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Original Web

Podemos orar por la amenaza del contagio

Del número de junio de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 2 de marzo de 2020 como original para la Web.


“¡Hoy, por única vez! ¡Vacunación gratuita contra la gripe!”

Las grandes banderas flameaban con la brisa de fines del otoño y parecían ser eficaces. Muchos autos estaban entrando a la gran cadena de farmacias cerca de mi casa. Al pasar con el coche, pensé cuán fácil es suponer que es natural, hasta inevitable, contraer enfermedades contagiosas, especialmente durante el invierno.

Cuidar de nuestra salud es importante. Para muchas personas, las vacunaciones y prescripciones según la estación del año son una forma de hacerlo, y yo ciertamente respeto y apoyo a quienes toman esa decisión. Pero en mi propia experiencia, he descubierto que por medio de la Ciencia Cristiana es posible desafiar de modo permanente las suposiciones de que puedo enfermarme, y hacerlo me ha traído una salud más estable y duradera. La oración basada en la comprensión espiritual de Dios siempre ha sido una forma eficaz y confiable de cuidar de mi salud.

¿Te preguntas cómo puede ayudar este tipo de oración? En mi experiencia personal, he visto que esta oración nos hace estar conscientes de un punto de vista radicalmente diferente de nuestra vida y del mundo a nuestro alrededor. Esta perspectiva espiritual se basa en reconocer a Dios como la Vida divina; totalmente buena y la fuente de toda armonía. Puesto que la Vida es del todo buena, causa solo el bien y mantiene la armonía en toda su creación, es, por lo tanto, el origen de la salud, en lugar de la enfermedad, de la vitalidad, en lugar de la vulnerabilidad. Y cuando este hecho es comprendido, tiene efectos prácticos, entre ellos, ser una protección contra el contagio.

Si bien quizá generalmente pensemos que la salud es una condición variable de un cuerpo físico, es, de hecho, una cualidad espiritual invariable cuya fuente es Dios. Es permanente. Él la sostiene y la mantiene en cada uno de nosotros en todas las estaciones y circunstancias. Y podemos probar esto en nuestra vida diaria de una manera que nos permite comenzar a sentir que la salud, no la enfermedad, es lo normal.

Podemos enfrentar el temor a “pescarnos” algo manteniendo con firmeza no solo lo que es verdad acerca de Dios, sino también algunas verdades básicas acerca de nosotros mismos; por ejemplo, que Dios por ser la Vida divina nos hizo a imagen de la Vida; la expresión misma de todo lo que es la Vida divina. Así que, como la imagen de la Vida que es Dios, nunca podríamos ceder a ser menos que la representación exacta de esta Vida perfecta: espiritual y sana, segura y vital en todas las estaciones del año.

Este tipo de defensa centrada por medio de la oración es algo que podemos emprender a diario, para que todo nuestro concepto acerca de la vida comience a cambiar. Empezamos a vernos a nosotros mismos más constantemente como la semejanza de esta Vida divina; como fundamentalmente espirituales e invulnerables. Esto nos capacita para combatir el temor a enfermarnos y para rebatir las numerosas y tan generalizadas suposiciones acerca del contagio. Nos permite refutar rápida y eficazmente todo detalle acerca de las enfermedades infecciosas que nos llega, ya sea través de las noticias, las conversaciones durante el almuerzo o los medios sociales; o incluso los pensamientos que parecen ser nuestros.

La oración puede sacarnos del torbellino del temor, y ser una influencia sanadora y tranquilizadora en nuestras comunidades también.

Esto es más que mero pensamiento positivo. Es la clase de oración que Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, le atribuye a Cristo Jesús cuando dice que “eran declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad, de la semejanza del hombre con Dios y de la unidad del hombre con la Verdad y el Amor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 12). La gente me ha preguntado si ese tipo de  oraciones “profundas y concienzudas” pueden realmente ser eficaces tanto para prevenir como para lidiar con el contagio. Siento gratitud porque puedo responder que sí. Lo son, y lo he visto en mi propia vida.

Durante años, me había preocupado el hecho de contraer un resfrío o tal vez una gripe durante el invierno. Y a veces así fue. Pero al profundizar mis propias “declaraciones de la Verdad” y mi comprensión mediante la oración, he podido contrarrestar ese temor y vencer la sugestión de que el contagio es inevitable, al ver y aceptar únicamente la creación perfecta de Dios; solo Su naturaleza como la Vida divina expresada en vitalidad, salud y libertad. A medida que he comprendido más acerca de la omnipotencia divina, y la impotencia de todo lo que es desemejante a Dios, mis preocupaciones por las estaciones y la aparición de resfríos y síntomas de gripe se han disuelto gradualmente, y me he sentido alentado por el hecho de que ya hace varios años que no tengo ningún síntoma de enfermedades relativas a las estaciones o contagiosas.

¿Coincidencia? ¿Buena suerte? ¿Evidencias de una “constitución saludable”? La verdad es que pienso que esta libertad que acabo de encontrar confirma y afirma la realidad espiritual de que Dios mantiene nuestra salud e integridad.

¿Qué nos impediría reconocer esto? He descubierto que es útil considerar los elementos mentales que pueden pesar en contra de nuestra convicción de que la salud es realmente nuestro estado natural de la existencia, y una de esas influencias es el temor. Por ejemplo, la exposición constante a la cobertura de los medios acerca de las enfermedades contagiosas puede avivar el frenesí del temor y realmente tener un impacto negativo en la salud humana. Ciencia y Salud habla claramente acerca de este tema cuando dice: “El temor es la fuente de la enfermedad, …” (pág. 391).

En vista del ciclo de 24 horas de noticias en la actualidad, me parece obvio que podemos experimentar un impacto positivo al tomar a diario una “dosis” de la paz y el poder de la claridad y la integridad espirituales que posee cada uno. La oración puede sacarnos del torbellino del temor, y ser una influencia sanadora y tranquilizadora en nuestras comunidades también.

Por más extendido que pueda estar un contagio —incluso si rodea todo el globo— nunca será más poderoso que la presencia intacta de la Vida divina que todo lo envuelve, que nos abraza a cada uno de nosotros en su seguridad y cuidado. Y nuestro constante reconocimiento de este hecho para todos, en todas partes, hace posible, aquí y ahora, que veamos evidencias de que solo Dios verdaderamente gobierna y sostiene nuestra salud.

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