Se suponía que me iría del hospital a casa con mi bebé recién nacida, pero estaba demasiado enferma como para que me importara. Tenía fiebre y mi obstetra me dijo que tendría que quedarme otro día. Poco después de que él saliera de la habitación, empecé a sentirme peor y presioné el botón de llamada, logrando decir solo “Ayúdenme” antes de desmayarme. Más tarde se determinó que tenía una grave infección en la sangre.
Cuando recuperé el conocimiento, había dos enfermeras en mi habitación junto con mi esposo. Una de ellas me dijo que la situación era muy grave. Podía decir por su tono de voz que lo decía en serio, y se me ocurrió que ella creía que yo podría morir.
Recuerdo haber pensado: “He esperado toda mi vida por esta bebé y no voy a irme a ninguna parte ahora”. En ese momento le dije a mi esposo que le pidiera ayuda a una amiga que también era practicista de la Ciencia Cristiana (alguien que se dedica a ayudar a otros a sanar a través de la Ciencia Cristiana)..
Cuando la practicista se puso al teléfono, lo tomé y la escuché decir con mucha confianza: “‘El perfecto amor echa fuera el temor’ y el amor en tu vida se multiplicó por cien con el nacimiento de esta bebé”. Con eso, la fiebre cesó (algo que las enfermeras claramente no esperaban), y me sentí bien instantáneamente.
Mejor aún, sentí un amor que era incluso mucho mayor que mi profundo amor por mi hija recién nacida. Fue el amor de Dios, y eso es lo que me sanó. Se trató de una experiencia increíblemente poderosa.
Como la enfermera que me habían asignado no tenía nada para hacer, nos pasamos el día charlando. Ella no podía creer que yo hubiera estado lúcida durante gran parte de la experiencia. Dijo que nunca había oído hablar de un adulto que hubiera sobrevivido a una fiebre tan alta sin sufrir daño cerebral.
No había razonado nada en especial ni orado específicamente en ese momento. La curación sucedió tan rápido que no tuve tiempo. Pero la declaración “el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18) proviene de una sección de la Biblia que habla del inmenso amor que Dios tiene por Sus hijos y cómo esto aniquila en nuestras vidas lo que no proviene ni podría provenir de Dios, que es el Amor ilimitado mismo.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, describió claramente este remedio espiritual para la fiebre en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Ella escribió, “Destruye el temor, y acabas con la fiebre” (pág. 376). Eso es lo que experimenté. Descubrí que el temor se disuelve cuando vislumbramos y/o sentimos la presencia constante del Amor divino, una presencia que hace imposible todo lo que sea desemejante a Dios. No se puede tener un bien ilimitado, ni siquiera con un poco de algo malo. Eso no sería un bien siempre presente , ¿verdad? Sobre esta base podemos confiar en que lo que Dios creó es bueno. Cualquier cosa que parezca lo contrario es un sentido equivocado de la realidad espiritual.
Ahora, más de dos décadas después, lo que más recuerdo de ese día fue sentir el amor de Dios que todo lo abarca. La idea de eso siempre está ahí cuando más la necesito, para recordarme el amor inagotable que es nuestro todo el tiempo, bajo cualquier circunstancia. Este tipo de comprensión y este tranquilo sentido del amor de Dios han mejorado no solo mi salud, sino también mis relaciones con amigos, familiares e incluso extraños.
Dios nos ama a cada uno de nosotros incesantemente y cuando aceptamos nuestra verdadera naturaleza como la expresión espiritual de ese amor, podemos experimentar cómo el Amor divino sana.
Amy Richmond
Roslindale, Massachusetts, EE.UU.