¿Qué puede ser peor que descubrir que estabas equivocado? ¡Enterarte de que estaba errado algo que tenías la “certeza” de que era cierto! Pero aparte de sentirnos incómodos debido a un ego adecuadamente herido, y a que la arrogancia del orgullo deba volverse menos arrogante, en realidad, ¿no deberíamos sentir alegría en los momentos en que la ignorancia y los errores son reemplazados por el discernimiento y la sabiduría? ¿No recibimos todos con gratitud ese sentimiento de progreso que capacita a la humanidad para dejar atrás las limitaciones y descubrir cuán fortalecedor es comprender la verdad genuina? De otro modo, todos seguiríamos viviendo en un mundo donde la gente creía que el sol giraba alrededor de la tierra, simplemente porque así aparentaban ser las cosas. Esta cita de T. S. Eliot siempre ha sido una de mis favoritas:
No dejaremos de explorar
y al final de nuestra búsqueda
llegaremos a donde empezamos
y conoceremos por primera vez el lugar.
(Little Gidding, tomada de Cuatro Cuartetos)
En general, ¿no es esto de lo que se trata realmente la Biblia? Es la historia de gente que pensaba que sabía cómo funcionaba el mundo, solo para descubrir que su encuentro y relación con Dios le brindaban una comprensión totalmente nueva de la realidad, y una subsecuente convicción de la verdad que era inamovible. Ser arrojado a un foso de leones o a un horno de fuego y, no obstante, salir ileso, puede tener ese efecto en una persona. Durante todo su ministerio, Cristo Jesús dijo de hecho a los que lo rodeaban que sus conclusiones respecto a cómo funcionaban las cosas estaban equivocadas. Allí mismo donde ellos veían enfermedades, pecadores, corrupción, Jesús veía la presencia y la supremacía de Dios manifestada en la perfección del hombre de Dios. Jesús tuvo que corregir las suposiciones que ellos tenían de que el Mesías se presentaría algún día como un conquistador militar para establecer el reino del pueblo de Dios, insistiendo constantemente en que el reino de Dios estaba aquí ahora mismo. Podían encontrar este reino del Espíritu dentro de ellos mismos cuando cedían al amor del Cristo que estaba presente para destruir las vívidas escenas que los rodeaban argumentando la ausencia de Dios.
El noveno capítulo del evangelio de Juan cuenta que Jesús sanó a un hombre ciego de nacimiento. Hasta sus propios discípulos, tan devotos del nuevo mundo del Espíritu que Jesús les mostraba, tenían la tendencia a aceptar como verdadera la convicción colectiva de que la ceguera debía haber sido causada por los pecados de sus padres o algún pecado no detectado que el hombre debía haber cometido, aparentemente antes de nacer. La corrección que hizo Jesús fue mucho más profunda que el hecho de apostarse por un lado del debate teológico. Él indicó claramente que toda la forma de pensar de ellos estaba equivocada. No se trataba de determinar qué hacía que la ceguera fuera real. Se trataba de probar que la totalidad de Dios, el Amor divino, era la única realidad. Y luego, cuando sanó al hombre, realmente no había forma de argumentar si lo que había dicho era correcto o no. La vista del hombre fue restaurada y esto probó que lo que Jesús decía era verdad.
La Ciencia Cristiana trae renovada luz y pertinencia al cristianismo al insistir en que una perspectiva material acerca de las cosas siempre estará inherentemente equivocada; y que el mismo Cristo que sanó al hombre ciego en la Biblia está presente hoy en día como la Verdad para corregir el error que dice que el reino de Dios en realidad no está presente ni es supremo en el mundo de hoy. Recientemente encontré un testimonio de los primeros días de la Ciencia Cristiana. Está escrito por un médico, y me encanta cómo comienza: “Tengo setenta y seis años, y he practicado la medicina durante cuarenta y ocho años, y he denunciado con mucha franqueza la Ciencia Cristiana” (Journal, June 1893). A continuación, describe una ocasión cuando su propia salud falló al punto de que estuvo seguro de que su muerte era inminente. Cuando su esposa finalmente lo convenció de aceptar la ayuda de la Ciencia Cristiana, él le explicó al practicista que no tenía confianza en su tratamiento y que se oponía con vehemencia al mismo. El practicista respondió: “Eso no hace ninguna diferencia”, siempre y cuando el doctor quisiera el tratamiento. Al día siguiente, el médico había mejorado muchísimo, y al otro día se sintió tan bien que trabajó en su jardín y caminó ocho cuadras. Él termina diciendo que está encantado con la Ciencia Cristiana y que tiene la intención de vivirla y recomendársela a todos. Su testimonio da la fuerte impresión de que nunca en toda su vida se había sentido tan contento de haber estado equivocado. Este testimonio, junto con la serie ininterrumpida de los que le siguieron durante los últimos 127 años desde entonces, sirve para corregir la falsa y limitada impresión de que la vida está definida por la materia. La verdadera y subyacente realidad de la existencia es la causalidad espiritual.
Pero digamos que has experimentado una curación como esta o ciertamente has percibido algo de la realidad de Dios en tu vida. ¿Qué pasa entonces? Es necesario defenderla. ¿Por qué? Porque la naturaleza del pensamiento mortal no corregido es como una zona de arena extremadamente mojada. Todo lo que escribas sobre ella será absorbido rápidamente. A veces es sorprendente ver con cuánta rapidez la persona que piensa: “Si llego a salir de esta crisis, nunca volveré a dudar”, cuestiona su fe después de haber experimentado efectivamente una curación. El hecho de que Elías venciera a los 450 profetas de Baal un día, y al siguiente fuera consumido por el temor y un sentimiento de fracaso, muestra la importancia de corregir no solo la forma material de pensar con la verdad de la causalidad espiritual, sino de continuar corrigiéndola.
Entonces, ¿cómo defendemos nuestra comprensión de la verdad que hemos visto? Amando a Dios supremamente. Escuchando ávidamente cómo el Cristo, la Verdad, habla a nuestra consciencia cada día. Asumiendo el compromiso de estudiar y probar lo que estamos aprendiendo de la Ciencia del Cristo por medio de la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Viviendo constantemente conscientes de qué poco fiable es toda perspectiva material. Y vigilando nuestros pensamientos y sintiéndonos felices de corregir aquellos que argumentan a favor del temor o el sufrimiento o la ausencia de Dios en nuestras vidas. Si hemos logrado darnos cuenta de la consciencia que Dios nos da, entonces nuestro deber es defenderla sabiendo que si Dios, la Verdad divina, nos la ha dado, nada nos la puede quitar.
La Ciencia Cristiana es el descubrimiento de que Dios, la Mente divina, es infinito, la única sustancia verdadera, y que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Los momentos de inspiración y curación nos capacitan para comprender claramente que es verdadera. Pero esto no es suficiente. Si es verdadera, entonces su mensaje libera a toda la humanidad del sufrimiento, y tenemos la responsabilidad de vivir esta verdad a fin de que se pueda ver. Al hablar de este descubrimiento, la Sra. Eddy escribe: “Habiendo percibido, con anticipación a otros, esta verdad científica, nos debemos a nosotros mismos y debemos a los demás una lucha por su demostración” (Retrospección e Introspección, pág. 94).
Scott Preller
Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana