se resolvió armoniosamente.
Comprender que solo los pensamientos buenos y amorosos provienen de Dios es una buena forma de distinguir qué debemos permitir que entre en nuestra consciencia. Ninguna cosa agresiva emana de Dios, quien se comunica con nosotros con amabilidad y continuamente; dándonos la capacidad de sentir no solo la tranquilidad de aquella garza, sino la profunda paz espiritual que tenemos el derecho de experimentar.
