“La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios, una comprensión espiritual de Él, un amor abnegado. A pesar de lo que otros puedan decir o pensar sobre este tema, hablo por experiencia”.
Esta es la primera frase del primer capítulo de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 1). Cada vez que leo las palabras “hablo por experiencia”, siento como si la autora, Mary Baker Eddy, hubiera puesto su brazo alrededor de mis hombros y me estuviera diciendo que ella ha estado donde yo me encuentro en este momento. Sus palabras me aseguran que mis oraciones, si están basadas en el Principio divino y las reglas que explica Ciencia y Salud, me llevarán a alcanzar una comprensión más espiritual de Dios y Su idea, el hombre (es decir, todos nosotros), lo cual tendrá como resultado la curación.
La primera mitad de la vida de la Sra. Eddy estuvo cargada de dificultades. Sin embargo, los desafíos que ella enfrentó —enfermedad crónica, viudez cuando tenía poco más de veinte años, separación de su único hijo y un segundo matrimonio difícil que terminó en divorcio— hicieron que se volviera a Dios con mayor insistencia. Y al apoyarse cada vez más en Él e investigar la Biblia en busca de respuestas, ella estuvo preparada para un suceso glorioso.
En 1866, después de sufrir graves heridas y, como ella escribe, “estando ya en la sombra del valle de muerte”, abrió su Biblia y leyó el relato de una de las curaciones de Jesús. En un momento de claridad espiritual, ella vislumbró que su vida —y toda existencia verdadera— estaba en Dios, el Espíritu infinito, y que “la Vida, la Verdad y el Amor son todopoderosos y están siempre presentes” (Ciencia y Salud, pág. 108) Esto quería decir que todo aquello que testifica que hay vida en la materia es falso y no tiene poder. Al comprenderlo, ella sanó instantáneamente.
Después, comenzó a trabajar a fin de entender cómo se había producido su curación. Se dedicó a estudiar profundamente las Escrituras. A medida que aumentaba su comprensión espiritual del Principio divino sanador, ella probaba exhaustivamente lo que estaba aprendiendo al sanar a otros, y encontró que la Verdad era tan poderosa para sanar ahora como lo había sido en los primeros días del cristianismo. Al reconocer que esta Ciencia Cristiana era el Consolador que Jesús había prometido, ella pudo sanar, por ejemplo, tuberculosis y cáncer en sus fases finales, y restaurar la vista a los ciegos y oído a los sordos.
Aunque enfrentó una enorme resistencia de parte de la sociedad y el clero, ella fue divinamente impulsada a compartir su descubrimiento enseñando a otras personas a sanar y escribiendo Ciencia y Salud. De modo que hoy, todos los que reciben el Principio divino explicado en este libro de texto están capacitados para probar de manera práctica las enseñanzas de Cristo Jesús en sus propias vidas, y de este modo, las curaciones físicas por medio del Cristo, la Verdad, continúan.
En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy nos lleva con ella en su travesía. Nos dice: “Las investigaciones y experimentos médicos de la autora habían preparado su pensamiento para la metafísica de la Ciencia Cristiana”. Al referirse a los años anteriores a su descubrimiento, ella agrega: “Todo apoyo material le había fallado en su búsqueda de la verdad; y ahora ella puede comprender por qué, y puede percibir los medios por los cuales los mortales son divinamente conducidos hacia una fuente espiritual para la salud y la felicidad” (pág. 152). Explica que las numerosas revisiones que le hizo al libro de texto son un reflejo de sus esfuerzos por comprender y registrar la Ciencia divina más claramente (véase pág. 361).
A todo lo largo del libro, al relatar sus luchas y triunfos con profunda humildad, ella brinda una clara idea de su vida como la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Por medio de esto, el lector puede entender y apreciar el duro trabajo, el sacrificio personal y el amor desinteresado que respalda cada palabra impresa. La Sra. Eddy sabía que Dios le había dado a su libro el propósito de bendecir y sanar a la humanidad, y le dio a ella enorme alegría poder ofrecérselo a su prójimo. Al compartir su experiencia en este libro, ella indica claramente que su descubrimiento de la Ciencia Cristiana (la Ciencia divina del Cristo) estuvo designado por Dios y dirigido por Dios; era una revelación para salvar a la humanidad del sufrimiento de toda clase. Esto significa que por más ardua o prolongada que pueda parecer nuestra propia travesía, podemos confiar en que Dios guía también la parte que nos corresponde —la de cada lector— en esta misión sanadora cuando recurrimos a Él de todo corazón.
Mary Baker Eddy también ayuda resueltamente al lector a comprender su lugar en la historia como mujer, autora y finalmente Guía de un movimiento religioso de rápido crecimiento (¡que al mismo tiempo no tenía el privilegio de votar!). En Ciencia y Salud, ella se refiere a sí misma como “la primera en interpretar las Escrituras en su verdadero sentido” (pág. 534), y en otro libro, como “una escriba bajo órdenes” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 311), señalando la autoridad divina que respalda sus escritos.
