Una noche, hace algunos años, durante la cena, de pronto me sentí extremadamente mareada y con náuseas, y tuve que acostarme en una posición que causara la menor molestia posible. No podía orar eficazmente por mí misma, así que llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. Eso alivió mi temor. No obstante, la condición duró dos días completos hasta que pude volver a realizar mis actividades normalmente.
Cuando volví a sentirme bien, descarté examinar más profundamente esa incomprensible condición y no volví a pensar en ella… hasta un año después, cuando volvió a ocurrir. Después de eso, comenzó a manifestarse cada vez con más frecuencia, hasta que nunca lograba estar totalmente libre de ella.
Durante este período, recuerdo que leí un testimonio en el Sentinel acerca de una mujer que tuvo los mismos síntomas, pero fue sanada la misma mañana en que ocurrieron y nunca más volvieron a presentarse. Eso me alentó mucho. Decidí que podía ayudar a que se produjera mi propia curación al no aceptar que mis esfuerzos por orar se frustraran.
Siempre podemos recurrir a Dios en cualquier situación extrema, y Él sí nos responde, así que yo sabía que no debía permitir que la duda obstaculizara y se interpusiera en el camino. Mary Baker Eddy escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Levántate en la fortaleza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien” (pág. 393). Esto me ayudó a ver que yo podía “[levantarme] en la fortaleza del Espíritu” —no en mi propia fortaleza— para vencer este enemigo.
Un domingo por la mañana antes de ir a la iglesia, sentí que volvían los síntomas. Era un día hermoso, y yo deseaba tanto estar en la iglesia que decidí que ya no enfrentaría esta condición “acostándome”. ¡Ya era suficiente! Me vino la idea de cantar himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, y así lo hice, acompañándome en el piano.
Cuando llegó la hora de ir a la iglesia, me sentía bastante bien, así que fui. Me senté en la parte de atrás para poder salir rápido si era necesario. Pero cuando nos levantamos para cantar el primer himno, pensé: “¡Esto es ridículo! ¡No voy a permitir que esta condición errónea dicte donde debo sentarme en la iglesia!”. Entonces fui a sentarme en mi lugar acostumbrado al frente.
Cuando iba de regreso a casa, me sentía muy feliz. Por primera vez esta enfermedad no tenía el control. Cuando llegué, el único síntoma que quedaba era una sensación de gran somnolencia, en la que yo generalmente caía cuando no me sentía bien, pero esta vez rechacé y negué mentalmente esta creencia. Ese síntoma desapareció instantáneamente. Varias veces ese día, cuando volvió la somnolencia mientras leía literatura de la Ciencia Cristiana, descubrí que podía hacerla desaparecer simplemente rechazándola. Esta fue una lección realmente interesante para mí respecto a la naturaleza mental de un estado físico, y a nuestro poder para corregirlo al instante desde una posición más elevada, aferrándonos a la Verdad espiritual como Cristo Jesús nos enseñó a hacer.
Aquel día, al ir a la iglesia y mantener una posición firme a favor de la Verdad, terminó ese ciclo de la enfermedad. Fue maravilloso estar libre de aquel error, pero lo mejor de todo es que es maravilloso sentir que continúo en un camino ascendente, creciendo en mi comprensión de la Ciencia del Cristo por medio de ese tipo de triunfos sobre el error.
Joan Atkinson
Vassalboro, Maine, EE.UU.
