¿Qué puede ser peor que descubrir que estabas equivocado? ¡Enterarte de que estaba errado algo que tenías la “certeza” de que era cierto! Pero aparte de sentirnos incómodos debido a un ego adecuadamente herido, y a que la arrogancia del orgullo deba volverse menos arrogante, en realidad, ¿no deberíamos sentir alegría en los momentos en que la ignorancia y los errores son reemplazados por el discernimiento y la sabiduría? ¿No recibimos todos con gratitud ese sentimiento de progreso que capacita a la humanidad para dejar atrás las limitaciones y descubrir cuán fortalecedor es comprender la verdad genuina? De otro modo, todos seguiríamos viviendo en un mundo donde la gente creía que el sol giraba alrededor de la tierra, simplemente porque así aparentaban ser las cosas. Esta cita de T. S. Eliot siempre ha sido una de mis favoritas:
No dejaremos de explorar
y al final de nuestra búsqueda
llegaremos a donde empezamos
y conoceremos por primera vez el lugar.
(Little Gidding, tomada de Cuatro Cuartetos)
En general, ¿no es esto de lo que se trata realmente la Biblia? Es la historia de gente que pensaba que sabía cómo funcionaba el mundo, solo para descubrir que su encuentro y relación con Dios le brindaban una comprensión totalmente nueva de la realidad, y una subsecuente convicción de la verdad que era inamovible. Ser arrojado a un foso de leones o a un horno de fuego y, no obstante, salir ileso, puede tener ese efecto en una persona. Durante todo su ministerio, Cristo Jesús dijo de hecho a los que lo rodeaban que sus conclusiones respecto a cómo funcionaban las cosas estaban equivocadas. Allí mismo donde ellos veían enfermedades, pecadores, corrupción, Jesús veía la presencia y la supremacía de Dios manifestada en la perfección del hombre de Dios. Jesús tuvo que corregir las suposiciones que ellos tenían de que el Mesías se presentaría algún día como un conquistador militar para establecer el reino del pueblo de Dios, insistiendo constantemente en que el reino de Dios estaba aquí ahora mismo. Podían encontrar este reino del Espíritu dentro de ellos mismos cuando cedían al amor del Cristo que estaba presente para destruir las vívidas escenas que los rodeaban argumentando la ausencia de Dios.
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