Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, explicó que la misión de Cristo Jesús “fue a la vez individual y colectiva. Él hizo bien la obra de la vida, no sólo en justicia para consigo mismo, sino por misericordia para con los mortales, para mostrarles cómo hacer la de ellos, pero no para hacerla por ellos ni para eximirlos de ninguna responsabilidad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 18). Esta es una declaración interesante, porque, por lo general, no se piensa que la misión de Jesús era “en justicia para consigo mismo”, además de ser “por misericordia para con los mortales”. Cuando miramos inicialmente sus maravillosas curaciones, parecen ser fundamentalmente externas, que benefician a la persona que es sanada, y también a otros. La Sra. Eddy insiste en sus escritos que las curaciones de Jesús eran una enseñanza, ejemplos de cómo sanar; no se esperaba que fueran la única curación que ocurriría, sino el comienzo de un movimiento de sanadores, desde sus primeros seguidores hasta los discípulos de la época moderna.
Al contemplar más detenidamente la obra de la vida de Jesús, se vuelve más claro que su misión era “a la vez individual y colectiva”.
Leer esta cita en conexión con dos curaciones seguidas de la Biblia, ha cambiado mi perspectiva respecto a cómo trabajaba y enseñaba Jesús, y de lo que espera de mí como su seguidora. En tres de los cuatro Evangelios de la Biblia, leemos el relato de un hombre que se acercó a Jesús y le pidió que fuera a su casa y sanara a su hija (véase Lucas 8:41-55). La situación es desesperada: “Se estaba muriendo”.
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