El cinismo y el desaliento puede que parezcan estar a la orden del día, especialmente cuando las cosas no salen como nos gustaría. Una serie de desengaños puede llevarnos a preguntar qué desastre nos espera a la vuelta de la esquina. Por otro lado, aun si las cosas andan bien, tal vez estemos convencidos de que una gran decepción es inevitable. De cualquier manera, estamos albergando una expectativa negativa, la sensación de que no podemos confiar en que tendremos el bien en nuestra vida, pues es insostenible, inalcanzable.
Hace años, tuve que desafiar esa creencia. Trabajaba para un banco importante vendiendo valores financieros. Aunque trabajaba con diligencia, mi desempeño dejaba mucho que desear y al resto del grupo no le iba mucho mejor. Todos estábamos muy desanimados, y no era fácil venir a trabajar día tras día con buena disposición.
Yo sabía que tenía que liberarme de esa espiral mental declinante, y había visto antes que una perspectiva espiritual podía ayudar. Reconocer que Dios es el proveedor de todo el bien es un fundamento sólido sobre el cual construir, y me ha demostrado ser un enfoque muy diferente y más poderoso que el mero optimismo. Así que fue allí donde comencé, con la certeza de la Biblia de que: “Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación” (Santiago 1:17, LBLA).
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