Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

¿Te gustaría ser mi vecino?

Del número de octubre de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 23 de julio de 2019 como original para la Web.


El documental de 2018 Won’t You Be My Neighbor? (¿Te gustaría ser mi vecino?) es una crónica de la vida de Fred Rogers y su importante contribución como pionero en la televisión pública de programas para niños. Yo me encuentro entre las numerosas personas que crecieron viendo el programa Mister Rogers’ Neighborhood (El vecindario del señor Rogers). La esencia de su mensaje era el sentimiento de que todos somos valiosos. Él terminaba cada programa diciendo “Tú haces que cada día sea especial simplemente siendo tú, y me gustas tal como eres”.

Este concepto de amor incondicional y sentido de pertenencia fue algo que claramente conmovió a innumerables niños a lo largo de los más de treinta años en que se transmitió el programa. Y el Sr. Rogers no rehuía aplicar este mensaje a algunos de los temas políticos y sociales más candentes de la época. En uno de los segmentos invitó al Sr. Clemmons, un policía del show desempeñado por un actor negro, a que lo acompañara, se levantara sus pantalones y refrescara sus pies en una pequeña pileta para niños en un día de calor. Después, Rogers le secó los pies a su amigo, haciendo una valiente declaración contra las divisiones raciales de su época. 

Para mí, este segmento del programa me recuerda la hermosa imagen bíblica de Jesús lavando humildemente los pies de sus discípulos, demostrando abiertamente su instrucción de hacer con los demás como quisiéramos que ellos hicieran con nosotros. Este mensaje de igualdad y amor por todos es necesario más que nunca hoy, cuando la sociedad está lidiando con estos mismos problemas.

El mensaje de igualdad y amor para todos es necesario más que nunca hoy.

Cuando comencé mi carrera como maestra en Texas, enseñaba a estudiantes inmigrantes de cuarto grado de países de habla hispana. No mucho después, comencé a escuchar los prejuiciosos comentarios que hacían otros maestros, padres y estudiantes acerca de estos niños. Algunos pensaban que ellos no debían vivir en los Estados Unidos, mucho menos beneficiarse de su sistema educativo. Y algunos estudiantes regulares sentían que mis alumnos no eran lo suficientemente inteligentes y estaban retrasándolos a ellos en su educación al compartir la misma aula. 

Me di cuenta de que podía hacer la diferencia más grande en la vida de mis estudiantes ayudándolos a ver que el color de la piel, el idioma y los antecedentes sociales y culturales no podían determinar jamás el derecho de una persona a amar y ser amada igual que todos los demás. Oré para saber la forma de demostrar esto en mi clase, y sentí cómo mi enfoque era inspirado cuando leí la siguiente declaración de Mary Baker Eddy: “Los pensamientos puros y enaltecedores del maestro, constantemente impartidos a los alumnos, llegarán más alto que los cielos de la astronomía; mientras que la mente envilecida e inescrupulosa, aunque adornada con gemas de erudición, degradará los caracteres que debe instruir y elevar” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras,pág. 235). 

Sabía que, más allá de mi acreditación para enseñar, era la devoción por ver el bien y la pureza expresados en mis estudiantes lo que los haría avanzar más que nada. Así que oré con diligencia para verlos de esta forma, alentada por las ideas que había aprendido en mi estudio de la Ciencia Cristiana. Por ejemplo, consideraba que el odio y el separatismo no son naturales para ninguno de nosotros por ser los hijos del único Dios, nuestro amoroso y atento Progenitor divino. Dios no ve diferencias basadas en la raza o ningún otro rótulo. Nos conoce como Su linaje espiritual, único y preciado. Este Progenitor divino nunca podría dividirnos o hacernos pensar o actuar de una manera hiriente.

Cuando nos apartamos de los pensamientos de que somos mejores o peores que nuestro prójimo, y alimentamos, en cambio, pensamientos de bondad y reciprocidad, ponemos en práctica el mandato de Jesús de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Permitimos que el amor unificador de Dios nos guíe hacia adelante.

Vi los efectos sanadores de este enfoque en aquella clase. Estaré siempre agradecida por las hermosas amistades que se formaron cuando les pedí a los estudiantes que se reunieran para realizar proyectos en los cuales aprendieron a trabajar juntos entre las diferentes culturas, y cuando les enseñé una canción acerca de la igualdad global que ellos cantaron en inglés con el aplauso y apoyo de toda la escuela.

Ya sea que las diferencias que vemos en nuestro prójimo tengan que ver con la religión, la política, la nacionalidad, o algo más, podemos tender puentes sobre estas divisiones con el sincero deseo de amar a cada persona por ser la creación espiritual valiosa y capaz de Dios. De esta forma demostramos el espíritu de estas palabras del apóstol Pablo: “Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28, NTV).

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / octubre de 2019

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.