Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, explicó que la misión de Cristo Jesús “fue a la vez individual y colectiva. Él hizo bien la obra de la vida, no sólo en justicia para consigo mismo, sino por misericordia para con los mortales, para mostrarles cómo hacer la de ellos, pero no para hacerla por ellos ni para eximirlos de ninguna responsabilidad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 18). Esta es una declaración interesante, porque, por lo general, no se piensa que la misión de Jesús era “en justicia para consigo mismo”, además de ser “por misericordia para con los mortales”. Cuando miramos inicialmente sus maravillosas curaciones, parecen ser fundamentalmente externas, que benefician a la persona que es sanada, y también a otros. La Sra. Eddy insiste en sus escritos que las curaciones de Jesús eran una enseñanza, ejemplos de cómo sanar; no se esperaba que fueran la única curación que ocurriría, sino el comienzo de un movimiento de sanadores, desde sus primeros seguidores hasta los discípulos de la época moderna.
Al contemplar más detenidamente la obra de la vida de Jesús, se vuelve más claro que su misión era “a la vez individual y colectiva”.
Leer esta cita en conexión con dos curaciones seguidas de la Biblia, ha cambiado mi perspectiva respecto a cómo trabajaba y enseñaba Jesús, y de lo que espera de mí como su seguidora. En tres de los cuatro Evangelios de la Biblia, leemos el relato de un hombre que se acercó a Jesús y le pidió que fuera a su casa y sanara a su hija (véase Lucas 8:41-55). La situación es desesperada: “Se estaba muriendo”.
Jesús está de acuerdo en ir con el hombre, y ellos y los discípulos se van. El texto no indica que tan lejos tenían que ir, pero nos enteramos de que a lo largo del camino hay un encuentro inesperado. Una mujer con una enfermedad crónica se acerca por detrás y toca la ropa de Jesús, con la esperanza de que eso la ayude. Su valentía da buenos resultados, y ella inmediatamente siente en su cuerpo que ha sido sanada. Jesús se da cuenta de que alguien ha recurrido a él pidiéndole ayuda, y mira alrededor para ver quién lo ha tocado. Tras una breve conversación, la mujer se adelanta y explica por qué lo había hecho, y confirma la curación. Luego el grupo sigue su camino hasta la casa de la niña enferma, donde encuentran que ha muerto, pero Jesús rápidamente la vuelve a la vida. Dos hermosas curaciones, cada una notable a su manera, cada una literalmente cambió una vida.
Al considerarlas lado a lado, estas curaciones ilustran algo importante. Jesús estaba gobernado de tal manera por el Amor divino, Dios, que pudo responder a la necesidad de la mujer mientras iba de camino a sanar a alguien más. Estas historias combinadas muestran la amplitud de su “misericordia para con los mortales”: Cuando iba a ayudar a una persona, se tomó el tiempo necesario para atender a la que había recurrido a él, para comprenderlo para él mismo. No le importó que la gente estuviera mirando, que los discípulos puede que hayan estado impacientes, y que el padre estuviera ansioso para que llegara a ver a su hija tan pronto como fuera posible. Jesús claramente sabía que la vida de la niña no sería afectada por un retraso.
A simple vista, estos sucesos fueron muy públicos, y buenos ejemplos de la misión de Jesús para toda la humanidad. No obstante, él los hizo y supo que tenía que cumplir con su misión muy individual al mismo tiempo, que era en realidad inherentemente universal. La Sra. Eddy, quien estudiaba profundamente la Biblia, escribió que la obra de la vida de Jesús era “revelar la Ciencia del ser celestial, comprobar lo que Dios es y lo que Él hace por el hombre” (Ciencia y Salud, pág. 26). Cada curación que realizó ayudó a hacerlo; cada una mostró a sus seguidores —entonces y ahora— así como al público y a él mismo, lo que puede hacerse cuando confiamos en Dios. Y cada curación fue también una preparación para su prueba final: la de superar la muerte. Cada prueba de la bondad y el poder de Dios que él dio a los demás, lo probó para él mismo también. Entre tantas otras curaciones, Jesús más tarde resucitó a Lázaro de la tumba, y finalmente venció a la muerte él mismo.
Como Jesús ejemplificó, cada curación contribuye a alcanzar una atmósfera mental más pura para todos.
