Imagínate que estás conduciendo a tu casa por un camino montañoso lleno de nieve el día de Año Nuevo y de pronto escuchas un ruido muy fuerte como si algo se arrastrara, que te dice que hay un problema con el auto. Y sabes que eso significa que tendrás que esperar muchas horas para que vengan a ayudarte desde la base de la montaña. ¿Cuáles piensas que serían las posibilidades de que, a pesar de las temperaturas frías, un grupo de hombres jóvenes con la capacidad no solo de evaluar el problema, sino también de arreglarlo, estuviera conversando afuera de un negocio en la esquina donde acabas de detenerte?
Eso fue lo que nos ocurrió a mi hija y a mí a comienzos de este año. Los jóvenes se metieron debajo de nuestro auto para investigar, buscaron sus herramientas y en poco tiempo arreglaron la parte que se había desprendido de nuestro coche.
Mi hija y yo expresamos gratitud todo el camino a casa, no solo porque los hombres nos ayudaron tanto e incluso se negaron a aceptar el dinero que les ofrecimos por su asistencia, sino porque para nosotros la situación no nos pareció de ninguna manera algo casual. Primero, porque habíamos comenzado a orar tan pronto como nos dimos cuenta del problema con el auto. Y segundo, porque no era diferente a muchas otras ocasiones en que he precisado auxilio, he orado y recibido ayuda justo cuando la necesitaba.
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