Hace unos diez años tuve la que considero mi curación favorita. Recientemente había tomado una clase de dos semanas con un maestro de la Ciencia Cristiana, así que sabía cómo darme un tratamiento en la Ciencia Cristiana.
Oré durante dos días para aliviarme de la fiebre y la congestión. Traté de poner en práctica las verdades de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, tales como, “Toma consciencia por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales —ni están en la materia ni son de ella— y el cuerpo entonces no proferirá ninguna queja” (pág. 14), y “Cuando despertemos a la verdad del ser, toda enfermedad, dolor, debilidad, cansancio, pesar, pecado, muerte, serán desconocidos, y el sueño mortal cesará para siempre” (págs. 218–219).
Había otra declaración que me parecía que debía ser eficaz si lograba aplicarla correctamente: “El hecho contrario relativo a cualquier enfermedad es requerido para curarla” (pág. 233). Sabía que sufrir de congestión o fiebre era contrario al hecho de que el hombre es creado a imagen de Dios, como dice en Génesis 1. Dios es Espíritu, así que el hombre debe ser espiritual, y no puede ser menos que perfecto, puesto que “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (versículo 31)
Una noche soñé que me estaba dando un tratamiento de la Ciencia Cristiana. Aunque no puedo recordar ningún detalle, me acuerdo de que había una lista de síntomas de gripe que estaba intentando sanar identificando el hecho contrario específico que probaba que cada uno de ellos era falso. En mi sueño, pensaba que para poder sanar tenía que probar la falsedad de cada pensamiento en mi lista que decía que estaba enferma. Por ejemplo, si me venía el pensamiento de que Dios no podía sanar la gripe, yo podía contrarrestarlo con la autoridad de la Biblia que enseña que Dios es omnipotente y que nada es imposible para Él.
De pronto, me desperté, y el sueño desapareció rápidamente. Lo primero que pensé fue: “¡Oh no! ¡Si tan solo pudiera recordar lo que estaba en la lista, me podría sanar!”. De inmediato recibí un enfático mensaje angelical: “¡No hay ninguna lista! ¡Lo único que tienes que hacer es despertar!”.
El pensamiento fue tan enfático, y yo estaba tan sorprendida, que creí ese mensaje. Me pareció obvio que no se necesitaba de nada excepto dejar de trabajar por el problema y confiar en Dios. De inmediato me relajé y me volví a dormir. Cuando me desperté poco después, no solo estaba libre de todos los síntomas de gripe, sino que yo recordara, nunca antes me había sentido mejor.
Al pensar en lo sucedido, me doy cuenta de que es imposible sanar una enfermedad espiritualmente, y al mismo tiempo pensar que se trata de un problema físico real que necesita arreglarse. Debe destacarse el hecho espiritual de que no hay ninguna realidad en la enfermedad. Además, puesto que Dios, el Espíritu, es infinito, no hay materia que pueda enfermarse. Por supuesto, la declaración de la Sra. Eddy de que se requiere el hecho contrario es verdad. Pero yo había estado tratando con mi propia voluntad de contradecir cada pretensión de enfermedad en una lista que no existía, en lugar de negar que la enfermedad pudiera alguna vez ser real, y escuchar a Dios para que me revelara la verdad de que el Espíritu es infinito.
Otra declaración de Ciencia y Salud me explica esta rápida curación: “Un grano de la Ciencia Cristiana hace maravillas por los mortales, tan omnipotente es la Verdad, pero hay que ganar más de la Ciencia Cristiana para continuar haciendo el bien” (pág. 449). Fue Dios, la Verdad, lo que me sanó, no mi comprensión o la falta de ella. La Verdad fue capaz de romper la creencia mesmérica en la realidad de la enfermedad, y lo hizo instantáneamente. No he tenido síntomas de gripe o resfriado desde entonces.
Un himno favorito del Himnario de la Ciencia Cristiana expresa perfectamente lo que experimenté: “Oh soñador, despierta de tus sueños, / levántate, cautivo, libre ya” (Rosa M. Turner, Himno 412).
Estoy muy agradecida por esta curación porque me dio la seguridad de que la curación es instantánea, aun cuando parezca tomar mucho tiempo en manifestarse. Es ese gran momento en que la niebla que oscurece la realidad espiritual se dispersa, y no queda nada en el pensamiento más que la realidad de Dios y Su idea: Dios perfecto y hombre perfecto.
Judith Truesdell
Shelburne, Massachusetts, EE.UU.
