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Original Web

La iglesia de Dios revelada y vivida

Del número de junio de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 6 de abril de 2020 como original para la Web.


Hace varios años, visité a una amiga que estaba restaurando su casa. Mientras hablaba de los diferentes proyectos a realizar, me explicó que, si bien la chimenea era original, la repisa no lo era. Tenía planeado quitar la repisa falsa y poner una nueva, construida a semejanza de la original.

Mientras la escuchaba, me di cuenta de que yo también necesitaba desmantelar y remodelar, no mi casa física, sino la manera en que pensaba acerca de las cosas; en particular, mi perspectiva acerca de la iglesia. Pensé que mi concepto de iglesia necesitaba ser desmantelado y reconstruido a semejanza de lo que la iglesia es en realidad. Sabía que tenía que elevar la mirada, ver la iglesia desde una perspectiva más espiritual.

Me sentí inspirada por esta definición espiritual de Iglesia que Mary Baker Eddy da en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Iglesia. La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa sobre el Principio divino y procede de él. 

“La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza, despertando el entendimiento dormido de las creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos” (pág. 583).

Me di cuenta de que tenía que dejar de apoyarme en lo que yo pensaba que debía ser la iglesia y obtener una mejor idea de lo que la Iglesia es y hace verdaderamente. 

Reconstrucción de mi repisa

Cuando oré para permitir que Dios me mostrara el verdadero significado de Iglesia, me vino la idea de que debía alcanzar una mejor comprensión de lo que es la gracia, tal como la Biblia habla de la gracia, la misericordia y el amor infalible de Dios. La concordancia Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible describe la palabra griega para gracia como “la influencia divina en el corazón, y su reflejo en la vida”. 

Aunque eso me resultó útil, sentí que necesitaba una respuesta más completa aún, así que me senté en silencio y me detuve a escuchar la inspiración proveniente de Dios acerca del significado de la gracia. Lo que me vino fue la idea de que la gracia es el amor desinteresado y puro, el reflejo del Amor divino; es el amor que es simplemente amor, que no espera nada a cambio y no contiene nada desemejante al Amor. Sabía por medio de la Biblia que, puesto que todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, cada uno de nosotros refleja esta cualidad infinita y eterna de la gracia.

La Sra. Eddy también dice: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresada en paciencia, mansedumbre, amor y buenas obras” (Ciencia y Salud, pág. 14). Esto me ayudó a comprender que necesitaba expresar mejor el amor puro y abnegado. Sin importar lo que se diga o haga, si no proviene del Amor divino no forma parte de mí o de ninguno de los hijos de Dios. Podía liberarme de toda forma de pensar egocéntrica —justificación propia, voluntad propia, arrogancia, amor propio, etc.— como de la apariencia de una vieja repisa, a fin de vestirme con las ideas del Amor divino centradas en Dios.

Estas ideas me vinieron al poner en práctica este mensaje de Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.

A partir de ese momento, le pedí constantemente a Dios que me mostrara cómo ser lo más amorosa, lo más paciente y lo más humilde que pudiera. Realmente me esforcé por poner a un lado mi voluntad propia a fin de poner en práctica todo lo que es amoroso, verdadero, justo y puro.

Descubrí la verdadera iglesia

En un momento dado, mientras servía como Primera Lectora en mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, estaba lidiando con problemas en el estómago. Un domingo, después de terminar las lecturas del servicio, pensé en qué había hecho bien o mal; si había expresado con claridad el mensaje de las lecturas, y así sucesivamente. Entonces escuché este mensaje que pareció venir directamente de Dios: “Esta es Mi iglesia. Yo soy responsable de ella, no tú. Yo soy el Trabajador; tú eres la obra. Yo traigo a Mis hijos a la Ciencia Cristiana, y tú estás aquí para servirme a Mí”.

De inmediato me di cuenta de que me estaba aferrando a un falso sentido de responsabilidad. Y tan rápidamente como supe que esa falsa responsabilidad no podía formar parte de mí, la dejé ir. Instantáneamente, me sentí libre por completo, mental y físicamente, y los problemas estomacales desaparecieron y nunca regresaron.

Si bien al principio había pensado que servir a la iglesia quería decir estar activo en sus puestos, estaba comenzando a obtener una perspectiva más espiritual de lo que significa servir. Un domingo, comencé a pensar en todo lo que entraña un servicio religioso. No solo de parte de los Lectores, sino los ujieres, el solista, el organista y la congregación. Una vez más recurrí a Dios y me detuve a escuchar Su definición de servicio. Lo que me vino fue que, si estoy realizando un servicio, esto significa que soy un servidor.

Entonces vino la pregunta: Como servidor, ¿a quién o qué estoy sirviendo? La única respuesta a esta pregunta es a Dios, la cual coincide con el Primer Mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). No puedo servir a los conceptos falsos o a los “dioses” del apego personal, la falsa responsabilidad, la opinión humana o la creencia de muchas mentes. Sirvo al reflejar las cualidades inmortales, eternas, infinitas de alegría, discernimiento espiritual y comprensión espiritual de Dios; y sabiendo que tengo una unidad genuina con la Mente divina.

No mucho después de esta revelación, una compañera de trabajo con quien de vez en cuando había hablado sobre la Ciencia Cristiana, me dijo que le dolía el dedo. Las palabras “Bueno, tal vez deberíamos escuchar lo que Dios está diciendo acerca de esto”, salieron de mi boca. Noté que ella cerró los ojos. Entonces oré silenciosamente a Dios: Afirmé que el Amor divino siempre presente responde a cada uno de Sus hijos. Yo sabía que esta amiga mía era la amada hija de Dios, y la mano de Dios la mantenía perfecta, y que el dolor no podía ser parte de la hermosa creación de Dios. Poco después, escuché que mi compañera decía suavemente: “Gracias, Dios”. Estaba libre, ya no tenía dolor, y las dos volvimos a trabajar con alegría. 

Cuando le agradecí también a Dios, me vino claramente este pensamiento: “¡Esto es la Iglesia!”. La Iglesia no es un edificio; la Iglesia es curación, y cada individuo expresa la curación que proviene de la Iglesia. Somos un servicio sanador a medida que vivimos para reflejar el Amor divino.

Cómo poner en práctica la iglesia

Mientras continúo trabajando para discernir la verdadera Iglesia, estoy aprendiendo a no juzgar por las apariencias, sino a discernir el subyacente Principio que gobierna toda la existencia; la roca sobre la cual la Iglesia está construida: La Verdad y el Amor. La Iglesia no es “Mi iglesia” o “La iglesia de ellos”. La Iglesia es de Dios, y Él la mantiene por completo.

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