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Original Web

Emerge de las expectativas negativas

Del número de enero de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de septiembre de 2019 como original para la Web.


El cinismo y el desaliento puede que parezcan estar a la orden del día, especialmente cuando las cosas no salen como nos gustaría. Una serie de desengaños puede llevarnos a preguntar qué desastre nos espera a la vuelta de la esquina. Por otro lado, aun si las cosas andan bien, tal vez estemos convencidos de que una gran decepción es inevitable. De cualquier manera, estamos albergando una expectativa negativa, la sensación de que no podemos confiar en que tendremos el bien en nuestra vida, pues es insostenible, inalcanzable.

 Hace años, tuve que desafiar esa creencia. Trabajaba para un banco importante vendiendo valores financieros. Aunque trabajaba con diligencia, mi desempeño dejaba mucho que desear y al resto del grupo no le iba mucho mejor. Todos estábamos muy desanimados, y no era fácil venir a trabajar día tras día con buena disposición.

Yo sabía que tenía que liberarme de esa espiral mental declinante, y había visto antes que una perspectiva espiritual podía ayudar. Reconocer que Dios es el proveedor de todo el bien es un fundamento sólido sobre el cual construir, y me ha demostrado ser un enfoque muy diferente y más poderoso que el mero optimismo. Así que fue allí donde comencé, con la certeza de la Biblia de que: “Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación” (Santiago 1:17, LBLA). 

¡Qué promesa tan grandiosa! Aun cuando parezca acercarse una tormenta, podemos afirmar que Dios no es un distribuidor arbitrario del bien, sino la fuente del bien perpetuo, sin ninguna variación en calidad o cantidad. El Divino no otorga el bien algunas veces pero no otras, en algunos lugares pero no en otros, o a ciertos individuos para excluir a los demás. La bondad describe la naturaleza misma de Dios.

Saber esto produce cambios en nuestras circunstancias. A medida que llegamos a comprender que Dios es el bien infinito, omnipotente y del todo amoroso, comenzamos a ver más de Su bondad en nuestra experiencia; reflejada en mejor salud, mayor realización en nuestras carreras, provisión más abundante, compañía satisfactoria. En su libro revolucionario, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, captó la esencia de esa idea: “El bien es natural y primitivo. Para sí mismo no es milagroso” (pág. 128). Si el bien realmente caracteriza a Dios, ¿no es lógico, entonces, esperar lo bueno en nuestras vidas, en lugar de su opuesto?

El apóstol Pablo vio la fuente de esta bondad. Él nos llamó “herederos de Dios” (Romanos 8:17). Como herederos de Dios, el bien, ¿cuál es nuestra herencia? Debe ser buena. Este derecho de nacimiento no puede ser reducido o dividido, jamás puede agotarse y nunca nos lo pueden quitar. Cada uno de nosotros, cada hijo e hija espiritual de Dios, participa igual e infinitamente de la bondad que Dios otorga. Ni siquiera los errores pasados pueden descalificarnos; más bien, la bondad de Dios impulsa la redención.

No obstante, necesitamos reclamar, o aceptar, el bien que nos pertenece. Lo hacemos al identificarnos correctamente a nosotros mismos como el linaje espiritual de Dios, creados a Su imagen y semejanza, y viviendo de acuerdo con las cualidades que eso implica.

Puesto que Dios es el bien, y es infinito, el bien es infinito; de modo que es vital que mantengamos el pensamiento muy receptivo a las evidencias de bien en nuestra vida. Esto puede requerir que cedamos nuestras nociones preconcebidas de que las cosas deben salir de cierta manera, en cierto momento o con cierta persona. Ceder al bien de Dios nos lleva más allá del concepto de que podemos recibir solo una cantidad limitada de bien. Abre el camino al plan divino, el cual incluye el bien inagotable —más de lo que podríamos imaginar por nuestra cuenta— para que se manifieste en nuestra vida.

En el banco, estas ideas me ayudaron a realizar mi trabajo cada día con una expectativa de bien espiritualmente basada y llena de confianza. Muy poco tiempo después, me propusieron un puesto de ventas en otra firma, la cual ofrecía mayores oportunidades de éxito, y disfruté de muchos años productivos allí. Y en pocos años, todos en mi antiguo grupo de ventas en el banco también tuvieron éxito en nuevos trabajos. Para mí, esto fue una prueba más del bien de Dios que lo envuelve todo.

Podemos mantener una expectativa de bien que es mucho más que simplemente tener una actitud positiva o esperar lo mejor. Esperar el bien porque Dios es bueno, junto con la comprensión de la verdadera naturaleza de nuestra relación con Él, amplía nuestra experiencia al toque de Su bondad.

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