Al seguir el ejemplo de Jesús, debemos aprender a comprender a Dios correctamente y demostrar Su poder sanador en nuestra vida individual. Esto es parte de resolver nuestra propia salvación; nuestra demostración de la verdad espiritual. Pero debemos hacer el compromiso de ayudar “colectivamente” también, a aquellos con quienes nos encontramos en la vida diaria y al mundo en general. No podemos detenernos a nivel individual, sino que debemos esforzarnos por aprender a sanar a otros y contribuir a la curación en situaciones más grandes también. Y me doy cuenta de que toda demostración individual es también inherentemente colectiva. Como Jesús ejemplificó tan excepcionalmente, cada curación de uno mismo o de otra persona contribuye a alcanzar una atmósfera mental más pura para todos.
También podemos contribuir de una forma más amplia cuando contamos una curación individual; estamos compartiendo la bendición que recibimos. Los testimonios de curación que se dan en las reuniones de testimonio de los miércoles en las iglesias de la Ciencia Cristiana o se publican en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, demuestran esto perfectamente. Son una expresión de gratitud del testificante, pero también dan inspiración y consuelo a cualquiera que los escucha o lee. Y es aquí donde la función del padre en el registro bíblico que se mencionó antes, se vuelve tan significativo para mí. La Biblia no dice mucho más acerca de él. Sin embargo, cada vez que leo estas dos historias, pienso que lo que ocurrió a lo largo del camino para llegar a su casa y ver a su hija, puede haber sido tanto un desafío como una luz de esperanza para él. Aunque tenía suficiente fe como para pedirle a Jesús que fuera a su casa, el retraso puede que haya sido difícil para él. No obstante, ver que la mujer sanó simplemente al tocar la ropa de Jesús, puede que haya sido muy reconfortante y lo haya convencido de que su hija también sería sanada.
Al orar para comprender mejor mi propia misión individual, se han puesto de manifiesto los siguientes puntos.
Cuando oro, me siento fortalecida no solo por las curaciones que leo en la Biblia, sino también por las curaciones y soluciones que otros describen en sus artículos y testimonios en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Me muestran que la curación es posible hoy, y que nadie es olvidado. Como la mujer que hizo contacto con Jesús, estas personas recurrieron al Cristo para sanar. La Sra. Eddy llamó a Jesús “el heraldo humano del Cristo, la Verdad” (Ciencia y Salud, pág. vii). La gente que da testimonio de la curación ha sentido a este Cristo, la Verdad, y se beneficiaron de sus bendiciones.
Así como Jesús ejemplificó por medio de su misión, la curación por medio del Cristo no se limita a uno o unos pocos individuos, sino que está disponible para todos, para que lo experimenten y demuestren. Una curación individual es una prueba general de que la curación es posible. Cada curación fortalece nuestra convicción de que las condiciones erróneas pueden superarse, y he aprendido a ver todas las curaciones de la Ciencia Cristiana de esta forma, no solo las mías. Cada triunfo sobre el error o mal es motivo de regocijo, porque muestra lo que es posible lograr. Cada curación de la que me entero me da la fortaleza para continuar mi propio camino de progreso.
Estoy consciente del hecho de que la gente en todo el mundo también está orando. Por lo general, no sé quiénes son, pero, en cierta forma, estamos orando juntos. Estoy especialmente consciente de esto cuando oro de noche. Es ahí cuando percibo más claramente que hay otros allá afuera que también están orando. Me consuela mucho saber que Dios está conmigo y que las oraciones de otras personas me incluyen a mí también. Cuando estoy despierta de noche, siempre estoy muy consciente del amor de aquellos que oran. Fortalece mi determinación de ser una bendición para los demás, así como los demás son una bendición para mí. De esta forma, nuestra propia misión como cristianos —y estudiantes de la Ciencia Cristiana— no es solo para demostrar el poder sanador de Dios para nosotros mismos, sino para bendecir a otros demostrando que la curación por medio del Cristo es para todos. Aquello que bendice a cualquiera de nosotros nos bendice a todos (véase Ciencia y Salud, pág. 206).
A través del cumplimiento de su misión, Jesús demostró para todos los tiempos que la curación está al alcance de todos; que cada uno puede valerse de ella y del bien que entraña. Como escribió la Sra. Eddy: “La bondad nunca deja de recibir su recompensa, porque la bondad hace que la vida sea una bendición. Como parte activa del único estupendo todo, la bondad identifica al hombre con el bien universal” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico y Miscelánea, pág. 165). Si trabajamos para seguir el ejemplo de Cristo Jesús y oramos por nosotros mismos y los demás, los preceptos que él enunció siguen adelante, así como también sus bendiciones.