Mientras utilizaba un cuchillo muy afilado, mi esposo se cortó, cercenándose la yema del dedo. Acudí rápidamente y le pedí con firmeza que apartara la vista de su mano mientras volvía a colocar la punta del dedo y la mantenía en su lugar. Me permitió vendarlo, y le recordé otras curaciones rápidas que había tenido a través de la oración, pero él estaba muy dolorido.
Mientras orábamos, recordé este pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Cuando ocurre un accidente, piensas o exclamas: ‘¡Estoy herido!’ Tu pensamiento es más poderoso que tus palabras, más poderoso que el accidente mismo, para hacer real la lesión.
“Ahora revierte el proceso. Declara que no estás herido y comprende el porqué, y encontrarás que los buenos efectos resultantes están en proporción exacta a tu descreimiento en la física y a tu fidelidad a la metafísica divina, la confianza en que Dios es Todo, como declaran las Escrituras que Él es” (pág. 397).
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