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Original Web

Para jóvenes

Jamás pensé que dejaría de beber

Del número de enero de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 11 de noviembre de 2019 como original para la Web.


“De ninguna manera”.

Eso es lo que yo habría respondido si me hubieras dicho que dejara de beber alcohol cuando bebía prácticamente todos los días. Probablemente, también me hubiera reído.

Desde que tenía diecisiete años, beber fue parte importante de mi vida. Comenzó como algo que hacía de vez en cuando, pero no mucho después comencé a beber compulsivamente casi todos los días. Me había apartado de la Ciencia Cristiana, e incluso abandonado el interés en la espiritualidad. Pensaba que el alcohol me daba confianza y me permitía tener relaciones más profundas con mis amigos que también bebían; además, creía que mi vida sería bastante aburrida sin la bebida. 

Así que puedes imaginarte mi sorpresa cuando me encontré dentro de un grupo de Científicos Cristianos de mi edad y noté qué felices eran realmente. ¿Cómo podían ser tan sinceros unos con otros, tener relaciones tan profundas y hasta divertirse sin el alcohol?

En ese momento algo me sacudió. Había pensado que en general yo era bastante feliz, pero cuando vi esa alegría pura que sentían estos amigos, fue muy obvio para mí que mi felicidad era superficial y efímera. Comprendí que la felicidad más profunda y permanente que había estado buscando no era algo que podía conseguir bebiendo, sino que proviene de Dios.

Al haber sido testigo de las bendiciones que vienen al centrarnos en Dios, yo quería más, y este deseo superaba el deseo de beber. Así que decidí dejar de hacerlo. Pero me preocupaba cómo reaccionarían mis amigos que bebían, y si se sentirían incómodos. También me inquietaba que pensaran que yo había sido deshonesta con ellos al haber ocultado un aspecto importante de mi vida. Sabían que creía en Dios, pero siempre que me preguntaban acerca de mi religión, actuaba como si no fuera importante para mí.

Me reunía con mis amigos casi todos los fines de semana en un bar, pero decidí no regresar hasta que me sintiera realmente en paz acerca de mi decisión. Mientras tanto, me puse a estudiar Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y a obtener una mayor comprensión de Dios. Supe que estaba lista para encontrarme con ellos nuevamente cuando ya no tuve temor de su reacción. Confiaba completamente en que Dios estaba conmigo y que Él me guiaría a decir lo correcto. También razoné que, ya fuera que mis amigos quisieran pasar el tiempo conmigo o no, la bondad de Dios siempre estaría conmigo y con mis amigos. El temor que había sentido inicialmente fue reemplazado por la emoción de ver qué ocurriría. 

Llegué al bar y fui a la barra a pedir un refresco. El barman me pidió mi identificación, pero yo no la había traído porque sabía que no tomaría alcohol. Me había olvidado por completo de que necesitaba mis documentos hasta para estar en el bar. Cuando el personal del lugar me pidió que me fuera, no tuve más remedio que explicarles mi situación a mis amigos. Les dije que no había traído mi identificación porque ya no iba a beber más. Entonces les deseé buenas noches y les dije que los vería la semana siguiente.

Entré en el auto para irme a casa, y al hacerlo, escuché un golpecito en mi ventana. ¡Mis amigos habían venido corriendo detrás de mí! Dijeron que tampoco necesitaban beber esa noche y propusieron, en cambio, regresar a la casa de uno de ellos. Fue realmente una noche muy agradable, y pude explicar un poco más acerca de las razones para tomar mi decisión.

Para mi sorpresa y alivio, mi resolución de no beber más nunca tuvo un efecto negativo en la dinámica del grupo. De hecho, reunirnos sin que hubiera alcohol se transformó en algo normal en nuestras actividades sociales, y a menudo mis amigos me agradecían que no bebiera porque los había inspirado a hacer lo mismo.

No puedo decir que nunca me haya sentido tentada a volver a beber. Pero hay un capítulo en la Biblia que realmente me ha ayudado a lo largo de los años. Durante varios meses lo leí todas las noches antes de salir con mis amigos. El mismo dice en parte: “Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino estemos alerta y seamos sobrios. Porque los que duermen, de noche duermen, y los que se emborrachan, de noche se emborrachan. Pero puesto que nosotros somos del día, seamos sobrios, habiéndonos puesto la coraza de la fe y del amor, y por yelmo la esperanza de la salvación” (1 Tesalonicenses 5:5-8, LBLA). Estos versículos me ayudaron a comprender que estar sobrio no es el acto pasivo de no beber, sino que es activo; significa mantener nuestro pensamiento claro y lleno de amor, paz y alegría. Como resultado de esta forma de sobriedad “activa” yo siempre la pasaba bien.

Cambié de pensar que me perdería algo si no bebía, a sentirme muy segura de que no me estaba perdiendo nada. He aprendido que todas las cosas buenas que había pensado que encontraría en el alcohol en realidad no estaban allí, sino que pueden encontrarse en cualquier situación al reconocer que realmente provienen de Dios y por eso siempre deben estar presentes, puesto que Dios está siempre presente.

Mi decisión de dejar de beber alcohol no fue tanto para eliminar algo de mi vida, sino para permitir que entrara algo mucho más alegre y satisfactorio. Hoy, las relaciones que tengo con mis amigos son más profundas, y mi vida es mucho más interesante y fructífera de lo que yo jamás podría haber imaginado.

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