Últimamente, he estado orando constantemente por la armonía y la paz en la tierra. Mi continua oración es para comprender más plenamente que Dios es bueno y que Su ley de armonía y paz está siempre presente y gobierna a toda la humanidad. Algunos tal vez piensen que esa oración es inútil y nada práctica, dadas las profundas divisiones y desuniones que parecen prevalecer tanto entre la gente como en las naciones. Es como si escucháramos hablar mucho más acerca de la desconfianza y la discordia, y los conflictos resultantes, que de la presencia de la armonía como la que prometió Cristo Jesús cuando dijo: “El reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17).
Confiando en que las enseñanzas de Jesús no eran solo para su época, sino para todos los tiempos, recurrí a la Biblia y a la Ciencia Cristiana, la Ciencia del Cristo, para que me guiara en mi oración por el mundo. Al considerar la declaración de Jesús sobre el reino de los cielos, me resultó útil la descripción de cielo que hace Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Ella lo describe en parte como “armonía; el reino del Espíritu; gobierno por el Principio divino” (pág. 587).
Si bien esta definición espiritual ha sido muy reconfortante para mí, me he sentido en conflicto con esta pregunta: “¿Cómo podemos percibir la presencia de la paz y la armonía —el reino de los cielos, o el gobierno por el Principio divino, Dios— cuando los efectos de la división y la desunión, particularmente en la política, parecen tan reales y agresivos?”. Me di cuenta de que la pregunta me obsesionaba a tal grado, que me resultaba difícil confiar en la verdad de ese “gobierno por el Principio divino”, en el que Dios gobierna a Su creación armoniosamente.
Entonces comencé a leer en la Biblia las cartas del apóstol Pablo a las iglesias recién establecidas en Asia Menor. Pablo no fue ajeno a la división y a la desunión. Al diseminar el mensaje del cristianismo, enfrentó una enorme oposición a la verdad que predicaba. Además, había desacuerdos y desarmonía dentro de las nuevas iglesias cristianas mismas. No obstante, Pablo pacientemente enseñó a los seguidores de Cristo, entonces y ahora, que eran uno en Cristo, establecidos bajo la ley divina del único Dios infinito, el bien, y les aconsejó estar “unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Corintios 1:10).
The Interpreter’s Bible explica: “Cuando Pablo manifiesta que todos los cristianos son ‘una persona’… en Cristo, él no quiere decir que ellos pierden su individualidad. Como las facetas de un diamante, los miembros deben reflejar la belleza de la vida en Cristo, cada uno desde su propio ángulo. La unidad de los cristianos con Cristo y de los unos con los otros era orgánica y vital, y había diversidad en la unidad, así como unidad en la diversidad” (Vol. 10, p. 520).
Las palabras de Pablo deben de haber sonado radicales y revolucionarias a la gente que lo escuchaba en aquella época. Sin embargo, estaba tratando de establecer la comprensión científica de lo que significa ser uno en Cristo. Él enseñó: “Nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16, LBLA). Hoy, la enseñanza de Pablo es posible que siga sonando radical y revolucionaria, pero ¿no tiene ella la clave para sanar la división?
El amor eleva nuestro pensamiento por encima de las limitaciones del sentido material.
Ciencia y Salud afirma: “Cuando nos damos cuenta de que hay sólo una Mente, la ley divina de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos es revelada; mientras que una creencia en muchas mentes gobernantes impide la inclinación normal del hombre hacia la Mente única, el Dios único, y guía el pensamiento humano por conductos opuestos donde reina el egoísmo” (pág. 205). La Ciencia Cristiana destaca la importancia de protegerse contra la influencia de la creencia en una o en muchas mentes separadas de la Mente divina. Esta llamada mente mortal, o “la mente carnal” (KJV) como la llama Pablo, que opera por medio de la creencia humana pero sin tener base en la Verdad, engañaría a hombres y mujeres haciéndolos creer que son meros mortales: temerosos, vulnerables a la limitación y la escasez y en desacuerdo con su prójimo. Su influencia hace que nuestro pensamiento deje de espiritualizarse y lo lleva hacia “la voluntad propia, la justificación propia y el amor propio", y nos tienta a anteponer nuestros propios intereses a los de los demás.
El egoísmo y la terquedad, que con tanta vehemencia se oponen a la espiritualidad y a la verdad de la naturaleza real del hombre como el reflejo de la naturaleza de Dios, son esencialmente los que producen la división entre las comunidades y las naciones, y crean una atmósfera o supuesto reino de discordia. Entonces, ¿cuál es la respuesta? De acuerdo con Ciencia y Salud, es “el solvente universal del Amor”, como declara este pasaje: “En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor el adamante del error —la voluntad propia, la justificación propia y el amor propio— que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte” (pág. 242).
¡El Amor! El libro de Primera de Juan nos dice que “Dios es amor”, y luego que “en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (4:8, 18). Cuando amamos a Dios, nos liberamos del temor. El amor eleva nuestro pensamiento por encima de las limitaciones del sentido material hacia la comprensión de que no existe otra realidad más que Dios, el bien. Y en la proporción en que nos liberamos de “la voluntad propia, la justificación propia y el amor propio", expresamos más naturalmente este Amor divino hacia nuestros semejantes. Los vemos, individual y colectivamente, como Dios los conoce y los ama. Somos uno en Cristo, unidos en la misma Mente que estaba en Cristo Jesús. En esta atmósfera del Amor no hay ambiente mental que apoye o perpetúe la discordia, la división, el tribalismo o la polarización.
Recientemente, nuestra familia tuvo una modesta pero significativa oportunidad de experimentar la paz que viene al ver a nuestros semejantes como Dios los conoce y los ama. Estábamos de vacaciones en un hermoso lago en el interior de los Estados Unidos. A mitad de semana, los vecinos de al lado les ofrecieron a nuestros hijos el uso ilimitado de toda clase de equipos para jugar en el agua; eran objetos divertidos que nosotros, como residentes temporales, no teníamos. ¡Los chicos estaban encantados”!
Antes de regresar a casa, dos miembros de nuestro grupo les llevaron unas galletas caseras a esos generosos benefactores como muestra de aprecio. En aquel día en particular, nuestra familia había estado muy preocupada debido a las noticias sobre las protestas que parecían polarizar la nación a un nuevo nivel. Lamentablemente, nuestras conversaciones se habían centrado intensamente en “nosotros y ellos”, lo que nos dejó frustrados y desalentados. Pero este sentimiento fue revertido rápidamente cuando nuestros familiares regresaron y uno de ellos dijo: “Saben una cosa, de acuerdo con las calcomanías que ellos tienen en el auto, estoy seguro de que nuestros nuevos amigos y yo hubiéramos estado en lados opuestos de las protestas. No obstante, esta experiencia me muestra que es muy natural sentir alegría, paz y armonía con nuestros semejantes cuando dejamos de estar influenciados por la identidad política, ¡ya sea la nuestra o la de otra persona!”
Debido a esta breve interacción me di cuenta de que mi pregunta original acerca de cómo percibir la presencia de la armonía ante una división tan extrema, había sido respondida. Podemos percibir y percibimos la presencia del reino de la armonía de Dios cuando vemos más allá de los rótulos; cuando reconocemos en cambio que todos los hombres, mujeres y niños están gobernados por el Principio divino y los contemplamos como hizo Cristo Jesús, como reflejos santos y puros del único Padre-Madre Dios del todo armonioso. De esta forma vemos más claramente que el reino de los cielos está realmente “cerca”.
