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Original Web

La vida no es un juego de azar

Del número de enero de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 30 de septiembre de 2019 como original para la Web.


Imagínate que estás conduciendo a tu casa por un camino montañoso lleno de nieve el día de Año Nuevo y de pronto escuchas un ruido muy fuerte como si algo se arrastrara, que te dice que hay un problema con el auto. Y sabes que eso significa que tendrás que esperar muchas horas para que vengan a ayudarte desde la base de la montaña. ¿Cuáles piensas que serían las posibilidades de que, a pesar de las temperaturas frías, un grupo de hombres jóvenes con la capacidad no solo de evaluar el problema, sino también de arreglarlo, estuviera conversando afuera de un negocio en la esquina donde acabas de detenerte?

Eso fue lo que nos ocurrió a mi hija y a mí a comienzos de este año. Los jóvenes se metieron debajo de nuestro auto para investigar, buscaron sus herramientas y en poco tiempo arreglaron la parte que se había desprendido de nuestro coche.

Mi hija y yo expresamos gratitud todo el camino a casa, no solo porque los hombres nos ayudaron tanto e incluso se negaron a aceptar el dinero que les ofrecimos por su asistencia, sino porque para nosotros la situación no nos pareció de ninguna manera algo casual. Primero, porque habíamos comenzado a orar tan pronto como nos dimos cuenta del problema con el auto. Y segundo, porque no era diferente a muchas otras ocasiones en que he precisado auxilio, he orado y recibido ayuda justo cuando la necesitaba.

Al hablar de la oración no quiero decir pedirle a Dios favores especiales; me refiero a comprender y probar lo práctico que es conocer la bondad divina de una manera que está disponible igualmente para todos. Para mí, es la vida sin oración lo que puede a veces parecer una serie de sucesos aleatorios en los que el bien es limitado y algunas personas ganan mientras que otras inevitablemente pierden. Cuando estaba en la escuela primaria, tuve lo que podría llamar un momento de comprensión. Acostumbrábamos a jugar bingo los días lluviosos y yo nunca ganaba. Esto hizo que comenzara a preguntarme si todos somos receptores merecedores del bien, incluso cuando el premio era simplemente abrir el frasco lleno de dulces de la maestra.

Realmente podemos experimentar de formas muy tangibles la constancia de Dios, quien es totalmente bueno.

El punto de vista de que la vida está basada en el azar y en el bien limitado, no coincidía con lo que yo estaba aprendiendo a pensar acerca de la vida desde una perspectiva espiritual. Yo era alumna de una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde podía hacer preguntas sobre este tipo de temas y encontrar respuestas satisfactorias basadas en la Biblia. Allí estaba aprendiendo acerca de Dios, quien ama a todos por igual e infinitamente y nos provee con abundancia. De hecho, Dios expresa el bien ilimitado en Sus hijos en todo momento. Y podemos realmente experimentar de maneras muy tangibles la constancia de este Dios que es totalmente bueno.

Hay una serie de historias en la Biblia que ilustran que esto continúa siendo verdadero incluso cuando hay muchas cosas en juego. Una de ellas es la historia de Agar, una madre que es enviada al desierto junto con su pequeño hijo con tan solo un poco de pan y agua. Las provisiones de Agar se agotan rápidamente y una tragedia es inminente. Ella clama a Dios: “No veré cuando el muchacho muera. Y ella se sentó enfrente, y alzó su voz y lloró” (Génesis 21:16, KJV).

Pero la historia continúa: “Y Dios le abrió los ojos, y ella vio una fuente de agua; y fue, y llenó el odre de agua, y le dio de beber al muchacho” (versículo 19). Ambos sobrevivieron.

He pensado detenidamente en esta historia de encontrar agua en el desierto, así como en ejemplos del cuidado de Dios en mi propia vida, y es difícil no ver una ley divina del bien que es universal y está al alcance de todos. No tiene nada que ver con la suerte o con apoyarse en el azar para tener provisión, sino más bien en la profunda convicción de que Dios brinda las respuestas para todas nuestras necesidades. Esto no quiere decir que las cosas sean siempre fáciles, pero las respuestas vienen cuando estamos humildemente receptivos a la guía de Dios.

Hay una parte de un himno que encuentro muy reconfortante. Me da la confianza serena y apacible de que Dios, o el Amor divino, nos cuida igual y eficientemente a todos nosotros, y que Sus “ángeles”, o inspiración, siempre responden a nuestras oraciones. El mismo dice:

Él sabe qué necesitáis; 
   Sus ángeles vendrán 
Y a todos guardarán.
(Violet Hay, Himnario de la Ciencia Cristiana N° 9) 

Cada uno de nosotros puede reclamar el bien que es nuestro derecho divino hoy. Cuando recurrimos a Dios en busca de ayuda, ajustando nuestra forma de ver las cosas a lo que Dios, el bien, conoce y nos está mostrando, el resultado es que vemos más evidencias del desbordante manantial del bien de Dios frente a nosotros. No debido a la suerte, sino porque todos somos ganadores ante los ojos de Dios, y el bien divino jamás se agota.

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