He jugado hockey sobre hielo durante los últimos siete años. El otoño pasado, me uní a un nuevo equipo. Fuimos realmente buenos y ganamos la mayoría de nuestros partidos, y al principio, todos los jugadores parecían muy amables.
Pero luego, a mitad de la temporada, un chico comenzó a molestarme. Soy el portero, y él decía que le tenía miedo al disco (puck) de hockey, que era pequeño y un mal jugador, y que no le gustaban mis almohadillas para las piernas. Decía esas cosas en voz muy alta para que todos pudieran escuchar. Durante los partidos, este chico y algunos otros jugadores decían cosas malas sobre mí cuando cometía un error o dejaba que me anotaran un tanto.
Escucharlos me hizo pensar que tal vez era un mal jugador, como decían. A veces, miraba mis almohadillas para las piernas y pensaba: “¿Realmente serán tan malas? Tal vez debería pedirle a mi papá que me compre unas nuevas”. Cuando estaba en la cama por la noche, pensaba en las cosas malas que mis compañeros de equipo decían de mí.
No sabía qué hacer. Mis entrenadores hablaron con el chico que me molestaba, pero él solo dejaba de hacerlo durante un día. Luego los entrenadores hablaron con el equipo y con nuestros padres. Dijeron que el acoso tenía que terminar. Cuando hablaron con todo el grupo, me di cuenta de que no estaba solo. Eso me hizo sentir un poco mejor, pero aún sentía que necesitaba hacer algo.
Había aprendido acerca de la oración en mi Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y a través de mi familia al estudiar juntos todas las mañanas la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana (que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana). También había visto antes que la oración trae curación, como por ejemplo, la curación de un dedo que quedó atrapado al cerrar la puerta de un auto. Así que sabía que la oración podía sanar el acoso.
Hablé con mi papá acerca de cómo debía orar. Papá dijo que comenzara por pensar en Dios como Amor. Dijo que puesto que Dios es Amor y está en todas partes, la bondad y la amabilidad del Amor también tenían que estar en todas partes, en todos. El Amor nunca creó un acosador o una persona mala.
Pude ver estas buenas cualidades en muchos de mis compañeros de equipo. Mi papá sugirió buscar cosas buenas sobre el otro chico también. Dijo que podía empezar poco a poco. Cuanto más pensaba, más cosas buenas reconocía de él. Era un patinador muy bueno. Tenía un buen tiro de muñeca y marcaba goles. Le gustaba hablar sobre el equipo de hockey, igual que a mí. Y en realidad, a veces, era amigable. Papá me explicó que estas cosas buenas eran evidencia de la verdadera naturaleza espiritual de este chico, creada por Dios. Mientras oraba, vi aún más bondad en él, y la intimidación y la maldad parecían menos perturbadoras.
Muy pronto, comencé a sentirme mejor y menos solo. Ya no tenía miedo. En el fondo, sabía que el otro chico, yo y todo nuestro equipo, éramos realmente hijos de Dios, llenos de bondad y amabilidad. ¿Y adivina qué pasó? El otro chico comenzó a ser mucho más amable conmigo. Cuando yo practicaba tocar el chelo en el vestuario antes de la práctica de hockey, él se quedaba y escuchaba. Contaba chistes y me hacía reír. También se volvió muy agradable en el hielo. Incluso nos convertimos en muy buenos amigos, y hasta me invitó a su casa para jugar al hockey en su sótano.
Cuando pienso en cómo la oración ayudó a sanar la intimidación, creo que la clave fue que al orar pude vernos a todos, a todo el equipo, espiritualmente, como los hijos buenos y amorosos de Dios. Esta es una de las mejores curaciones que he tenido.
    