He jugado hockey sobre hielo durante los últimos siete años. El otoño pasado, me uní a un nuevo equipo. Fuimos realmente buenos y ganamos la mayoría de nuestros partidos, y al principio, todos los jugadores parecían muy amables.
Pero luego, a mitad de la temporada, un chico comenzó a molestarme. Soy el portero, y él decía que le tenía miedo al disco (puck) de hockey, que era pequeño y un mal jugador, y que no le gustaban mis almohadillas para las piernas. Decía esas cosas en voz muy alta para que todos pudieran escuchar. Durante los partidos, este chico y algunos otros jugadores decían cosas malas sobre mí cuando cometía un error o dejaba que me anotaran un tanto.
Escucharlos me hizo pensar que tal vez era un mal jugador, como decían. A veces, miraba mis almohadillas para las piernas y pensaba: “¿Realmente serán tan malas? Tal vez debería pedirle a mi papá que me compre unas nuevas”. Cuando estaba en la cama por la noche, pensaba en las cosas malas que mis compañeros de equipo decían de mí.