Sin duda, fue este reconocimiento de su función como aquella a la que Dios había llamado “para proclamar Su Evangelio a esta época” (Ciencia y Salud, pág. xi) lo que sostuvo su constante devoción a su trabajo; para explicar y enseñar la Ciencia Cristiana mientras estaba bajo el constante y difícil escrutinio de la sociedad. A aquellos que cuestionaban la razón por la que se mantenía aislada de la sociedad en su edad avanzada, ella les dijo: “Si sus amigos supieran qué poco tiempo ha tenido la autora para hacerse conocer públicamente, excepto por medio de sus laboriosas publicaciones —y cuánto tiempo y trabajo se requieren aún para establecer las sublimes operaciones de la Ciencia Cristiana— ellos comprenderían por qué vive tan retirada. Otros no podrían tomar su lugar, aunque estuvieran dispuestos a hacerlo. Por tanto, ella permanece sin ser vista en su puesto, no en busca de su propio engrandecimiento, sino orando, velando y trabajando por la redención del género humano” (Ciencia y Salud, pág. 464).
En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy nos lleva con ella en su travesía.
Quizá no sea de extrañar que los esfuerzos por mantener a la Sra. Eddy en las sombras de la historia humana se manifestaran de formas muy diferentes: una perspectiva centrada en su personalidad en lugar de en su misión; la difamación de su carácter; y la desconsiderada suposición de que ella era simplemente uno más de los numerosos líderes espirituales, o que alguien más podría haber ocupado su lugar. En sus Escritos Misceláneos, ella indica claramente que el mensaje y la mensajera son inseparables. Ella escribe: “La Ciencia Cristiana es mi único ideal; y el individuo y su ideal nunca pueden ser separados. Si uno de los dos es mal entendido o calumniado, eclipsa al otro con la sombra proyectada por este error” (pág. 105).
En mi propia experiencia, como alumna de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana no me gustaba escuchar hablar de la vida de la Sra. Eddy, especialmente de sus dificultades. No entendía que, así como el oro es refinado bajo presión, la manera de pensar y el carácter de Mary Baker Eddy estaban siendo amorosamente refinados a lo largo de su vida a fin de capacitarla para cumplir con la misión que Dios le había asignado. Mi resistencia a reconocer y apreciar todo por lo que ella había tenido que pasar para que se concretara su descubrimiento, no era natural. Debía disolverse porque me impedía aceptar y demostrar totalmente las enseñanzas y el poder sanador de la Ciencia Cristiana.
Cuando tomé la instrucción de Clase Primaria con un maestro de la Ciencia Cristiana, la resistencia desapareció, y leí ansiosamente una biografía exhaustiva de la Sra. Eddy. Esto hizo que sintiera una profunda e inquebrantable conexión con ella que nunca desapareció, y leí Ciencia y Salud con una nueva visión. Mi amor por la autora de Ciencia y Salud solo ha ido en aumento a lo largo de muchos años. Este amor no se centra en una personalidad, sino que es una expresión de la profunda gratitud por el amor abnegado que ella expresó sin ningún otro propósito que no fuera bendecir a la humanidad. Ella indica claramente que su descubrimiento no fue un logro personal cuando escribe: “¿De dónde me vino esta convicción celestial, una convicción antagónica al testimonio de los sentidos físicos? Según San Pablo, era ‘el don de la gracia de Dios que me [había sido] dado según la operación de Su poder’” (Ciencia y Salud, pág. 108).
Apreciar lo que hizo Mary Baker Eddy a través de “la operación de Su poder”, y al practicar las enseñanzas de Ciencia y Salud y estudiar constantemente la Biblia, he tenido abundantes pruebas de la bondad de Dios. He experimentado curaciones de enfermedades, de problemas financieros y de relación, así como numerosas oportunidades para servir la Causa de la Ciencia Cristiana.
Creo que, como la Sra. Eddy conocía su lugar en la historia, ella optó por cerrar el Prefacio de Ciencia y Salud con palabras tomadas de la primera carta de Pablo a los Corintios. Ella escribe: “En el espíritu del amor de Cristo, —como quien “todo lo espera, todo lo soporta”, y se regocija en llevar consuelo a los afligidos y curación a los enfermos— ella dedica estas páginas a los honestos buscadores de la Verdad.
“MARY BAKER EDDY” (pág. xii).
Con esas palabras ella destacó que el amor desinteresado debe ser la esencia de todos los pensamientos y acciones. Y para mí, esta declaración de cierre invita a los lectores a cumplir con su propia misión que Dios les ha asignado de ayudar a traer salvación a la humanidad a través del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana.