“De ninguna manera”.
Eso es lo que yo habría respondido si me hubieras dicho que dejara de beber alcohol cuando bebía prácticamente todos los días. Probablemente, también me hubiera reído.
Desde que tenía diecisiete años, beber fue parte importante de mi vida. Comenzó como algo que hacía de vez en cuando, pero no mucho después comencé a beber compulsivamente casi todos los días. Me había apartado de la Ciencia Cristiana, e incluso abandonado el interés en la espiritualidad. Pensaba que el alcohol me daba confianza y me permitía tener relaciones más profundas con mis amigos que también bebían; además, creía que mi vida sería bastante aburrida sin la bebida.
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