Siempre ocurría lo siguiente: Un miembro de la familia o amigo tenía un resfrío, entonces yo me resfriaba. Parecía casi inevitable
Sin embargo, desde que era pequeña, había estado aprendiendo algo diferente en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Había aprendido que no necesitaba aceptar la idea de que “Ellos están enfermos, así que ahora yo también lo voy a estar”. Me habían enseñado que Dios es bueno y todopoderoso y cuida de nuestra salud. También que Él nos hizo espirituales, lo que quiere decir que estamos protegidos del contagio o la enfermedad porque lo que es espiritual no puede estar enfermo.
Así que finalmente me decidí e hice el compromiso de enfrentar esa sugestión de que el contagio es algo sobre lo que no puedo hacer nada, afirmando que Dios tiene realmente el control de mi salud (y la de mis amigos y familiares).
En esa época comencé a asistir a un internado y vivía en el dormitorio de las chicas. Durante el semestre de otoño, llegó un punto en que parecía que casi toda la gente a mi alrededor se enfermaba. Como cada vez más personas se sentían mal, me resultaba difícil tener simplemente la esperanza de que no enfermarme. Entonces recordé el compromiso que había hecho y supe que podía recurrir a Dios en busca de ayuda.
Este pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy me resultó muy útil: “La Verdad trata el contagio más maligno con perfecta seguridad” (pág. 176). Así que siempre que veía a alguien toser o estornudar, afirmaba con confianza que todos nosotros vivimos, nos movemos y existimos en la Verdad, el cual es otro nombre para Dios (véase Hechos 17:28, LBLA). Esto significa que no hay lugar para nada que sea desemejante a la Verdad, tal como la sugestión, o mentira, del contagio.
También oré reconociendo el hecho de que Dios es la única causa y creador. Puesto que Dios es bueno, Él no podría haber creado la enfermedad ni causarla, ya que el bien no puede causar el mal. Así que, en realidad, la enfermedad no puede existir ni ser parte de mi experiencia ni de la de nadie.
Estoy feliz de decir que no tuve ni siquiera un resfriado durante ese semestre, y sé que fue gracias a mis oraciones. Estoy muy agradecida porque pude ir más allá de simplemente desear o esperar no enfermarme, y sentir la certeza de que Dios nos mantiene a cada uno de nosotros en perfecta salud y que podemos demostrarlo en nuestras vidas.