Por ser hijo de Dios, cada uno de nosotros es eternamente puro, santo, inocente, completo, satisfecho y amado. Así que podemos enfrentar con valentía cualquier tentación de ser atraídos por el pecado y negarnos a idealizarlo de alguna forma.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!